martes, 2 de diciembre de 2014

CAPITULO 150




Caminé pasando las pocas personas en la cocina y me dirigí a la puerta principal.


Tenía que salir a la calle y calmarme. Al aire fresco sin nadie alrededor para verme perder mi mierda. Rechazar a Paula casi me había matado. Rechazar sus dulces y dispuestos labios... santo infierno, ningún hombre debería pasar a través de esta tortura.


—¿Quieres hablar de eso? —preguntó Fede, cuando la puerta se cerró detrás de mí.


—Necesito estar solo —le dije. Agarré la barandilla del pórtico y mantuve los ojos fijos en la calzada llena de coches.


—No vas a ser capaz de seguir con esto. Está bajo tu piel ahora —dijo Fede, llegando a estar a mi lado. Debería haber sabido que ignoraría mi petición de dejarme solo con mis pensamientos.


—No voy a hacerle daño —le dije.


Fede suspiró, se inclinó sobre la barandilla, y me miró mientras cruzaba las manos sobre su pecho. —Tan dulce como Paula es, no estoy preocupado por ella. Estoy más preocupado por ti —dijo.


—Lo tengo bajo control.


—No. No lo haces. Estás manteniendo tus manos fuera de ella, cuando es obvio, para cualquiera que ve como ella te mira, que dejaría que la tocaras de cualquier manera que quisieras. Pero no vas a tocarla. Nunca, y me refiero a jodidamente nunca,te he visto rechazar a alguien que luce como Paula. Lo que significa… que tienes sentimientos por ella. Ese es por qué estoy preocupado por ti. Va a averiguar acerca de su padre y Daniela, y cuando lo haga, va a correr como el infierno. Los odiará a todos ustedes. No quiero verte sufrir.


—Lo sé —le dije. Joder, lo sabía. Es por eso que no la transportaba en brazos a mi habitación y la encerraba allí conmigo. No podía ir ahí con ella.


—Está afuera, en la parte de atrás, con Antonio—dijo Fede.


De pie con la espalda recta, solté la barandilla y miré la puerta. —¿Cómo lo sabes?


—La vi caminar por ahí antes de venir tras de ti —contestó.


No iba a dejar a Antonio cerca de ella, tampoco. Le haría daño. La usaría, y nadie iba a usar a Paula. Nadie. Nunca. Me aseguraría jodidamente de ello. —Tengo que ir a
buscarla. La hice enojar —le dije, en dirección a la puerta.


—Sabe que ella es inocente. Antonio no es un idiota. Es un buen tipo. Deja de actuar como si fuera un maldito cachondo.


Apreté mis manos en el pomo de la puerta y respiré hondo. 


—No me digas qué hacer, Fede.


Soltó una breve carcajada. —Nunca, hermano. Nunca.


Tiré la puerta y di un paso de vuelta al interior, con intención de encontrar a Paula y enviar a Antonio a casa.


—¡Oyeee Pedrooo! —Una mujer arrastró las palabras con entusiasmo y se aferró a mi brazo. Bajé la mirada para ver a una de las amigas de Dani, cuyo nombre no podía recordar, aferrándose a mí.


—No —le contesté, y seguí caminando. No me soltó. En cambio, se mantuvo riendo y hablando de sus bragas mojadas. Esta mierda me solía encender, pero el olor a
Paula y el pensamiento de sus grandes ojos mientras se arrastraba más cerca de mí para que pudiera estudiar mi lengua hizo a todo lo demás parecer barato.


—Soy Babs. ¿Te acuerdas? Solía pasar la noche con tu hermana en la secundaria —dijo, apretándose contra mí.


—No estoy interesado —le dije, tratando de liberarme cuando entramos a la cocina y mis ojos se fijaron en Paula. Se encontraba sola. Sin Antonio. Y me miraba.
Con... Babs, o quien estuviera en mi brazo. Mierda.


—Pero tú lo dijiste. —Babs empezó a discutir. No tenía idea de lo que pensó que dije. Luego besó mi brazo. Mierda—. Me quitaré las bragas aquí mismo, si quieres — continuó la chica, no aceptando un no por respuesta. Se tambaleó sobre sus talones y se aferró a mí, incluso más ahora.


—Babs, ya he dicho que no. No estoy interesado —repetí en voz alta, manteniendo los ojos fijos en Paula. Quería que me escuchara. Sabía que esto no era lo que quería. A quien quería.


—Será travieso —me prometió, y luego comenzó a reír. Nada en ella era atractivo.


—No, sería irritante. Estás borracha, y tu cacareo me está dando un dolor de cabeza —le dije, sin dejar de mirar a Paula. Ella tenía que creerme.


Paula bajó los ojos de los míos y se volvió a ir a la despensa. Bueno. Se hallaba a salvo allí, y necesitaba dormir.


—Oye, esa chica va a robar tu comida —susurró Babs en voz alta.


El rostro de Paula se puso rojo, y tiré a Babs de mi brazo, dejándola tropezarse para estar por su cuenta. —Vive aquí, puede comer lo que quiera —le informé a cualquier otra persona que pudiera decir algo para avergonzarla.


Los ojos de Paula se agitaron de vuelta a encontrarse con los míos.


—¿Vive aquí? —preguntó Babs.


El dolor en los ojos de Paula quemó un agujero en mi pecho. No podía soportarlo.


—No dejes que te mienta —dijo Paula—. Soy la invitada no bienvenida viviendo bajo sus escaleras. He querido un par de cosas, y él sigue diciéndome que no.


Mierda.


Cerró la puerta detrás de ella. Quise ir tras ella, pero sabía que si iba ahí, no saldría. No sería capaz de mantener mis manos y mi boca fuera de ella.


Antonio entró a la cocina y giró su mirada hacia mí. —No la mereces —dijo fríamente.
.

—Tú tampoco —le contesté, y luego me di la vuelta y me dirigí hacia las escaleras. Tenía que alejarme de estas personas.


Fede se encontró conmigo en el pasillo.


—Asegúrate de que Antonio se vaya. Si Blaire sale de su cuarto, ven a buscarme — le dije, sin siquiera mirarlo. Entonces me dirigí a mi habitación. Así podría recordarme a
mí mismo, una vez más, por qué no podía tocar a Paula.



***


¿Podrías no ser bueno para un solo beso? ¿Por favor? Esas palabras me habían mantenido despierto toda la maldita noche. Cómo diablos me salí de esa pequeña habitación, no tenía ni idea. Tenía que parar esto. No podía dejarla entrar más. No sabía la verdad. Tenía que protegerla. Mis sentimientos por ella ya eran demasiado peligrosos.


Por mucho que quisiera hablarle de Daniela, no podía. Me odiaría, y ya había ido demasiado lejos ahora. No podría vivir con Paula odiándome. Al menos no tan pronto.


No me hallaba listo a que me dejara. Eché un vistazo por encima del hombro hacia la puerta cerrada de la despensa. Ayer por la noche, los comentarios finales de Paula acerca de no ser bienvenida me habían cabreado. Cambiaría eso. Tal vez no me encontraba listo para pasarla al piso de arriba todavía, pero me gustaría darle de comer.


No tenía claro qué era lo que comía en las mañanas, pero ya que dormía hasta tarde hoy, tuve tiempo para hacer su desayuno.


La puerta de la despensa se abrió detrás de mí, y di un vistazo atrás para ver a Paula mirándome con una expresión de sorpresa en su rostro. No habíamos terminado bien las cosas anoche. Esta mañana, iba a cambiar eso.


—Buenos días. Debe ser tu día de descanso.


No se movió y me dio una sonrisa forzada. —Huele bien.


—Saca dos platos. Hago un tocino que está de muerte. —Iba a ablandarla. Sabía que todavía se sentía enfadada conmigo por haberla rechazado la noche anterior, pero
maldita sea, lo había hecho por ella. No por mí.


—Ya he comido, pero gracias —dijo, y se mordió el labio inferior mientras miraba con nostalgia el tocino. ¿Qué diablos fue todo eso? ¿Y cuando había comido?


Había estado despierto por dos horas, y ella no había salido de su habitación.


Dejé el tenedor que estaba usando y me centré en ella en lugar del tocino. — ¿Cómo es que has comido ya? Acabas de despertarte. —La miraba con atención por si decidía no decirme toda la verdad. Si se trataba de no querer comer delante de mí o algún ridículo tema de chica como ese, ella iba a tener que superarlo.


—Tengo mantequilla de maní y pan en mi habitación. Lo tenía desde antes de venir.


¿Qué demonios acababa de decir? —¿Por qué tienes mantequilla de maní y pan en tu habitación? —le pregunté.


Se mordió nerviosamente el labio por un momento, luego dejó escapar un suspiro. —Esta no es mi cocina. Guardo todas mis cosas en mi habitación.


¿Guardaba todas sus cosas en su habitación? Espera… ¿qué? —¿Me estás diciendo que sólo has comido mantequilla de maní y pan desde que llegaste? ¿Eso es todo? Lo compras y lo guardas en tu habitación y, ¿eso es todo lo que comes? —Un nudo enfermo, que no había sentido desde que era un niño, se había formado en mi estómago. Si me decía que todo lo que comía eran sándwiches de mantequilla de maní de mierda, iba a perderlo. ¿Le había hecho pensar que no podía comer mi comida?


¡Mierda!


Asintió lentamente. Esos grandes ojos suyos eran incluso más grandes ahora. Era un idiota. No... era peor que un idiota.


Estampé mi mano contra el mostrador y me centré en el tocino mientras trataba como el infierno conseguir controlarme.


Esto era mi culpa. Jódeme, esto era mi culpa. Nunca se quejó cuando cualquier otra mujer en el planeta lo habría hecho. Y comía sándwiches de mantequilla de maní de mierda todos los días. Me dolía el pecho. No podía seguir con esto. Había tratado. Ya no iba a alejarla.


—Ve a buscar tus cosas y muévelas al piso de arriba. Toma cualquier habitación que quieras en el lado izquierdo del pasillo. Tira esa jodida mantequilla de maní, y come lo que te dé la gana en esta cocina —le dije.


Se quedó congelada en su lugar. ¿Por qué no me escuchaba?


—No te quedes allí, Paula, mueve tu culo arriba ahora. Luego ven aquí y come algo de mi maldito refrigerador mientras te veo —gruñí. Se puso rígida ante mi respuesta. Necesitaba calmarme. No quería asustarla; solo quería que se mudara al piso de arriba, maldita sea. ¡Y que comiera un poco de tocino!


—¿Por qué quieres que me mude arriba? —preguntó en voz baja.


Moví el último trozo de tocino a la toalla de papel antes de mirarla de nuevo.


Verla me lastimó físicamente. Sabiendo que la había tratado tan mal y que ella lo había tomado sin quejarse me hacía difícil respirar. —Porque quiero que lo hagas. Odio ir a la
cama por la noche y pensar en ti durmiendo bajo mi escalera. Ahora tengo la imagen de que comes esos malditos sándwiches de mantequilla de maní sola allí abajo, y es más de lo que puedo manejar. —Listo, lo había dicho.


No discutió esta vez. Se dio la vuelta y volvió a entrar a la despensa. Me quedé allí y esperé hasta que volvió a salir, llevando una maleta en una mano y un tarro de mantequilla de cacahuate y algo de pan en la otra. Puso el tarro y el pan en el mostrador sin mirarme y se dirigió hacia el pasillo.


Me concentré en sostener el borde de la encimera para evitar tomar el tarro de mantequilla de maní y romperlo contra la pared. Quería golpear algo. El dolor dentro de mí empezaba a tomar el control, y tenía que herir algo para aliviar la ira. La ira que estaba completamente dirigida a mí mismo por ser un culo ensimismado. Había estado tan jodidamente preocupado por no tocarla que la había descuidado de otras maneras.


Ella vivía de mantequilla de maní de mierda.


—No tengo que mudarme arriba. Me gusta este ambiente. —La voz suave de Paula irrumpió dentro de mis pensamientos, y me tuve que agarrar aún más del mostrador. Yo la había maltratado. Siendo negligente con sus necesidades. Todo lo que quería era tocarla y jodidamente olerla y abrazarla, pero la dejé abajo. No iba a ser capaz de perdonarme por esto.


—Perteneces a una de las habitaciones de arriba. No perteneces bajo las escaleras.Nunca lo hiciste —le dije, sin mirarla.


—¿Quieres decirme al menos qué habitación tomar? No me siento bien eligiendo una. Esta no es mi casa.


La asustaba. Una cosa más que no se merecía. Solté el agarre que tenía sobre el mostrador y la miré. Parecía estar lista para encerrarse en la despensa en cualquier minuto.


—En el ala izquierda hay sólo habitaciones. Hay tres. Creo que disfrutarías la vista de la última. Tiene vista al mar. La habitación central es toda blanca con tonos color rosa pálido. Esa me recuerda a ti. Por lo tanto, elige. Cualquiera que desees. Toma una y luego ven aquí y come.


—Pero no tengo hambre. Acabo de comer...


—Si me dices que has comido esa maldita mantequilla de maní de nuevo, voy a golpear una pared. —Mierda, la sola idea me enfureció. Respiré profundo y me centré en sonar calmado—. Por favor, Paula. Ven a comer algo por mí.


Asintió y subió las escaleras. Debería haber tomado su maleta por ella, pero sabía que no me quería cerca en estos momentos. Tenía que hacer esto sola. Acababa de actuar como un loco. Lavé la sartén donde había cocinado el tocino. Una vez que lo guardé, y Paula todavía no había llegado a la planta baja de elegir su habitación, tomé un plato grande de la alacena y lo llené con los huevos y el tocino antes de sentarme a la mesa. Ella podía comer de mi plato.


Paula entró en la cocina, y levanté la vista para verla mirándome fijamente. —¿Has elegido una habitación? —pregunté.


Asintió y se mantuvo de pie al otro lado de la mesa. —Sí. Creo que sí. La que dijiste que tenía una gran vista es... ¿la verde y azul?


—Sí, lo es. —No pude evitar sonreír. Me gustó que eligiera la que yo creí que escogería. Incluso si era la habitación más cercana a mí.


—¿Y estás de acuerdo con que me quede en esa habitación? Es muy bonita. Me gustaría tener esa habitación si esta fuera mi casa. —Todavía intentaba asegurarse de
que no cambiaría de opinión y la lanzaría de nuevo bajo las escaleras.


Le sonreí para tranquilizarla. —No has visto mi habitación todavía. —Había dicho todavía. Me hallaba en camino a hundirme. No tomaba chicas en mi cuarto. Era mío. Pero quería verla allí. Con mis cosas.


—¿Tú habitación está en el mismo piso? —preguntó.


—No, la mía ocupa toda la planta superior —expliqué.


—¿Quieres decir que todas esas ventanas… es toda una gran habitación? —La admiración en su voz era difícil de pasar por alto. Me encontraba dispuesto a llevarla hasta allí para que la viera incluso antes de que terminara.


—Sip. —Me comí un trozo de tocino mientras trataba de corregir mis pensamientos díscolos de Paula en mi habitación. Eso nunca sería una buena idea—. ¿Has guardado ya tus cosas? —le pregunté, tratando de pensar en otra cosa. Cualquier cosa.


—No, quería comprobarlo contigo antes de deshacer todo. Probablemente no debería desempacar. A finales de la semana que viene voy a estar lista para mudarme.Mi sueldo en el club es bueno y he ahorrado bastante.


No. Ella no podía vivir sola. Eso no era seguro. Pensó que debía mudarse debido a mí. Su arrepentido, cabrón padre ni siquiera había llamado para ver cómo se encontraba. No tenía a nadie, y ella era tan condenadamente vulnerable. Alguien tenía que protegerla. No se mudaría de esta casa. No podía soportar la idea de que alguien le hiciera daño. 


Mantuve mi concentración en la playa en el exterior, esperando a calmarme, pero el pánico asentándose en el pensamiento de ella viviendo sola empezaba a tomar el control. —Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, Paula —le aseguré. Yo la necesitaba aquí.


No respondió. Saqué una silla junto a mí.


—Siéntate a mi lado y come algo de tocino. —Se sentó lentamente, y empujé mi plato hacia ella—. Come —le dije.


Cogió un trozo de tocino y le dio un mordisco. Sus ojos se agitaron haciendo que sus pestañas abanicaran sobre su pómulo. Jódeme, eso era sexy como el infierno.


Empujé el plato hacia ella de nuevo. —Come más. —Me sonreía como si encontrara esto divertido, y el dolor dentro de mí se alivió. Podía mantenerla aquí. Me gustaría hacerlo de modo que ella nunca quisiera irse—. ¿Cuáles son tus planes para hoy? —pregunté.


—No lo sé todavía. Pensé en buscar un apartamento tal vez.


Y volvió fácilmente. Mierda, no, ella no buscaría un apartamento. —Deja de hablar de mudarte, ¿de acuerdo? No quiero que te mudes hasta que nuestros padres vuelvan a casa. Tienes que hablar con tu padre antes de salir corriendo y empezar a vivir sola. No es exactamente seguro. Eres demasiado joven.


Se echó a reír. Ese suave, sonido musical que he oído tan poco. —No soy demasiado joven. ¿Qué pasa con tu edad y la mía? Tengo diecinueve. Soy una chica mayor. Puedo vivir por mi cuenta de forma segura. Además, puedo darle a un blanco en movimiento mejor que la mayoría de los oficiales de policía. Mis habilidades con un arma son bastante impresionantes.


La idea de Paula y una pistola, me excitaban y aterrorizaban a la vez. Tan sexy como eso sonaba, también me preocupaba que se hiciera daño a sí misma. —¿Así que
realmente tienes un arma?


Sonrió y asintió.


—Pensé que Fede sólo bromeaba. Su sentido del humor apesta a veces.


—Nop. Le apunté con ella cuando me sorprendió mi primera noche aquí.


Ahora, eso me hizo reír. —Me hubiera gustado ver eso.


Sólo sonrió y mantuvo la cabeza baja. No me miraba, y supe que su primera noche aquí no era un recuerdo agradable.


—No quiero que te quedes aquí sólo porque eres joven. Sé que puedes cuidar de ti misma o por lo menos creo que puedes. Te quiero aquí porque... me gusta tenerte aquí. No te vayas. Espera hasta que tu padre vuelva. Parece que ustedes deben hablar. Luego puedes decidir lo que quieres hacer. Pero ahora, ¿puedes subir y deshacer las maletas? Piensa en todo el dinero que puedes ahorrar viviendo aquí. Cuando te mudes tendrás una cuenta de banco acolchada y agradable. —Terminé diciendo mucho más de lo que quería. Pero necesitaba conseguir que se quedara.


—De acuerdo. Si realmente lo dices en serio, gracias.


Los pensamientos de ella en mi cama, desnuda, comenzaron a burlarse de mí. No podía permitirme caer en eso. Tuve que recordar a Daniela. Y lo que todo eso significaría para Paula. Ella me odiaría al final.


—Lo digo en serio. Pero eso también significa que la cosa de amigos entre nosotros tiene que permanecer en plena vigencia —le dije.


—Bien —contestó ella. No había querido que estuviese de acuerdo. Quería que me suplicara como anoche. Porque en este momento, yo era débil, y se lo daría. Obligué a todos los pensamientos sexuales de Paula a salir de mi mente. No podía pensar así, o me volvería loco.


—Además, comenzarás a comer la comida de esta casa cuando estés aquí.


Negó con la cabeza hacia mí.


Paula, esto no está a discusión. Lo digo en serio. Come mi maldita comida.


Se puso de pie y me niveló con una mirada decidida. —No. Voy a comprar mi comida y me la comeré. Yo no soy... no soy como mi padre.


Mierda. Una vez más, todo esto era mi maldita culpa. Me puse de pie para mirarla directamente a los ojos. —¿Crees que no sé eso a estas alturas? Has estado durmiendo en un maldito armario de escobas sin quejarte. Limpias la casa más que yo.
No comes correctamente. Soy consciente de que no te pareces nada a tu padre.
Pero eres una invitada en mi casa y quiero que comas en mi cocina y sientas como si fuera tuya.


La rigidez en los hombros de Paula se relajó un poco. —Pondré mi comida en la cocina y comeré aquí. ¿Te parece mejor?



No. Eso no era mejor. ¡Quería que ella comiera mi comida! 


—Si todo lo que vas a comprar es mantequilla de maní y pan, entonces no. Quiero que comas adecuadamente.


Empezó a negar con la cabeza, y extendí la mano y agarré la suya.


Paula, me hará feliz saber que estás comiendo. Lourdes compra los comestibles una vez por semana y las reservas de este lugar están esperando mucha compañía. Hay más que suficiente. Por favor. Come. Mi. Comida.


Se mordió el labio inferior, pero no antes de que una risita se le escapara. Maldita sea, eso fue lindo.


—¿Te estás riendo de mí? —le pregunté, sintiendo la necesidad de sonreír yo mismo.


—Sí. Un poco —respondió.


—¿Eso significa que vas a comer mi comida?


Dejó escapar un profundo suspiro, pero aún seguía sonriendo. —Sólo si me dejas pagarte semanalmente.


Negué con la cabeza, y ella tiró de su mano liberándola y comenzó a alejarse.


¡Maldita mujer terca! —¿A dónde vas? —pregunté.


—Ya he terminado de discutir contigo. Voy a comer tu comida si pago por mi parte. Ese es el trato, sólo estaré de acuerdo con eso. Así que lo tomas o lo dejas.


Gruñí, pero yo iba a tener que ceder. —Está bien. Págame.


Me miró. —Voy a ir a desempacar. Luego tomaré un baño en esa gran bañera y luego no lo sé. No tengo planes hasta la noche.


¿Esta noche? —¿Con quién? —pregunté, no muy seguro de que me gustara como sonaba eso.


—Isabel.


—¿Isabel? ¿La chica del carrito con la que se junta Jose? —Realmente no me gustaba el sonido de eso. Isabel no era más que problemas. Se emborracharía y se olvidaría de Paula. Pensé en los hombres que podrían hacerle daño. No, ella no iba sin mí. Alguien tenía que proteger su sexy culo.


—Corrección. La chica del carrito que Jose utiliza para perder el tiempo. Ella es inteligente y está superando eso. Esta noche vamos a un bar de música country a buscar
chicos normales. —Se dio la vuelta y corrió por las escaleras.


Esta conversación no había terminado.

2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Me puse al día!!! Me encanta recordar la historia, pero contada por Pedro!!!

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  2. Me encanta que Pepe cuente su versión! Amo la nove

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