—¿De vuelta al carrito hoy? Por mucho que me gusta tenerte adentro, esto hace al golf tremendamente mucho más divertido —le dijo Antonio a Paula cuando estacionó el
carrito al lado del hoyo uno.
Aclararía esta mierda ahora mismo. —Aléjate, Antonio. Eso es un poco demasiado cerca —advertí, mientras caminaba hacia ellos. Paula se giró con una mirada sorprendida en el rostro. No me esperaba. Pronto descubriría que no podía liberarse de mí.
—¿Así que ella es el porqué de repente querías jugar hoy con nosotros? — preguntó Antonio, sonando molesto.
No me interesaba responderle. Mi concentración permanecía en Paula. Ya tenía el nacimiento del pelo húmedo por el sudor. Hacía calor aquí afuera, y ella podría estar sufriendo. Si estuviera dolorida en lo más mínimo, entonces Antonio la dejaría ir a casa.
La arrojaría sobre mi hombro y me marcharía con ella si necesitaba hacerlo. Deslicé una mano alrededor de su cintura y la presioné contra mí, de un modo posesivo, antes de bajar la cabeza para poder susurrarle al oído. —¿Estás adolorida? —le pregunté.
—Estoy bien —contestó.
Le besé la oreja, pero todavía no me sentía listo para soltarla. —¿Te sientes estirada? ¿Puedes notar que he estado dentro de ti? —pregunté. Tanto como no la quería sufriendo, quería que me sintiera allí. Que recordara que estuve allí.
Asintió y se fundió en mí. A la pequeña Paula le gustaba que le hablara sucio.
Necesitaría recordar eso.
—Bien. Me gusta saber que puedes sentir donde he estado —dije, luego lancé mi mirada a Antonio. Quería asegurarme que me entendía.
—Pensé que esto pasaría —dijo Antonio, sonando enojado.
—¿Ya lo sabe Daniela? —preguntó Jose, y Thad, uno de los amigos cercanos de Antonio, pero Jose, le dio un codazo como para callarlo.
—Esto no es asunto de Daniela. O tuyo —respondí, fulminando con la mirada a Jose.
Necesitaba escuchar a Thad y callarse. Lidiaría con Daniela. Ellos no sabían una mierda.
—Vine aquí a jugar golf. Mejor no hablemos de esto aquí. Paula, ¿por qué no consigues las bebidas de todos y te diriges al siguiente hoyo? —dijo Antonio.
No me gustaba que le dé órdenes a diestro y siniestro. Lo hacía a propósito. El hijo de puta mejor se cuidaba. Su papi me tendría en la oficina malditamente rápido. El dinero Alfonso mantenía este lugar funcionando.
No haría esto en frente de Paula, porque la disgustaría, pero Antonio sería puesto en su lugar.
Paula dio un paso fuera de mis brazos y fue a conseguir las bebidas para todos.
Me entregó una Corona sin preguntarme lo que quería. Le entregó a Antonio su cerveza, y él deslizó un maldito billete de cien en sus manos. Podía ver la forma en que los
hombros se tensaron mientras lanzó la mirada hacía mí y rápidamente lo metió en el bolsillo. No me enojaría debido a que le pagaba bien. Él podía permitírselo, y ella lo merecía por trabajar para su lamentable culo. Desgraciado.
Me acerqué a ella y coloqué doscientos en el bolsillo, luego presioné un beso en sus labios. Reivindiqué mi derecho, y mejor que todos entendieran eso. Le guiñé un ojo y se dirigió al carrito. No miraría a Antonio hasta que Paula se marchara, porque una sonrisa complacida de él, y rompería su maldita nariz.
Cuando miré atrás, vi a Paula conduciendo lejos. Saqué mi teléfono y le envié un texto.
Lamento lo de Antonio.
Fue un imbécil, y me preocupaba que la disgustara. Era su jefe. Ella necesitaba saber que él no haría eso de nuevo.
Estoy bien, Antonio es mi jefe. No es la gran cosa.
¿Estaba acostumbrada a él actuando así? Sí, él y yo tendríamos una charla. Ahora.
—Entonces, ¿tú y Paula, eh? No vi venir eso —dijo Jose, sonriendo como un idiota.
Antonio dejó salir una risa amargada.
Caminé hasta pararme frente a él. —¿Quieres decirme algo, Antonio? Porque si quieres, adelante y dilo ahora, ya que estoy seguro como la mierda, que tengo algo que decirte.
La ira en los ojos de Antonio no me sorprendió. No le gustaba que le recordaran que no podía intimidarme.
Sacudió la cabeza y miró hacia el carrito de Paula, que
desapareció en la colina. —Es muy buena para que folles con ella. Pensé que existía alguna oportunidad de que tendrías el suficiente corazón para no tocarla. Merece
muchísimo más de lo que obtendrá de ti. Si apenas me hubiera dado una oportunidad, le habría mostrado cómo merecía ser tratada. Pero tú —señaló a mi pecho—, tú, Alfonso, no tienes más que chasquear tu dedo de hijo de estrella de rock y vienen corriendo a ti.Y te deshaces de ellas sin un pensamiento. Paula no es lo suficientemente experimentada para manejar eso. No es tan fuerte, maldita seas. —Lucía como si quisiera estampar el puño en mi cara.
El único motivo por el que le permití pararse allí y gritarme, era que él no entendía. Pensó que la usaba. Él tenía intención de protegerla. No llegaría a hacerlo, porque no le dejaría acercarse a ella, pero aprecié el hecho de que viera lo que hice.
Paula era preciosa. Lo empujé lo suficiente para apartarlo de mi rostro. —¿En verdad piensas que la habría tocado si no hubiera sabido todo eso? ¿Piensas que habría puesto en peligro a mi hermana por cualquiera? No. Paula no es solo otra chica más. Es todo para mí. Ella. Es.Todo.
Pronunciar las palabras en voz alta, no solo sorprendió a todos alrededor de mí, sino que también, me dejó estupefacto. Ella era todo.
Nunca querría a alguien más.
Jamás.
Sólo Paula.
—Hijo de puta —susurró Jose desde atrás—Pedro Alfonso no acaba de decir lo que creo que dijo.
La mirada furiosa de Antonio lentamente se disipó. Mientras mis palabras traspasaban su grueso cráneo, vi la incredulidad y luego la aceptación cruzar su cara. — Mierda —dijo finalmente.
Retrocedí y me encogí de hombros. —Tú mismo lo dijiste. Excepto que te equivocaste en una cosa. Ella no es especial. Es malditamente perfecta. —Giré, luego me
detuve y miré atrás, hacia él, enfáticamente—. Y es mía —dije, lo suficiente fuerte para que todos me oyeran. Balanceando la mirada a modo de advertencia entre los otros dos, quienes me observaban como si me hubiera vuelto loco, repetí—: Mía. Paula es mía.
—Bueno, mieeerda —dijo Thad al fin—. Supongo que debería prestarle más atención a la chica nueva. Tiene al jugador más grande que conozco hecho un lío. Maldi-
ción, estoy impresionado.
Esta vez, Jose empujó a Thad. —Cállate —siseó.
—Vamos a jugar un poco de golf —dije, tomando mi palo de golf y yendo a colocar la bola en el soporte.
***
Aunque el sexo se encontraba condenadamente alto en mi
lista de prioridades, sabía que necesitaba tomarlo con calma. También quería charlar.
Existía tanto que no sabía de ella. Quería saber todo; sentarme y escucharla hablarme.
Contarme cosas.
Llevarla a algún sitio era una opción, pero era codicioso. Aún no quería compartirla. Deseaba toda su atención. No quería saber lo que otros llegaban a ver en ella. Sólo anhelaba que estuviéramos aquí en esta casa, a solas. Juntos.
Luego, por supuesto, pretendía besar todo su cuerpo y saborear la dulzura entre las piernas de nuevo. Pero primero, aspiraba a platicar. No deseaba que esto fuera algo
únicamente sexual. Por primera vez en mi vida, quería dejar entrar a alguien. No quería mantener a Paula afuera. Tenía que amarme. Para que yo sobreviviera a esto, tendría que amarme. Cómo demonios conseguiría que se enamore de mí, no sabía. Llegar a conocerla ayudaría. Comer su coño no era el camino al corazón. Tenía que recordarme que mi adicción a saborearla no podía hacerse cargo. ¿La amaba?
Nunca estuve enamorado. Aparte de mi papá, Daniela y Federico, no podía decir que alguna vez amé a alguien más.
¿La elegiría por encima de uno de ellos?
Sí.
¿Moriría para protegerla?
Demonios, sí.
¿Podría vivir si me abandonaba?
No. Quedaría hecho añicos.
¿Esto era amor? Parecía muchísimo más fuerte que algo tan simple como el amor.
Un golpe en la puerta del dormitorio penetró en mis pensamientos. Mierda. No era Fede. Sino Daniela. Con quien no deseaba lidiar justo ahora. Tomé mi tiempo yendo a la puerta. El golpe se volvió más fuerte.
Abriendo la puerta de un tirón, fui recibido por la cara manchada con lágrimas de mi hermana. No se le permitía entrar a mi habitación. En realidad, no se lo comenté, pero era sabido. Di un paso en el pasillo y cerré la puerta detrás de mí.
Daniela señalaba al cuarto en el que Paula dormía… o, mas bien, en donde mantenía sus cosas. Estaría durmiendo conmigo a partir de ahora.
—¡Así que es cierto! Está allí. ¿La dejaste mudarse arriba? ¿También la estás follando? ¿De eso se trata? No es tan atractiva, Pedro. No es como si no pudieras tener a cualquiera que quieras. Es solo otra cara bonita. ¿Por qué no puedes no follarla? ¿No tienes control sobre tu maldita polla? ¡No puede ser tan buena en la cama!
—¡Détente! —rugí antes de que dijera algo más. Daniela me presionaba. Odiaba que estuviera llorando, pero con Daniela, nunca sabías si eran lágrimas reales o no. De hecho, no la vi llorar, así que no podía estar seguro. Pero no quería que se disgustara. Sólo ansiaba que me permitiera ser feliz. Por una vez en mi maldita vida, que me dejara tomar una decisión por mí mismo. No por ella.
—¡No me grites! —Lágrimas reales llenaron sus ojos y comenzó a llorar de nuevo. De acuerdo, tal vez de verdad se sentía disgustada. No le gritaba a menudo.
Normalmente no me hacía enojar tanto— Desde…—sorbió por la nariz—, desde que llegó aquí, has estado gritandome. Todo el tiempo. No puedo… —Dejó salir otro sollozo—. No puedo soportar esto. Me estás dando la espalda. Por ella.
Esto no era culpa de Paula. ¿Por qué Daniela no podía verlo? Era como hablar en círculos. La alcancé y estreché en mis brazos. La niñita que cuidé mi vida entera me
miraba con ojos hinchados. Era todo lo que ella tenía. —Lamento gritarte —le dije, y sollozó más duro contra mi pecho.
—Simplemente… simplemente… no entiendo —dijo.
Decirle a Daniela que me enamoré de Paula no era la solución. Para empezar, aún no le decía a Paula que la amaba, y tenía que decirle primero. Segundo,Daniela se volvería loca si le dijera eso. Podía ir de un desastre deplorable y sollozante a un tornado salvaje y demente en un segundo. Presencié eso más de una vez. —No es sobre el sexo. He intentado decirte que Paula no tiene la culpa.
También he intentado explicarte cómo ha sido tratada injustamente aquí. No eres la única víctima. No deberías odiar a alguien que ha sufrido lo mismo que tú. No entiendo por qué no puedes ver eso, Dani. Te amo. Siempre te amaré. Sabes eso. Pero no puedo elegirte por encima de ella. No esta vez.
Esta vez, estás pidiendo demasiado. No renunciaré a ella.
Daniela quedó inmóvil en mis brazos. Tenía la esperanza de que me escuchara, de que la hiciera entender, pero conocía a mi hermana. Eso sería malditamente fácil.
Tomaría algo mucho más grande para que renunciara al rencor que mantuvo por la mayor parte de su vida. —¿Por qué no puedes darle dinero y echarla? —preguntó Daniela
en voz baja mientras se alejaba de mi abrazo y cruzó los brazos sobre el pecho, a la defensiva.
—Porque no puedo dejarla ir. Ella… me hace feliz, Dani —le admití eso.
Los ojos de Daniela destellaron con ira, que sabía que encendería si creyera, por un minuto, que sentía más por Paula de lo que sentía por ella. Tan jodido como era eso, Daniela esperó ser mi número uno durante la vida entera. Nunca consideró qué sucedería si me enamoraba un día. Le desesperaba tanto ser la prioridad de alguien que decidió forzarlo en mí. —¿Debido a que es una buena follada? —dijo con acritud.
Cerré los ojos con fuerza y tomé una profunda respiración. Mantener la calma era importante. Perderla con Daniela de nuevo no ayudaría en nada. Cuando abrí los ojos, dirigí la mirada a mi hermana. —Daniela. No hagas eso otra vez. Paula no es solo una follada para mí. Consigue meterte eso en la cabeza. No está controlándome con sexo. Es más que eso.
Daniela se tensó y giró la cabeza para fulminar con la mirada la puerta abierta del cuarto de Paula —Ni siquiera la conoces. La acabas de conocer. Y aun así, quieres elegirla por encima de mí —espetó.
—La conozco. Hemos estado compartiendo una casa desde hace semanas. He sido incapaz de apartar los ojos de ella. La he observado. Hemos conversado. La conozco. Ella es… Dios, Daniela, ella es lo que me hace feliz. ¿No puedes aceptar eso? ¡Deja ir esta cosa con ella!
Danielano me miró o respondió. La lucha acabó por ahora, pero sabía que no gané.
No superaría esto fácilmente.
Nos quedamos en silencio por unos cuantos minutos, y esperé para que dijera algo. Lo que fuera que decidió, necesitaba ser tratado con mucho cuidado. Daniela poseía
el poder de arruinar las cosas para mí. Podría decirle de todo a Paula, y perdería. No podía perder a Paula.
—Quiero tener amigos aquí esta noche —dijo, osciló la mirada de regreso a mí.
Bien. Me obligaba a otra de sus fiestas. Típico de Daniela.
Necesitaba saber que todavía cedería ante ella en algún nivel. —Bueno —respondí sin discutir. Llevaría a Paula a mi habitación, para estar lejos de la multitud y el ruido.
Daniela asintió, luego dio media vuelta y se alejó. Eso era todo. Por ahora.
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