viernes, 5 de diciembre de 2014

CAPITULO 158



¿Me había desmayado? Mierda. Eso era… eso era… no había palabras para lo que era. Todavía acostado sobre Paula, probablemente sofocándola, aunque sus brazos
estaban fuertemente alrededor de mi cuerpo. No trataba de empujarme.


No quería salir de ella. Estando dentro de ella me sentía como en casa. Pero acababa de tomar su virginidad y en algún momento perdido la cabeza en el proceso.


Retrocedí, y apretó su agarre en mí. El placer que me dio fue más del que pensé.me gustaba saber que me quería cerca.


—Volveré. Tengo que ocuparme de ti primero —le dije, luego la besé suavemente antes de levantarme y dirigirme al baño.


No me preocupé por la ropa. Había visto todo de mí ahora. Podía manejarlo.


Tomé una toalla y puse el agua caliente antes de empapar la tela y asegurarme de que estuviera agradable y cálida. Necesitaría limpiarse. Tanto como quería hacerlo de nuevo, iba a necesitar tiempo.


Regresé a la habitación, y los ojos de Paula se clavaron en los míos para luego bajar a mi cintura. Sus ojos se agrandaron, y su cara se puso roja.


—No te avergüences de mí ahora —bromeé. Toqué su rodilla y la moví. No ayudaba—. Ábrete para mí —instruí y suavemente empujé su rodilla de nuevo—. No demasiado —le dije. Solo necesitaba conseguir un mejor acceso.


La pequeña mancha de sangre en sus rosados pliegues hizo a la bestia en mí rugir de placer. Esto era mío. Había hecho esto. Nadie había estado aquí antes de mí.


Estaba jodido, pero no pude evitarlo. La idea de alguien más tocándola me hacía demente.


—¿Te duele? —pregunté, mientras limpiaba el área tan suavemente como pude.


Quería besarla allí y hacer que todo fuera mejor, pero no estaba seguro de que estuviera preparada para eso de nuevo por el momento.


Cuando quedo tan perfectamente sin mancha como antes de que la tomara, pare de limpiarla y arroje el trapo en el cubo de la basura. Había llegado el momento del abrazo. 


Liberado disfrutando del conocimiento de que era mía. Me arrastré para acostarme a su lado y tomarla en mis brazos.


—Pensé que no eras de los que abrazaban, Pedro —dijo Paula, mientras inhalaba la piel de mi cuello con su pequeña nariz.


—No lo era. Sólo contigo, Paula. Eres mi excepción —palabras más ciertas nunca fueron dichas. Paula era mi única excepción. Siempre lo sería. Tiré las mantas más sobre nosotros, luego metí su cabeza debajo de mi barbilla. 


Ella necesitaba descansar y yo necesitaba abrazarla. Para alimentar a la posesiva bestia que se despertó dentro de mí
con la certeza de que estaba a salvo aquí conmigo.


Solo tomó minutos antes de que su respiración se hiciera más lenta y sus brazos se aflojaran a mí alrededor. Estaba  exhausta. Trabajando todo el día… y luego esto. 


Sonriendo, cerré los ojos y aspire su aroma. El miedo en el fondo de mi cabeza por el hecho de que me dejaría cuando descubriera la verdad amenazaba con arruinar este momento. Pero lo empujé lejos. Me amaría. Haría que se enamorara de mí. Entonces…entonces me escucharía y me perdonaría. Tenía que hacerlo.




Me desperté con un desnudo, suave y hermoso cuerpo todavía acurrucado contra mí. El sol se asomaba a través de las persianas. No me importaba la hora que era, pero sabía que a ella le importaría. La quería aquí conmigo, pero esto no era sobre lo que yo quería. Esto era sobre Paula. Y ella no querría llegar tarde al trabajo. Su sentido de la responsabilidad no le permitiría eso. Tuve que despertarla aunque dejarla dormir en mis brazos me atraía más.


Tomando una respiración profunda, deje que su aroma llenara mi cabeza. El recuerdo de su otro aroma hizo que mi polla ya semierecta se levantara por completo.


No la obligaría a hacer algo que sería doloroso, pero podría hacer que su tierna carne se sintiera bien y calmar mi hambre.


Me moví hacia abajo por su cuerpo y cogí uno de sus adorables pies descalzos, entonces coloque un beso en el empeine. No se movió. Sonriendo, seguí arrastrando besos hasta su pantorrilla y hacia debajo de nuevo, saboreando su piel cada pocos besos.


El cuerpo de Paula comenzó a estirarse y moverse. Sólo un poco al principio, pero en el momento que despertó, lo supe. 


Los movimientos lentos y suaves se detuvieron, y sus ojos se abrieron de golpe. Seguí besando su pierna, sonriendo
mientras observaba su somnoliento rostro.


—Ahí están tus ojos. Estaba empezando a preguntarme hasta qué punto iba a necesitar besar para que despertaras. No es que me importe besar más arriba, pero conduciría a un poco de más increíble sexo y ahora solo tienes veinte minutos para llegar al trabajo.


Los ojos de Paula se abrieron, y se sentó en la cama tan rápido que tuve que dejar ir su pierna. Sabía que no querría faltar al trabajo.


—Tienes tiempo. Iré a arreglar algo de comer mientras te preparas —dije. Quería pasar el desayuno entre sus piernas, pero de nuevo, no era sobre lo que Pedro quería en
ese momento.


—Gracias, pero no tienes que hacerlo. Tomare algo en la sala de descanso cuando llegue allí —dijo, sonrojándose mientras agarraba la sabana para mantener sus pechos desnudos cubiertos. La cariñosa mujer de la noche anterior desapareció, y había una nerviosa e insegura en su lugar. ¿Qué había hecho mal?


—Quiero que comas aquí. Por favor —dije, mirándola detenidamente.


El pequeño destello en sus ojos me dijo que necesitaba escuchar eso. ¿Necesitaba seguridad? —De acuerdo —dijo—. Necesito ir a mi habitación y tomar una ducha — aún se veía nerviosa.


Quería que se quedara aquí. La quería usando mis cosas. Pero… mierda. —Estoy dividido, porque quiero que te duches aquí, pero no creo que sea capaz de irme sabiendo que estas desnuda y jabonosa en mi ducha. Querré unirme —admití.


—Por más atractivo que suene eso, llegaría tarde al trabajo —dijo con una pequeña sonrisa.


—De acuerdo. Tienes que ir a tu cuarto —miró a su alrededor a su ropa tirada. La quería en mi ropa esta mañana. Que cuando saliera de mi habitación se viera como un ángel arrugado, quería mi camiseta contra su piel, cubriendo lo que me pertenecía—. Ponte esto. Lourdes viene hoy. Estará lavando y pondré tu ropa de anoche —dije, recogiendo la camiseta que había usado la noche anterior y lanzándosela.


No discutió. No pude apartar la mirada mientras tira la camiseta sobre su cabeza y deja caer la sabana una vez estuvo segura de que no podría ver sus tetas. Supongo que el hecho de que los chupe y lamí como un hombre obsesionado anoche no importaba. Estaba cubriéndose esta mañana.


—Ahora levántate. Quiero verte —le dije, necesitaba verla en mi camiseta. Era una imagen que tenía la intención de grabar en mi cerebro para toda la eternidad.


Se puso de pie, y la camiseta golpeó sus muslos. Sabiendo que estaba desnuda debajo y la facilidad con la que podría cogerla y abrir sus piernas me hizo repensar mis planes para hoy.


—¿Puedes reportarte enferma? —pregunté, mirándola con esperanza.


—No estoy enferma —respondió, con el ceño fruncido entre sus cejas.


—¿Segura? Porque creo que yo tengo fiebre —dije en broma, caminando alrededor de la cama y tirando de ella a mis brazos—. Anoche fue increíble —presione mi nariz en su cabello.


Sus brazos fueron alrededor de mi cintura y me abrazo con fuerza —Tengo que trabajar hoy. Me están esperando.


Esa era Paula. Era una de las muchas cosas que me habían atraído de ella. No mentiría o ignoraría una responsabilidad. Dejándola ir, di un paso atrás y puse
distancia entre nosotros. —Lo sé. Corre, Paula. Baja con tu lindo y pequeño trasero por las escaleras y alístate. No puedo prometerte que te dejare ir si estas parada aquí
luciendo así por mucho tiempo.


Una sonrisa estalló en su cara, y salió corriendo hacia las escaleras. Su risa desvaneciéndose detrás de ella, y todo lo que pude hacer fue quedarme ahí como un tonto y sonreír.


Me duche y me vestí rápidamente, entonces llamé a Jose.


No quería preguntarle a Paula sobre su horario, pero quería una excusa para estar en el club. Nunca iba a allí a menos que Daniela quisiera que nos encontráramos para jugar golf o cenar.


—¿Hola?—dijo Jose, sonando sorprendido de que lo estuviera llamando.


—Hola. ¿Están todos jugando golf hoy? —pregunte.


—Eh , sí. Nosotros jugamos golf todos los días. Sabes eso.


—Quiero entrar —dije.


—¿Vas a jugar Golf? —preguntó, conmoción en su voz.


No vi cual era la gran cosa. Había jugado Golf con ellos antes. Jugaba con Daniela y Federico de vez en cuando. —Sí, ¿Y? —dije.


Jose rio. —Está bien, seguro. No has jugado con nosotros en un tiempo. ¿Qué te dio hoy? Normalmente, tienes que ser arrastrado al campo de golf por Daniela o Federico.


No respondería a eso. No necesitaba que tuvieran una idea equivocada sobre Paula. Necesitarían verme con ella. Me aseguraría de que todos supieran que tan fuera de los límites estaba. —Estoy de ánimo para jugar golf —respondí.


—Muy bien, entonces. Nos vemos a las 11:30. Antonio tiene que estar en una reunión esta tarde con su padre, así que estaremos jugando temprano.


No señale que la mayoría de la gente pensaba que un juego de golf temprano era a las seis o siete de la mañana. No a las 11:30. —Gracias. Nos vemos entonces.


Baje las escaleras para ver si Paula ya se había ido. No podría haber tenido tiempo de vestirse y comer. No si tomo una ducha. Abrí la puerta en el fondo de la escalera y miré a la derecha. La puerta de Paula estaba abierta. No estaba allí. Las luces apagadas.


Me dirigí a las escaleras y las tome de dos en dos, esperando poder alcanzarla a tiempo para un beso de despedida. Estaba de pie al lado de la barra, con un plato de cereal en la mano y una cuchara elevándose hacia su boca. Comiendo. Bien.


—No dejes que te detenga —dije, caminando hacia la cafetera, no queriendo ponerla nerviosa. Parecía tan asustadiza— ¿Estás trabajando dentro hoy? —pregunte. Negó con la cabeza y luego trago.


—Ellos me necesitan afuera hoy —dijo.


Me gire hacia la cafetera antes de sonreír. La vería, entonces. Joder amaba el golf.


Vi su teléfono celular sobre el mostrados y lo recogí. Lo había olvidado ya.


Encendí la cafetera y la vi caminar hacia el fregadero con su tazón. Me puse delante, bloqueando su camino y tomando el tazón de ella, poniéndolo en el fregadero detrás de mí.


—Esta… ¿Esta todo bien? —pregunté, luego deslice mi mano hacia abajo para gentilmente ahuecar el lugar entre sus piernas, que me preocupaba le molestaría hoy.


Tendría que trabajar afuera en el calor, y no quería que fuera doloroso.


Se sonrojo y agacho la cabeza. —Estoy bien —dijo con la voz entrecortada.


—Si te quedas aquí, te haría sentir mejor —le dije.
Su respiración se aceleró. —No puedo. Tengo que ir a trabajar —dijo, levantando los ojos para encontrarse con los míos.


Deslice su teléfono en el bolsillo de sus pantalones cortos. Lo quería con ella todo el tiempo. —No puedo soportar la idea de lastimarte y no poder hacer nada al respecto
—le dije, acariciando lentamente el exterior de sus pantalones cortos.


—Tengo que darme prisa. Tuve que saltarme la ducha, lo cual es terrible, lo sé, pero no podía ducharme y comer. No quiero que tu… Quería comer así serias feliz —dijo.


No se había duchado. Bueno, mierda. Enterré mi cabeza en la curva de su cuello e inhale profundamente. —Joder, Paula. Me encanta que vas a oler a mí todo el maldito
día —admití. Saber que no se había lavado hizo a mi bestia interior rugir. Estaba fuera de control.


—Me tengo que ir —dijo, dando un paso atrás. Con un pequeño adiós con su mano, corrió hacia la puerta.


No fue hasta que oí cerrarse la puerta que me di cuenta que no conseguí mi beso.


Me distrajo con el hecho de que todavía me llevaba por todo su cuerpo. La estúpida sonrisa en mi cara empezaba a hacer que mi rostro doliera. No había sonreído tanto en mucho tiempo, pero esa chica se mantenía dándome razones para hacerlo.

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos!!! Como siempre!!! Me encanta leer y saber que siempre pensó en cuidarla, más allá de sus deseos!

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