El guardaba un secreto que destrozó su mundo.
Todo lo que ella sabía ya no era cierto.
Paula no podía dejar de amarlo, pero sabía que nunca podría
perdonarlo. Ahora estaba de vuelta en casa y aprendiendo a vivir de nuevo.
Continuando con su vida… Hasta que algo sucede y pone a girar su mundo una vez más.
¿Qué haces cuando la única persona en la que nunca puedes volver a confiar
es en la que tienes que confiar tan desesperadamente?
Mientes, te escondes, lo evitas y rezas para que tus pecados nunca te encuentren.
Hace 13 años…
Pedro
hubo un golpe en la puerta y luego sólo el pequeño arrastrar de pies. Mi pecho dolía. Mi madre me había llamado de camino a casa para decirme lo que había hecho y que ahora saldría a tomar algunos cócteles con amigos. Yo sería quien tendría que tranquilizar a Dani. Mi madre no podía manejar el estrés que eso implicaba. O eso es lo que me dijo cuándo llamó.
—¿Pedro? —La voz de Dani llamó con un hipo. Había estado llorando.
—Estoy aquí—dije mientras me levantaba de donde yo había estado sentado en la esquina. Era mi escondite. En esta casa necesitabas un escondite. Si no tenías uno, cosas malas sucedían.
Mechones de los rizos rojos de Daniela se pegaban a su cara mojada. Su labio inferior tembló mientras me miraba con esos ojos tristes. Casi nunca los veía felices. Mi madre sólo le daba atención cuando necesitaba vestirla y presumirla. El resto del tiempo era ignorada. Excepto por mí. Hice mi mejor esfuerzo para hacerla sentir querida.
—No lo vi. Él no estaba allí —susurró mientras un pequeño sollozo escapó.
No tuve que preguntar quién era “él.” Lo sabía. Mamá se había cansado de oír a Dani preguntar por su padre. Así que decidió llevarla a verlo. Desearía que me lo hubiera dicho. Desearía poder haber ido. La mirada afligida en el rostro de Daniela provocó que mis manos se cerraran en puños. Si alguna vez veía a ese hombre iba a darle un puñetazo en la nariz. Quería verlo sangrar.
—Ven aquí —le dije, extendiendo la mano y tirando de mi hermana pequeña hacia mis brazos. Envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y me apretó con fuerza. En momentos como este era difícil respirar. Odiaba la vida que
le habían dado. Por lo menos, yo sabía que mi padre me quería. Pasaba tiempo conmigo.
—Tiene otras hijas. Dos. Y son… hermosas. Sus cabellos son como el cabello de un ángel. Y tienen una mamá que las deja jugar afuera en la tierra. Usaban zapatos tenis. Y estaban sucios. —Dani tenía envidia de unos zapatos sucios.
Nuestra madre no le permitía ser menos que perfecta todo el tiempo. Ni siquiera tenía un par de zapatos tenis.
—No pueden ser más hermosas que tú —le aseguré, porque lo creía firmemente.
Daniela sollozó y luego se apartó de mí. Levantó su rostro y me observó con sus enormes ojos verdes. —Lo son. Las vi. Pude ver fotografías en la pared de ellas y un hombre. Las quiere… Él no me quiere.
No podía mentirle. Tenía razón. No la quería.
—Él es un estúpido idiota. Me tienes a mí, Dani. Siempre me tendrás.
Paula
tiempo presente…
Veinticuatro kilómetros fuera de la cuidad era lo suficientemente lejos. Nadie venía tan lejos de Sumit para visitar una farmacia. A menos que tuvieran diecinueve años y necesitaba algo que no querían que el pueblo se enterara que compraste. Todo lo que comprara en la farmacia local se esparciría por toda la pequeña ciudad de Sumit, Alabama, en menos de una hora.
Especialmente si eras soltera y comprabas condones… o una prueba de embarazo.
Puse las pruebas de embarazo en el mostrador y no hice contacto visual con el empleado. No pude. El miedo y la culpa en mis ojos era algo que no quería compartir con un completo extraño. Esto era algo que ni siquiera le conté a Facundo.
Desde que obligué a Pedro que saliera de mi vida hace tres semanas, poco a poco volvía a mi rutina de pasar todo el tiempo con Facundo. Fue fácil. No me presionaba
para hablar, pero cuando lo hacía siempre escuchaba.
—Dieciséis dólares y quince centavos —dijo la mujer del otro lado del mostrador. Podía oír la preocupación detrás de su voz. No era de extrañar. Esta era la compra de la vergüenza que todas las adolescentes temían. Le entregué un billete de veinte dólares sin levantar los ojos de la pequeña bolsa que había puesto delante de mí. Ésta sostenía la única respuesta que necesitaba y aterrorizaba.
Ignorar el hecho de que mi período tenía dos semanas de retraso y fingir que esto no ocurría era más fácil. Pero tenía que saberlo.
—Tres dólares con ochenta y cinco centavos es tu cambio —dijo mientras extendí la mano y tomé el dinero que me extendía.
—Gracias —murmuré y tomé la bolsa.
—Espero que todo salga bien —dijo la mujer en tono suave. Levanté la vista y me encontré con un par de simpáticos ojos marrones. Era una extraña que nunca volvería a ver, pero en ese momento me ayudó que alguien más lo supiera. No me
sentía sola.
—Yo también —le contesté antes de dar la vuelta y caminar hacia la puerta.
De regreso al sol caliente de verano.
Di dos pasos hacia el estacionamiento cuando mis ojos se posaron en el lado del conductor de la camioneta. Facundo estaba recargado sobre ella con sus brazos cruzados sobre el pecho. La gorra de beisbol gris que llevaba tenía una A de la Universidad de Alabama que ocultaba sus ojos.
Me detuve y lo miré fijamente. No había manera de mentir sobre esto. Él sabía que no había venido hasta aquí para comprar condones. Sólo había una razón mas. Incluso sin poder ver la expresión de sus ojos sabía… que él lo sabía.
Tragué el nudo en mi garganta con el que había estado luchando desde que entré en mi camioneta está mañana y me dirigí fuera de la cuidad. Ahora ya no era sólo la extraña detrás del mostrador y yo las que lo sabíamos. Mi mejor amigo también lo sabía.
Me obligué a mí misma a poner un pie delate del otro. Él haría preguntas y yo tendría que responder. Después de las últimas semanas se merecía una explicación. Se merecía la verdad. ¿Pero cómo explicaba esto?
Me detuve a unos metros delante de él. Me alegró que la gorra ocultara su rostro. Sería mucho más fácil de explicar si no podía ver los pensamientos destellando en sus ojos.
Nos quedamos en silencio. Quería que hablara primero, pero después de lo que parecieron varios minutos sin decir nada, supe que él quería que yo dijera algo primero.
—¿Cómo supiste dónde estaba? —pregunté finalmente.
—Estás quedándote en la casa de mi abuela. En el momento que te marchaste actuando extrañamente, ella me llamó. Me preocupé por ti —respondió.
Las lágrimas picaron mis ojos. No iba a llorar sobre esto. Ya había llorado todo lo que tenía que llorar. Apretando la bolsa que guardaba la prueba de embarazo, enderecé mis hombros. —Me has seguido —le dije. No era una pregunta.
—Por supuesto que sí —respondió, luego sacudió la cabeza y volvió su mirada lejos de mí para concentrarse en otro cosa—. ¿Ibas a decírmelo, Paula?
¿Iba a decírselo? No lo sabía. No había pensado en eso todavía. —No estoy segura que haya nada que decir aún por el momento —le contesté con sinceridad.
Facundo negó con la cabeza y dejó escapar una risita baja sin humor. —¿No estás segura, eh? ¿Has venido hasta aquí porque no estás segura?
Estaba enojado. ¿O estaba herido? No tenía por qué estarlo. —Hasta que no tome está prueba no estoy segura. Tengo un retraso. Eso es todo. No hay ninguna razón por la que debería decirte esto. No es de tu incumbencia.
Lentamente, Facundo volvió su cabeza para nivelar su mirada en mí. Levantó la mano e inclinó su gorra hacia atrás. La sombra desapareció de sus ojos. Había
incredulidad y dolor en ellos. No quería ver eso. Era casi peor que ver el juicio en sus ojos. En cierto modo, el juicio era mejor.
—¿En serio? ¿Eso es lo que sientes? ¿Después de todo por lo que hemos pasado así es como te sientes honestamente?
Lo que habíamos pasado estaba en el pasado. Él era mi pasado. Había atravesado por muchas cosas sin él. Mientras él disfrutaba de sus años de instituto yo luchaba por que mi vida no se desmoronara. ¿Qué era exactamente lo que creía
que había sufrido? La ira hirvió lentamente en mi sangre y levanté mis ojos para mirarlo.
—Sí, Facundo. Así es como me siento. No estoy segura de qué es exactamente lo que hemos pasado. Éramos mejores amigos, después fuimos novios, luego mi mamá enfermó y tú querías que tu polla fuera consentida, así que me engañaste.
Me hice cargo de mi madre enferma sola. Sin nadie con quien apoyarme. Luego ella murió y me mudé. Mi corazón y mundo fueron destrozados y volví a casa. Has estado aquí para mí. No te lo pedí, pero lo has hecho. Y te lo agradezco, sin embargo eso no hace que todas las cosas esaparezcan. No compensa el hecho de que me abandonaste cuando más te necesitaba. Así que discúlpame si cuando mi
mundo está a punto de desmoronarse de debajo de mis pies y tú no eres la primera persona a la que corro. Aún no te lo has ganado.
Respiraba con dificultad y las lágrimas que no había querido derramar corrían por mi rostro. Maldita sea, no quería llorar. Cerré la distancia que nos separaba y usé toda mi fuerza para alejarlo fuera de mi camino para así poder agarrar la manija de la puerta y abrirla. Necesitaba salir de aquí. Alejarme de él.
—Muévete —grité mientras me esforzaba por abrir la puerta con su peso aún contra ella.
Esperé que discutiera conmigo. Esperé cualquier cosa excepto que hiciera lo que le pedí. Me subí en el asiento del conductor y arrojé la bolsa de plástico en el asiento a mi lado antes de echar andar la camioneta y salir del estacionamiento.
Aún podía ver a Facundo de pie allí. No se había movido mucho. Sólo lo suficiente para que pudiera entrar a la camioneta. No me estaba mirando. Observaba el suelo
como si tuviera todas las respuestas. No podía preocuparme por él ahora. Tenía que salir de aquí.
Tal vez no debería haberle dicho esas cosas. Tal vez debí haberlas dejado en mi interior donde habían estado enterradas todos estos años. Pero ya era demasiado tarde. Me confrontó en el momento equivocado. No me sentiría mal
por esto.
Tampoco podía volver a la casa de su abuela. Ella sospechaba. Era probable que él la llamara para decirle. Si no le decía la verdad, entonces se enteraría por otra persona. No tenía ninguna otra opción. Iba a tener que tomar una prueba de embarazo en el baño de una estación de servicios. ¿Podría esto ponerse peor?
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