jueves, 4 de diciembre de 2014
CAPITULO 155
—Tú habitación está arriba ahora. —Le recordé una vez que entró en la casa y se dirigió a la cocina. Todavía no habíamos hablado. No estaba seguro de qué decirle o incluso la forma de hablarle ahora.
Se detuvo, luego dio media vuelta y se dirigió a las escaleras. No podía dejarla ir así.
—Traté de mantenerme lejos de ti. —dije.
Se detuvo y se volvió para mirarme. El dolor en sus ojos era demasiado. No quería hacerle daño. Sin embargo, yo sería su mayor angustia. Me odiaba a mí mismo.
Odiaba lo que yo era, quién era.
—Esa primera noche, traté de deshacerme de ti. No porque no me gustaras. —Me reí amargamente ante la verdad—. Sino porque lo sabía. Sabía que te meterías debajo de mi piel. Sabía que no sería capaz de mantenerme alejado. Tal vez entonces te odié un poco a causa de la debilidad que serías capaz de encontrar en mí. —Supe desde el primer momento que ella era un problema. Me rompería.Pero no supe que me poseería.
—¿Qué es lo que está tan mal de que te sientas atraído por mí? —preguntó, una lágrima brillando en el rabillo de su ojo. Mierda. Odiaba saber que no entendía.
—Porque no sabes todo, y no puedo contarte. No puedo contarte los secretos de Daniela. Son suyos. La amo, Paula. La he amado y protegido toda mi vida. Es mi hermana pequeña. Es lo que hago. A pesar de que te quiero como no he querido ninguna otra cosa en mi vida, no puedo contarte los secretos de Daniela—Si ella solo pudiera tomar eso como su respuesta y darme tiempo. Todas las cosas que hice tenían que ser corregidas.
Tenía que haber una manera de corregir los errores.
—Puedo entender eso. Está bien. No debería haber preguntado. Lo siento. —dijo con una voz suave. Ella quería decir eso. Estaba jodidamente disculpándose. A mí—. Buenas noches, Pedro—dijo, se volvió y me dejó allí.
La deje ir. Me decía que estaba bien tener mis secretos, pero también que no podía tenerla. ¿Cómo haría esto? La sentí en mis brazos. Sabía lo que su sonrisa podía hacerme y cómo la forma en que me miraba controlaba mi maldito humor.
Era como si se hubiera convertido en el sol, y yo había comenzado a girar alrededor de ella. Era mi centro.
Sin embargo, yo era la razón por la que vivió en el infierno.
Le di a su padre un lugar para correr. Fui a él cuando él estaba débil y necesitaba estar con su hija y su esposa. Le había dado otro lugar para ir. Otra vida para entrar. Otra hija para reclamar y otra familia para pertenecer.
Y él la dejó. Completamente sola. Si sólo me hubiera importado lo suficiente para averiguar a quién le estaba tomando. . . pero no me importó. Sólo quise dar a Daniela lo que tanto deseaba. No pensé en nadie más. Sólo Daniela. Siempre era Daniela.
O había sido. No lo era más.
No podía ignorar la verdad. La felicidad y la seguridad de Paula significaban mucho para mí. La protección de Daniela ya no era mi primera prioridad. Paula estaba tomando ese lugar. Se trasladó directamente en mi vida y lo cambió todo.
Debería odiarla por eso. Pero no podía. Nunca la odiaría.
Eso era imposible.
Subí las escaleras y me detuve ante la puerta de la habitación donde estaba ahora escondida. La quería en mi cama esta noche. Pero sabiendo que estaba durmiendo en
lujo, significaba que sería capaz de descansar mejor. El pesar en mi pecho sería mi única compañera en la cama esta noche.
El sonido de un timbre del teléfono irrumpió a través de la dulce oscuridad, y me obligó a abrir los ojos para llegar al sonido infractor. Había permanecido despierto la mayor parte de la noche. Por supuesto, ahora que finalmente me había quedado dormido, mi maldito teléfono tenía que sonar. Agarrándolo, noté el sol a través de las persianas.
Era más tarde de lo que pensaba. Tal vez estuve dormido durante más tiempo de lo que pensaba.
—Hola. —Gruñí en el teléfono.
—¿Todavía estás dormido? —La molesta voz de Antonio no mejoró mi humor.
—¿Qué quieres? —Le pregunté. No era asunto suyo si todavía estaba dormido.
—Se trata de tu hermana. —dijo.
Me senté en la cama y froté el sueño de mis ojos. No estaba de humor para despertar y hacer frente a los problemas de Daniela. Tenía los míos.
—¿Qué? —Ladré.
—Si le habla a Paula o cualquiera de mis otros empleados con falta de respeto, me aseguraré de retirar su afiliación. Puede que no te importe que sea una mocosa malcriada, pero cuando su veneno causa una escena y avergüenza a la mejor camarera que hemos tenido en el comedor en el mes, entonces se convierte en un problema.
¿Paula? ¿Qué? —¿Qué estás diciendo? ¿Daniela le hizo algo a Paula? ¿O a una de tus camareros? Estoy confundido.
—Paula es uno de mis camareros. La trasladé al comedor la semana pasada. Y la perra de tu hermana la llamó basura blanca y exigió que la despidiera hoy. Delante de todos. —La voz de Antonio fue cada vez más fuerte. Él estaba enojado pero nada cerca del nivel de enojado con el que yo estaba tratando—. Me doy cuenta de que no te importa Paula. Es obvio por el hecho de que está durmiendo en tu maldita despensa.
Pero ella es especial. Trabaja mucho, y todos la quieren. No voy a permitir que Daniela la lastime. ¿Me entiendes?
No me gustaba Antonio diciendo que Paula era especial. Joder, sabía que era especial, y él tenía dejar de entrometerse. ¿Y por qué la trasladó dentro del campo de golf? ¿La quería cerca de él? ¿Era eso? Por mucho que quisiera aliviarme de que estaba fuera del calor, la idea de que la trasladó dentro para estar cerca de él me enfureció. Y
Daniela. Joder. Me empujó demasiado lejos. Iba a tener que lidiar con ella. No estaba bien con ella hablándole a Paula de esa manera, tampoco. Nadie iba a insultar a Paula.
Nunca. Otro problema que tenía que corregir. Otra cosa que era mi culpa.
—Me. Entiendes. —La voz de Antonio me recordó que no le había respondido. Si no fuera por el hecho de que él estaba enfadado por cómo fue tratada Paula, le habría recordado a quién exactamente le estaba hablando. Pero sólo por esta vez, iba a permitir que se enfadara conmigo. Porque él estaba en lo cierto. Esto era mi culpa. Mi hermana se convirtió en el monstruo había creado.
—No la tengo más en la despensa. La trasladé a una habitación. Me encargaré de Daniela. —Le dije, luego, decidí que también necesitaba entender algo más—. Paula es mía. No la toques. Te mataré. ¿Me entiendes?
Antonio dejó escapar una risa sin humor. —Sí. Lo que sea, Alfonso, no estoy asustado de tus amenazas. La única razón por la que no tocaré a Paula es porque no me quiere. Es jodidamente obvio a quien quiere. Así que cálmate de una maldita vez. La has tenido desde el principio. Sin embargo, estás seguro como el infierno que no la mereces. —dijo, y luego colgó.
Antonio, pensaba que me quería. Dios, esperaba que tuviera razón.
Me levanté y llamé a Daniela.
—Hola. —dijo en un tono molesto.
—¿Dónde estás?—Pregunté mientras me dirigía al baño.
—En el Club. Estoy jugando al tenis en diez minutos. —respondió.
Me tomaría treinta minutos ducharme y tomar un poco de café. —Mi casa, treinta minutos. —dije, y colgué, sin esperar a que discutiera. Sabía que no debía hacerme enojar, y no tenía duda de que sabía exactamente de qué se trataba.
Me aseguraré de que mi hermana deje tranquila a Paula.
Luego conseguiré un teléfono para Paula. Necesitaba un maldito teléfono. Quería asegurarme de que estaba bien
cuando no sabía dónde estaba.
Y cocinaría para ella. Quería verla comer. Quería darle de comer.
Compensar lo mal que jodí las cosas antes.
Además, no la quiero durmiendo en esa habitación esta noche. La quería en la mía.
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