miércoles, 3 de diciembre de 2014

CAPITULO 152





—Pedro Alfonso yendo a un bar de country, qué pensamiento tan divertido —dijo Isabel en tono divertido que decía que entendía exactamente por qué estaba aquí.


—Divertido. —Estuve de acuerdo—. ¿Hacia dónde vamos, Isabel? —le pregunté,para distraerla de ir más allá con las burlas y de avergonzar a Paula.


—Vamos hacia la línea de Alabama. Está a unos cincuenta kilómetros por este camino —me dijo. Me imaginé que tenía que ser un local. Ningún lugar en Rosemary Beach o sus alrededores sería dónde encontrarías a clientes vaqueros.


Isabel habló sobre el trabajo de ese día y todo lo que se había perdido Paula.


Algunos dramas de chicas. Al parecer, una chica pensaba que Marcos era caliente, y era un camarero en el restaurante del club. Ella se enojó con otra chica porque estaba coqueteando con Marcos. Era muy querido entre los clientes en el club, también. El problema era que él prefería a los hombres. Era un gran secreto, porque a Marcos le gustaban los cumplidos que recibía de las mujeres de mayor edad. Así que todos estaban perdiendo su tiempo. 


Pero la gente no sabía que competía en el otro equipo.


Paula lo encontró divertido, y disfruté escuchando su risa. Incluso bajé la música para que pudiera concentrarse en lo que estaba diciéndole a Isabel. Ella trató de incluirme alguna vez, pero sobre todo escuchaba hablar a Isabel.


Nos detuvimos frente a un bar que reconocí. Debería haber sabido que nos dirigíamos aquí cuando Isabel había dicho de ir hacia la frontera del estado de Alabama. Este no era cualquier bar. Era uno famoso. Campesinos sureños de todos los lugares hacían su camino aquí para tomarse una cerveza.


Paula abrió su propia puerta antes de que pudiera llegar a ella. Decidí retroceder y dejarla disfrutar. Por lo menos lo mejor que podía. Caminé junto a ellas mientras Isabel explicaba sobre el bar y por qué era famoso. Después de abrir la puerta del bar, di un paso atrás y dejé que las chicas entraran. Los ojos de Paula estaban muy abiertos mientras entraba en el lugar. Isabel explicó que la banda en vivo tocaría en breve, y la sonrisa de Paula se hizo más grande. 


No miré alrededor. Sabía que los hombres las estaban revisando, y yo no estaba seguro de poder manejar la situación. Mantuve mi concentración en ella. Entonces Isabel mencionó los chupitos de tequila. Mala idea.


Me moví detrás de Paula y puse mi mano en su espalda. No se dio cuenta, pero eso mostraba posesión, y estos imbéciles necesitaban saber que estaba con ella. Dirigí a
las chicas al reservado vacío más lejos de la pista de baile. 


La música estaba tan condenadamente alta que no podía oír la suave voz de Paula.


Paula se deslizó a un lado, y me aseguré de estar de pie de forma que Isabel no tuvo más remedio que empujarme a un lado o sentarse frente a Paula. Entonces me deslicé al lado de Paula. Isabel no se perdió mi movimiento y me lanzó una mirada. Ella quería que Paula cazara a los vaqueros esta noche.


No lo iba a poner así de fácil, incluso si Paula quería. No estaba seguro de que podría permitírselo, sin patear el culo de alguien.


—¿Qué quieres tomar? —pregunté, inclinándome hacia la oreja de Paula para que pudiera oírme. Y para que yo pudiera olerla.


—No estoy segura —dijo, y miró a Isabel—. ¿Qué puedo beber? —le preguntó.


Isabel la miró sorprendida y se echó a reír. —¿Nunca has bebido antes?


No, ella no había bebido antes. ¿Podría Isabel mirar a Paula y ser capaz de darse cuenta de eso?


—No soy lo suficientemente mayor como para comprar mi propio alcohol, ¿y tú?—preguntó ella dulcemente.


Estaba tan contento de estar aquí. La idea de esto sucediendo sin que yo estuviera aquí para protegerla, me hizo enfermarme.


Isabel aplaudió como si estuviera mareada de placer ante la idea de que Paula era completamente inocente. —Esto será muy divertido. Y sí, tengo veintiuno o por lo menos eso dice mi identificación. —Ella me miró—. Debes dejarla salir. La voy a llevar al bar.


Un infierno. Miré a Paula, ignorando a Isabel —¿Nunca has bebido alcohol? —le pregunté, aunque ya sabía que no lo había hecho.


—Nop. Pero pretendo remediar eso esta noche —dijo con determinación.


Demasiado dulcemente.


—Entonces, necesitas ir lento. No tendrás una tolerancia muy alta —le expliqué, entonces volví para agarrar el brazo de la camarera caminando junto a nosotros. Tenía que alimentar a Paula primero—. Necesitamos un menú.


—¿Por qué vas a ordenar comida? Vinimos aquí para beber y bailar con vaqueros. No a comer —dijo Isabel enojada.


Ella podía joderse. Yo no iba a dejar que le hiciera daño a Paula. Beber podía hacer daño si no se hace bien. Si Isabel quería discutir conmigo, íbamos a tener un problema. —Ella nunca ha tomado antes. Necesita comer primero o vomitara sus tripas en dos horas más.


Isabel agitó su mano hacia mí, como si estuviera hablando chino. —Como sea, papá Pedro. Voy a buscarme algo de beber y le traeré algo a ella, también. Así que aliméntala rápido.


La camarera regresó con un menú, así que lo tomé y volví mi atención a Paula — Escoge algo. No importa lo que la diva borracha diga, necesitas comer primero.


Paula asintió amablemente. No le gustaba la idea de enfermarse, tampoco. Por lo menos ella era cautelosa. Me alegré mucho. Isabel, no tanto. No me gustaba ella acercándose a Isabel.


—Las papas fritas con queso se ven bien —dijo Paula casi demasiado bajo.


No iba a perder el tiempo. Isabel había ido por las bebidas, y yo quería la comida de Paula rápido. Le hice señas a la camarera. —Papas fritas con queso. Dos órdenes y un vaso grande de agua —le dije.


Ella asintió y salió corriendo. Me sentí mejor sabiendo que la comida estaba en camino. Y que iba verla comer. Quería verla, pero lo del sándwich de mantequilla de maní estaba jodiendo mi cabeza.


—Así que estás en un bar country. ¿Es lo que esperabas que fuera? Porque si soy honesto, la música es dolorosa —le dije, echándome hacia atrás y mirando a Paula.


Realmente no había prestado atención a la música country desde que habíamos caminado adentro. Estuve más preocupado por conseguirle comida a Paula.


Ella se encogió de hombros y miró a nuestro alrededor. —Acabo de llegar y no he bebido ni bailado todavía, así que te diré después de que suceda.


¿Ella quería bailar? Fantástico. —¿Quieres bailar?


—Sí, quiero. Pero necesito una inyección de coraje primero, y necesito que alguien me lo pida. —dijo.


—Pensé que te había preguntado —le dije. Quería ser la persona que la sostuviera durante las lentas canciones de country. No un vaquero borracho.


Paula se inclinó hacia adelante y puso sus codos sobre la mesa, y luego apoyó la barbilla sobre las manos antes de mirar por encima de mí. —¿Crees que es una buena idea?


No tenía que preguntarle por qué. Los dos sabíamos lo que pasó cuando nos tocábamos o estábamos demasiado cerca. 


Perdía el control. Ella quería un amigo. Nada más de mí. Era inteligente. —Probablemente no —admití.


Ella asintió.


La camarera deslizó las papas fritas con queso frente a nosotros, junto a una taza de agua fría. Paula rápidamente cogió una papa y le dio un mordisco.


No pude evitar sonreír. —Esto es mejor que los sándwiches con mantequilla de maní, ¿no? —preguntó. Ella sonrió y asintió, recogiendo otra papa frita. Yo no iba a ser capaz de comer. Ella era malditamente fascinante.


—Pensé que deberías empezar con algo fácil —dijo Isabel, volviendo a sentarse en su lado de la cabina—. El tequila era una bebida de chicas grandes. No estás lista aún. Este es un caramelo de limón. Es dulce y delicioso.


Mierda. Ella traía sus chupitos. ¿Qué estaba mal con la cerveza? Las chicas siempre iban por esos dulces chupitos y acaban destrozadas demasiado rápido. —Come más papas fritas primero —animé a Paula.


Ella no discutió conmigo. La vi comer un poco más, y entonces alcanzó la bebida de limón. —Bien, estoy lista —dijo, sonriendo a Isabel. Recogieron sus copas juntas y llevándolas hasta sus labios. Vi como Paula echó la cabeza hacia atrás y bebió demasiado del dulce líquido. Le iba a gustar. No sé cómo podría manejar a una Paula borracha.


—Come —le dije cuando sus ojos se encontraron con los míos sobre el vidrio.


Ella apretó los labios, y luego una risita se le escapó. Se estaba riendo de mí ahora. Un maldito trago, y se reía.


—Me encontré con algunos chicos en el bar —le contó Isabel mientras comía papas—. Te señalé y nos han estado viendo desde que llegamos. ¿Estás lista para hacer nuevos amigos?


Oh, mierda no. Me acerqué más a Paula, luchando contra el impulso de abrazarla en su asiento. Ella quería hacer esto. Estábamos aquí para que ella tuviera un buen rato.
Paula asintió y me miró.


—Déjala ir, Paula. Puedes mantener la cabina caliente en caso de que regresemos —dijo Isabel, sonando molesta conmigo otra vez.


No quiero hacer esto. Ella estaba a salvo aquí conmigo. Si podía oler su dulce aroma, entonces esos mirándola también podrían. Mierda, odiaba esto.


Los ojos de Paula tenían esperanza, y pude ver su emoción. 


No podía impedir esto. De mala gana, me deslicé fuera de la cabina y la dejé salir.


—Ten cuidado. Estaré aquí por si me necesitas —le susurré al oído mientras caminaba junto a mí. Ella asintió y volvió a mirarme como si pudiera estar cambiando de opinión. Me gustaría llevármela de aquí rápido. Todo lo que tenía que hacer era decir la palabra.


—Vamos, Paula. Es tiempo de conseguir bebidas gratis y hombres. Eres la compañera más sexy que he tenido. Esto deberá ser divertido. Sólo que no le digas a los chicos que tienes diecinueve. Diles a todos que tienes veintiuno —dijo Isabel.


Mis manos se apretaron en puños mientras me senté de nuevo en la cabina que se había quedado vacía.


—Está bien —dijo Paula.


No podría verla hacer esto. No sería capaz de mantenerme alejado.


No miraría. No miraría.


Ah, demonios, iba a mirar. Había empezado a girarme cuando una rubia se acercó a mí y se sentó en la mesa frente a mí. —Tú no encajas aquí —dijo ella, con un acento del sur, que era más grueso de lo habitual.


Miré hacia atrás a Paula. Estaba sonriéndole a un chico con rizos. Mierda. Sin embargo, se veía feliz. Él no la estaba tocando. Parecía que se divertía. Tenía que dejarla hacer esto. Si no necesitara conducir a casa, me emborracharía. 


Haría esto mucho más fácil de soportar.


—¿Es tuya? —preguntó la chica, deslizando una pierna por encima de mi regazo.


Me volví hacia ella.


—No. Ella es... somos amigos —le expliqué.


La rubia se inclinó hacia adelante, dándome un buen vistazo de sus grandes y compradas tetas.


Era un hombre normal, por lo que no tuve ningún problema con eso. Buenas tetas eran agradables. Las suyas lo eran. Simplemente no estaba interesado. Tenía que vigilar a Paula.


—Está loca al irse para estar con alguien como él cuando tiene a alguien como tú esperando por ella —dijo la chica, moviendo su pierna más cerca de mí.


Miré de nuevo a Paula, que hablaba con el otro chico ahora. Isabel estaba con el del pelo rizado. Paula parecía estar bien. Tuve que dejar de mirarla. —Ella, eh, nunca había estado en un bar antes. Está explorando las cosas —le dije, volviendo la atención hacia la rubia.


La rubia movió su pierna hasta posar su tacón en el asiento junto a mí. Bajé la mirada para tener una vista directa a la falda. Bragas rojas. Agradable.


Deslicé un dedo por su muslo antes de mover la falda hacia abajo. Ya que aquí toda la maldita barra podía ver... o Paula.


—Puede que quieras cerrarlas —dije, con una sonrisa para aliviar el rechazo.


Ella se echó a reír, y se movió para levantarse y deslizarse a mi lado. —Tal vez si me siento aquí, tú puedes seguir centrándote en tu amiga, que parece estar pasándolo muy bien. Y si abro mis piernas, nadie más que tú y yo podemos ver —dijo, inclinándose hacia mí para que sus tetas se exhibieran de nuevo.


Si pudiera conseguir realmente el deseo de jugar con esos juguetes que ella me mostraba, entonces tal vez no estaría tan desanimado. Pero no ser capaz de ver a Paula me estaba poniendo nervioso. —Mira, eres caliente. No hay duda. Pero estoy aquí para mantener a mi amiga segura. Se trata de ella —le expliqué, cuando mis ojos encontraron Paula caminando hacia la pista de baile con el chico que había estado hablando. Su mano estaba en su espalda ahora. No la mía. Los celos eran dolorosos, y nunca los había experimentado antes. Pero, maldita sea, cuando se apoderan de ti, los sientes. Sabes jodidamente cómo son.


—Mírala, ella está bailando. No está en absoluto preocupada por ti —dijo la rubia, presionándose más cerca de mí y deslizando su mano por mi pierna.


Me agaché y la agarré antes de que se deslizara por encima de mi polla. Aunque yo no quería su mierda, mi maldita polla iba a reaccionar por la atención y darle una idea equivocada. Puse la mano de nuevo en su propio regazo.


—Ella te tiene en sus manos, ¿verdad? Maldita sea. —La mujer miró a Paula y se encogió de hombros—. Supongo que el ser joven y fresca es lo que hace a los hombres.
Pero, ella no será siempre tan dulce y nueva.


Entendía todo mal. La mayoría de las mujeres como ella lo hacía. No entendían que un hombre pudiera querer a alguien por algo más que su apariencia. Que no era siempre el sexo lo que lo hacía caer. Que a veces era algo más. 


Más...


—Puedo hacer que te olvides de que existe —dijo la rubia, moviendo su boca a la mía.


—Guau. —Le tomé la cabeza para detenerla. Yo no beso. Las bocas que no conocía habían estado en demasiadas pollas para contar—. No vayas allí, cariño. Lo siento, pero tienes razón. Ella me tiene en su mano. No me quiere de esa manera, pero tiene toda mi atención. Nadie más nunca se va a comparar.


La mujer sacó su labio inferior en un puchero que parecía ridículo, a continuación, pasó la pierna a mi lado. Sin darse por vencida fácilmente. —Un beso.Sólo un beso realmente bueno —dijo ella, apoyándose en mí otra vez.


Tuve que mantener su cuerpo de nuevo con fuerza otra vez. —No beso bocas que sé que han tenido en su interior a pollas que no sean la mía —le dije sin rodeos, sabiendo que la detendría.


Se quedó inmóvil, y sus cejas se alzaron. —¿Quieres decir que sólo lo haces con vírgenes? —preguntó, incrédula.


Me reí y sacudí la cabeza. —No. Quiero decir que yo no beso. Follo, pero yo no beso —le aclaré.


Ella se echó hacia atrás y me miró. —¿En serio? ¿Y las chicas están de acuerdo con eso?


Había empezado a responder cuando vi que la cita de Paula estaba solo en la pista de baile. ¡Mierda! ¿Dónde estaba ella? —Muévete —le exigí, empujando a la mujer
para que yo pudiera salir de la cabina—. ¡Ahora, maldita sea, muévete! —le grité.


Ella se movió hacia atrás, mirándome, pero yo no tenía tiempo para explicaciones. Paula se había ido, y yo no la vi salir. Se suponía que debía estar observándola. Apestaba en esto.


Tenía que encontrarla. Su pareja de baile se dirigió hacia la puerta, pero una mujer se acercó a él y le distrajo. Me ocuparé de él más tarde si lo necesitase. Ahora mismo, iba a ver si Paula había ido fuera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario