miércoles, 3 de diciembre de 2014

CAPITULO 151




Se encontraba arriba ahora. Justo al lado de la puerta que daba a mi habitación.


Tomando un baño... Mierda.


Debía salir. Poner espacio entre nosotros hoy era importante. Esta mañana fue buena. Nunca más iba a mantenerla distanciada de modo que sus necesidades básicas fueran desatendidas. Comería mi comida, maldita sea. Dormiría en una buena cama y se bañaría en un baño grande y bonito. No la trataría como a una maldita caridad.


El peso sobre mis hombros fue reemplazado por el miedo. 


Miedo de no ser capaz de mantenerme alejado. Sabiendo que estaba ahí, durmiendo. Viéndola comer, lo que ahora haría con regularidad para asegurarme que comía comida de verdad. No sería capaz de mantenerme alejado.


Federico. Hablaría con Fede. Me recordaría porque no puedo tenerla. Por qué no podía abrazarla y sostenerla. 


Después de mirar hacia las escaleras una vez más, me
dirigí a la puerta. Para tener un respiro alejado de ella, hablar con alguien racional sería bueno para mí.


Me subí en mi Range Rover y marqué el número de mi madre. Debía que regresar pronto a casa. Me quedaba sin tiempo. Paula se enteraría de todo, y la perdería. Sin embargo, me aseguraría de que estuviera cuidada. No iba a dejar que huyera. Sostendría una maldita pistola sobre Miguel si tuviera que hacerlo con el fin de conseguir que la siguiera. Maldito estúpido.


—Pedro —dijo mi madre después del tercer timbre.


—¿Cuándo vuelves a casa? —Pregunté. No me encontraba de humor para conversaciones triviales.


—No estoy segura. No lo hemos discutido —respondió. El tono de disgusto en su voz no me sorprendió. Odiaba saber que podía hacerla volver a casa si quisiera.


—Déjame hablar con Miguel.


Suspiró dramáticamente. —¿Por qué Pedro? ¿Para que puedas gritarle por no estar ahí para su hija adulta que puede cuidarse sola?


Agarré el volante, tomé varias respiraciones profundas y me recordé que maldecir a mi madre no estaba bien. Era sólo mi madre egocéntrica. —Las tarjetas de crédito, casas, coches, todo es mío, mamá —le recordé su lugar.


Hizo un ruido que sonó como un siseo.


—Hola, Pedro —. La voz de Miguel llegó por teléfono.


—Tiene un trabajo en el club. Dice que va a mudarse y conseguir casa propia pronto —solté. Seguramente vería la mala idea que era que Paula viviera sola.


—Bueno. Sabía que sería capaz de resolver las cosas —dijo.


Moví el Range Rover a un lado de la carretera. Mi sangre latía en mis oídos, y mi visión se puso borrosa. Maldito pedazo de mierda ¿Realmente acababa de decir eso? —
No mereces respirar, hijo de puta —gruñí en el teléfono.
No respondió.—Es jodidamente inocente. Es tan inocente y confiada. Es hermosa.
Deslumbrantemente preciosa. Tanto que hace girar cabezas, tan preciosa que mata. ¿Lo entiendes? Tu hija no tiene a nadie. A Nadie. Esta vulnerable. Herida y sola. Cualquier idiota podría utilizarla. ¿No te importa? —Me costaba respirar. Mis nudillos se pusieron blancos cuando agarré el volante, tratando de controlar mi rabia.


—Te tiene a ti —fue su única respuesta.


—¿A mí? ¿Me tiene a mí? ¿De qué carajos hablas? Ya me conoces. Soy el hijo de Luca Alfonso. ¿Quién soy? Estoy seguro de que no su protector. Soy el idiota sin corazón que le quitó a su padre cuando más lo necesitaba. Eso es quién mierda soy—. A mí, dijo que me tenía a mí. Como si fuera digno de esa responsabilidad. ¿No la quería? ¿Cómo podía un padre tener una hija como Paula y no querer protegerla?


—Pude marcharme sin tu aparición, Pedro. No podía quedarme. No me ha necesitado en años. No me necesita ahora. No soy lo que necesita. Pero tú... tal vez tú lo seas.


¿Cómo diablos pensaba que eso poseía algún sentido?


—Estará bien. Estará mucho mejor sin mí. Adiós Pedro—dijo Miguel, con una sensación de pesadez en su voz que no había oído antes. Luego se cortó la comunicación.


Colgó.


Me quede ahí mirando la carretera delante de mí. No haría nada por ella.


Realmente dejaría que arreglara las cosas por su cuenta. Y guardaba la pequeña esperanza que la ayudara. Eso fue todo.


Se encontraría bien. Me aseguraría de ello. Se encontraría jodidamente perfecta.


No dejaría que nadie le hiciera daño. La protegería. Sin un padre para mantenerla a salvo, me tenía a mí. No estaba sola. Nunca más.


Me tenía.


Ya no quería hablar con Federico. Necesitaba estar solo. Para pensar. Para planificar.


Paula era mi protegida. Debía de asegurarme de no dejarla de nuevo. Se lo merecía tan jodidamente tanto.




*****



Llegué a casa horas después con una nueva determinación. 


Me gustaría ser amigo de Paula. Me gustaría ser su mejor amigo. El maldito mejor jodido amigo que alguna vez tendría. Nada podría tocarla o hacerle daño. No me querría haciéndole las cosas fáciles o cuidándola, así que tendría que hacerlo en silencio. Hacerle creer que estaba manejándolo.


Abrí la puerta, una sonrisa tocando mis labios. Saber que se encontraba dentro hizo que las cosas parecieran bien en el mundo. Hasta que la vi en las escaleras vestida como un jodido sueño húmedo.


Santo infierno, ¿por qué llevaba puesto eso?


Una falda corta de mezclilla con botas, botas vaqueras... querido Señor, ten piedad. —Maldición —murmuré, cerrando la puerta detrás de mí. Llevaba eso. A la discoteca…con Isabel.Mierda.—¿Tú, uh, usarás eso para salir a la discoteca?— pregunté, tratando de no dejar que escuchara el pánico en mi voz.


—Iré a un bar de música country. Estoy bastante segura que es una cosa completamente diferente —dijo, sonriéndome nerviosamente.


Un bar. Iba a un bar. Vestida así.


Me pasé la mano por el cabello y traté de recordarme a mí mismo que quería que fuéramos amigos. Los amigos no se vuelven locos y exigen cambios de ropa antes de salir de casa.


—¿Puedo ir con ustedes esta noche? Nunca he estado en un bar de ese estilo — dije.


Paula abrió mucho los ojos. —¿Quieres venir con nosotras?


Dejé que mi mirada viajara por su cuerpo otra vez. Oh, diablos, sí, lo haría. —Sí, eso quiero.


Se encogió de hombros. —Está bien. Si realmente quieres ir. Sin embargo, necesitamos irnos en diez minutos. Isabel está esperando que la recoja.


Dejaría que fuera. Sin discusión. Gracias a Dios. —Puedo estar listo en cinco —le aseguré, y me fui por las escaleras. 


Me podría cambiar y bajar con tiempo suficiente.


Hombres borrachos en un bar con Paula viéndose como un ángel en un par de botas vaqueras. Eso no pasaría. Al menos no sin mí allí para quitárselos de encima.


Si iba a un maldito bar de música country, lo experimentaría luciendo igual que el hijo de Luca Alfonso. Los bares country no eran lo mío, aunque las botas de Paula formaban parte sin duda de mi lista de cosas favoritas. Por algún motivo verla en esas botas era un extra.


Agarré una playera de Slacker Demon y la tiré sobre mis vaqueros. Después añadí el anillo para el pulgar. Me lavé los dientes y agregué desodorante antes de parar y mirarme en el espejo. Me faltaba algo.


Cogí algunos de los pequeños aros que llevaba de vez en cuando y los deslicé en mi oreja. Sacando la lengua, sonreí, pensando en el interés de Paula en mi piercing.


Anoche prácticamente la tuve en mi regazo tratando de mirarlo. Si intentaba eso esta noche, podía ser que la dejara arrastrarse encima de mí. Sacudiendo esos pensamientos de mi cabeza, los cuales me llevarían a nada más que problemas, corrí por las escaleras.


No me tomé los diez minutos, pero me apuraba.


En mi camino de regreso por las escaleras, mis ojos encontraron a Paula, que me observaba de cerca. Lo que hizo que mi corazón se acelerara cuando me miró como si
fuera algún tipo de delicia. Dios sabe que había pensado en saborearla de muchas, muchas maneras. La idea que tuviera pensamientos sucios sobre mí me puso más
excitado de lo que necesitaba en estos ajustados pantalones.


Cuando sus ojos hicieron su camino a mi cara, saqué la lengua para que pudiera ver el piercing. Sus ojos se ensancharon, y quise gemir. Maldita sea, las cosas que quería hacerle con esta pequeña pieza de plata.


—Me imaginé que si voy a ir un bar sureño con chicos en botas y sombreros vaqueros, necesito permanecer fiel a mis raíces. El Rock and Roll está en mi sangre. No puedo fingir encajar en ningún otro lugar —expliqué.


Se echó a reír. —Esta noche estarás tan incómodo y como yo me siento en tus fiestas. Esto será divertido. Vamos, engendro del rock —dijo, luciendo satisfecha antes de dirigirse hacia la puerta.


Me apresuré a su alrededor y le abrí la puerta. Otra cosa que debería hacer todo el tiempo. —Dado a que tu amiga viene con nosotros, ¿por qué no tomamos uno de mis autos mejor? Estaríamos más cómodos que en tu camioneta —sugerí. Quería que Paula se sentara junto a mí. Cerca de mí. Y así poder ver esas piernas... y esas botas. No quería estar apretado en una camioneta con Isabel.


Me miró por encima de su hombro. —Pero encajamos mejor si vamos en mi camioneta.


Saqué un pequeño control remoto del bolsillo para abrir la puerta del cochera, donde estaba estacionado mi Range Rover. Paula giró su mirada y veía cómo la puerta se abría.


—Eso es ciertamente impresionante —dijo.


—¿Eso significa que podemos tomar el mío? No me emociona compartir asiento con Isabel. A la chica le gusta tocar las cosas sin permiso —le dije. Nunca me ha tocado, pero he oído hablar de ella.


—Sí, le gusta. Es un poco coqueta, ¿verdad? —dijo Paula sonriendo.


—Coqueta se queda corto —contesté.


—Bien. Seguro. Usaremos el auto de Pedro Alfonso si tanto insiste —dijo Paula con un encogimiento de hombros.


Anotación. Ahora la metería en el asiento del copiloto antes que tratara de subir a la parte de atrás. Me dirigí hacia el Range Rover, asintiendo para que me siguiera.


Le abrí la puerta, se detuvo y me miró. —¿Abres la puerta de todas tus amigas?


Nunca abrí las puertas para las chicas. Eso les esperanzaba. Pero con Paulaquería hacerlo. Quería que se sintiera querida. Maldita sea, esto era peligroso. —No —le dije sinceramente y me alejé para entrar en mi lado. No debería coquetear. No debería tratarla como si pudiera haber algo más.


Subí. No estaba seguro de qué decir.


—Lo lamento, no quise ser grosera —dijo, rompiendo el silencio.


Le hacía esto extraño. Trabajaría para que esto funcionara. 


—No. Tienes razón.No tengo ninguna amiga, por lo tanto no soy bueno para equilibrar lo que debo o no hacer.


—Así que ¿Abres las puertas para tus citas? Es algo muy caballeroso. Tu madre te crió bien—. Sonó algo celosa. Pero… No. Eso no tenía sentido.


—En realidad, no. Yo… tú pareces el tipo de chica que merece que le abran la  puerta. Tuvo sentido en mi cabeza al momento. Pero comprendo tu punto. Si vamos a ser amigos, necesito dibujar una línea y permanecer detrás de ella.


Una pequeña sonrisa apareció en sus labios. —Gracias por abrirla para mí. Fue dulce.


Me encogí de hombros. No creía que pudiera decir algo sin sonar como un idiota.


—Necesitamos recoger a Isabel. Estará en la parte trasera del campo de golf.Tenía que trabajar hoy. Se duchará y vestirá allí —explicó Paula.


Salí del camino de entrada y giré hacia el club. Paula e Isabel eran dos personas completamente diferentes. La idea de ellas siendo amigas no encajaba. —¿Cómo se volvieron amigas tú y Isabel?


—Trabajamos juntas un día. Creo que ambas necesitábamos una amiga. Es divertida y un espíritu libre. Todo lo que yo no.


No pude evitar reír. —Lo dices como si fuera una cosa mala. No quisieras ser como Isabel. Confía en mí.


No discutió conmigo. Al menos sabía que Isabel no era alguien a quien imitar.


Cuando no dijo nada más, me concentré en llegar al bar y no en mirar a sus piernas, las cuales cruzó, haciendo a su falda aún más corta. Paula tenía buenas piernas. El poco sol que había tomado en la playa hizo que su piel brillara.


La idea de esas piernas envueltas a mí alrededor me hizo temblar. Mantuve los ojos en la carretera, y cuando se movió, no bajé la mirada. Movía las piernas. Maldita sea.


Cuando aparqué frente a la oficina, abrió la puerta inmediatamente y bajó de un salto. Mierda. ¿Se movía para dejarle a Isabel el asiento del pasajero? No quería a Isabel
a mi lado.


Paula había avanzado hacía la puerta cuando esta se abrió y Isabel salió caminando vestida como si cobrara por sexo. ¿Pantalones cortos de cuero rojo? ¿En serio?


—¿Qué diablos estás haciendo en uno de los coches de Pedro? —Preguntó, mirando al Range Rover y luego a Paula.


—Viene con nosotros. Pedro quiso ir con nosotras al bar, también. Así que...—Paula me miró.


—Esto limitará tus oportunidades de ligar. Sólo digo —dijo Isabel, mientras caminaba por las escaleras. Luego hizo una pausa y estudió el atuendo de Paula—O no. Luces caliente. Quiero decir, sé que eres hermosa pero luces realmente caliente con eso. Quiero unas botas vaqueras para mí. ¿De dónde sacaste esas? —No Jodas. Se veía jodidamente increíble. No había pasado tiempo con Isabel, pero me gustó el hecho de que no fuera maliciosa al admitir que Paula lucía increíble.


—Gracias, y por lo de las botas, las conseguí en navidad dos años atrás por parte de mi mamá. Eran suyas. Las he amado desde que las compró y después de que se puso, después... de que enfermó… me las dio a mí.


Mi pecho se contrajo. No sabía que eran de su madre. 


Mierda. Estuve pensando en hacerle cosas malas mientras usaba esas botas y eran un recuerdo de su madre. Me sentí como un idiota.


—¿Tu mamá se enfermó? —Preguntó Isabel. Al parecer, no habían hablado mucho. ¿O era yo el único al que Paula habló sobre su mamá?


—Sip. Pero eso es otra historia. Vamos a buscar a nuestros vaqueros —dijo Paulaevitando su pregunta. Quería encontrar un vaquero. Maldita sea, eso me dificultó respirar. No tendría problemas para encontrar a un hombre. Todos vendrían corriendo cuando la vieran. No podía entorpecer su diversión. Nunca me dejaría acompañarla otra vez.


Encontrar una manera de estar cerca y verla sin interponerme en su camino iba a ser complicado. Y jodidamente difícil. Querría arrancarle los brazos a cualquiera que la tocara. No haría ninguna promesa si alguien le tocaba el trasero. Lo haría en ese caso.


Isabel caminó hacia el Range Rover, sonriéndome como si supiera mi secreto.


Luego pasó por delante de la puerta del pasajero y abrió la puerta del asiento trasero. — Te dejaré ir adelante, porque tengo un fuerte presentimiento que es donde el conductor
te quiere —dijo, mientras dejaba caer su pelo sobre su cara y me guiñaba un ojo.


Ja. La chica no era tan mala después de todo.


Paula volvió a subir en el asiento delantero y me sonrió. —Es hora de buscar nuestro vaquero interior —dijo con un brillo en su mirada.

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