miércoles, 11 de diciembre de 2013

CAPITULO 37








Cubrí mi mano por el grito que brotó de mi cuando me di cuenta que no estaba sola. Estaba Pedro. Estaba sentado en mi cama, mirando por la ventana. Se puso de pie cuando cerré la puerta y caminó hacia mí.
—Hola —dijo él en voz suave.
—Hola—respondí, sin saber por qué estaba en mi habitación cuando tenía una casa llena de gente
—. ¿Qué estás haciendo aquí? Me dio una sonrisa torcida. —Esperándote. Pensé que era un poco obvio.
Sonriendo, agaché mi cabeza. Sus ojos podían ser demasiado a veces. 
Puedo verlo. Pero tienes invitados.
—No son mis invitados. Confía en mí, quería la casa vacía —dijo ahuecando el lado de mi cara con su mano—. Ven arriba conmigo. Por favor.

Él no tenía que mendigar. Iría con mucho gusto. Dejé caer mi bolso sobre la cama y entrelacé mi mano con la suya.
 —Muéstrame el camino.
Pedro apretó mi mano y nos dirigimos juntos a las escaleras.
Una vez que llegamos al escalón más alto, Pedro me tomó en sus brazos y me besó con fuerza. Tal vez yo era fácil, pero no me importaba. Lo había extrañado hoy. Envolví mis brazos alrededor de su cuello y lo besé con toda la emoción,
produciendo dentro de mi algo que no terminaba de entender.
Cuando rompió el beso, ambos estábamos sin aliento.
 —Hablemos. Vamos a hablar primero. Quiero verte sonreír y reír. Quiero saber cuál era tu programa favorito cuando eras una niña, quién te hizo llorar en la escuela y de qué grupo de chicos colgabas carteles en tu pared. Luego, te quiero desnuda en mi cama de nuevo.
Sonriendo ante su extraña manera, pero adorable, de decirme que me quería para más que sexo conmigo, me acerqué al gran sofá seccional café que daba al mar en lugar de a un televisor.
—¿Sedienta? —preguntó Pedro, acercándose a un refrigerador de acero inoxidable que no me había tomado el tiempo para notar anoche. Un pequeño bar justo al lado de él.
—Algo de agua con hielo estaría bien —contesté.
Pedro fue a preparar bebidas y yo me giré para mirar hacia el océano.
—Rugrats era mi programa favorito, Agustin Gonsalez me hacía llorar por lo menos una vez a la semana, luego hizo llorar a Valeria y yo me enojé y lo lastimé.
Mi ataque favorito y de mayor éxito fue una patada en las bolas. Y vergonzosamente, The Backstreet Boys cubrían mis paredes.
Pedro se detuvo a mi lado y me dio un vaso de agua con hielo. Pude ver la indecisión en su rostro. Se sentó a mi lado. 
—¿Quién es Valeria?
Había mencionado a mi hermana sin pensar. Me sentía cómoda con Pedro.
Quería que me conociera. Tal vez si me abría sobre mis secretos, él compartiría los suyos. Incluso si no me podía compartir los de Daniela.
—Valeria era mi hermana gemela. Murió en un accidente de coche hace cinco años. Mi papá estaba conduciendo. Dos semanas después, él salió de nuestras vidas y nunca regresó. Mamá dijo que teníamos que perdonarlo porque él
no podía vivir con el hecho de haber estado conduciendo el auto que mató a Valeria. Siempre quise creerle. Incluso cuando no vino al funeral de mamá, quería poder creer que él no podía hacerle frente. Así que lo perdoné. Ya no lo odio ni dejo que la amargura y el odio me controle. Pero vine aquí y bueno… tú sabes.
Supongo que mamá estaba equivocada.
Pedro se inclinó hacia adelante y dejó el vaso sobre la mesa de madera rústica a lado del sofá y pasó su brazo detrás de mí. —No tenía idea de que tuvieras una hermana gemela —dijo casi con reverencia.
—Éramos idénticas. No podías distinguirnos. Tuvimos un montón de diversión con eso en la escuela y con chicos. Solo Facundo podía distinguirnos.
Pedro empezó a jugar con un mechón de mi pelo mientras ambos mirábamos el agua. —¿Cuánto tiempo se conocieron tus padres antes de casarse? —preguntó.
No era una pregunta que yo esperara.
—Fue una cosa del tipo de amor a primera vista. Mamá estaba visitando a una amiga suya en Atlanta. Papá había roto recientemente con su novia y se acercó una noche cuando mamá estaba en el apartamento con su amiga sola. Su amiga era un poco salvaje según lo que me dijo mamá. Papá miro a mamá y se hundió. No puedo culparlo. Mi madre era preciosa. Tenía mi color de cabello, pero tenía
grandes ojos verdes. Eran casi como joyas y ella era divertida. Eras feliz con solo estar cerca de ella. Nada la deprimía. Sonreía a través de todo. La única vez que la
vi llorar fue cuando me contó sobre Valeria. Cayó al suelo y lloró ese día. Me habría asustado si no me hubiera sentido de la misma manera. Fue como si una parte de mi alma fuera arrancada. —Me detuve. Mis ojos estaban ardiendo. Me dejé cerrar por la apertura. No me había abierto a nadie en años.
Pedro apoyó su frente en la parte superior de mi cabeza. 
—Lo siento mucho, Paula. No tenía idea.
Por primera vez desde que Valeria me había dejado, sentí como si ahí estuviera alguien para poder hablar. No tenía que contenerme. Me giré en sus brazos y encontré sus labios con los míos. Necesitaba esta cercanía. Recordaba el
dolor y ahora lo necesitaba para hacerlo desaparecer. Era tan bueno en hacer desaparecer todo excepto a él.
—Las amaba. Siempre las amare, pero ya estoy bien. Ellas están juntas. Se tienen entre sí —dije cuando sentí su renuencia a besarme de nuevo.
—¿Qué tienes tu? —preguntó con voz torturada.
—Me tengo a mi. Me di cuenta hace tres años cuando mi mamá se enfermó que mientras me aferrara a mi misma y no olvidara quien era, siempre iba a estar bien —contesté.
Pedro cerró los ojos y respiró profundamente. Cuando los abrió, tenía una mirada de desesperación que me sobresaltó. —Te necesito. Ahora mismo. Déjame
amarte justo aquí, por favor.



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