miércoles, 18 de diciembre de 2013

CAPITULO 55










Paula

la tumba de mi madre era el único lugar al que podía pensar ir. No tenía casa. No podía regresar a donde Carmen. Ella era la abuela de Facundo.
Probablemente, él estuviera allí, esperándome. O quizás no estuviera. Quizás le había empujado demasiados lejos. Me senté a los pies de la tumba de mi madre. Tiré de mis rodillas bajo mi barbilla y rodeé mis piernas con mis brazos.
Había vuelto a Sumit porque era el único lugar que conocía para regresar.
Ahora necesitaba marcharme. No podía quedarme aquí. Otra vez, mi vida estaba a punto de tomar un giro repentino. Uno para el que yo no estaba preparada. Cuando había sido una niña, mi madre nos llevo un domingo a la escuela de la iglesia Baptista local. Recuerdo un pasaje de la Biblia que nos leyeron acerca de que Dios no pone en nuestro camino más de lo que podemos soportar.
Comenzaba a preguntarme si eso era sólo para aquellas personas que iban a la iglesia cada domingo y rezaban antes de irse a la cama por las noches. Porque él no
se estaba conteniendo a la hora de lanzarme golpes.
Sentir lástima por mí misma no me ayudaría. No podía hacer esto. Tenía que resolverlo también. Mi estancia con Carmen y dejar que Facundo me ayudara a lidiar con el día a día había sido temporal. Supe cuando me mudé a la habitación
de invitados que no podía quedarme mucho tiempo. Había demasiada historia entre Facundo y yo. Historia que no tenía la intención de repetir.
El momento de marcharse estaba aquí, pero todavía no tenía ni idea de a dónde iba a ir y qué iba a hacer igual que había estado tres semanas atrás.
—Me gustaría que estuvieras aquí, mamá. No sé qué hacer y no tengo nadie a quien preguntarle —susurré mientras estaba allí sentada en el silencioso cementerio. Quería creer que ella podía oírme. No me gustaba la idea de ella estando bajo tierra, pero después de que mi hermana gemela, Valeria, hubiera muerto me había sentado aquí en este lugar con mi madre y nos gustaba hablar con Vale. Mamá había dicho que su espíritu estaba pendiente de nosotras y que
podía oírnos. Así que quería creer eso ahora.
—Soy solo yo. Te echo de menos. No quiero estar sola… pero lo estoy. Y tengo miedo. —El único sonido era el susurro de las hojas en los árboles—. Una vez me dijiste que si escuchaba realmente fuerte sabría la respuesta en mi corazón.
Estoy escuchando, mamá, pero estoy tan confundida. ¿Tal vez podrías ayudarme señalándome en la dirección correcta de alguna manera?
Descansé la barbilla sobre mis rodillas y cerré los ojos, negándome a llorar.
—¿Recuerdas cuando dijiste que tenía que contarle a Facundo cómo me sentía exactamente? Que no me sentiría mejor hasta que lo dejara salir todo. Bueno, justo hice eso hoy. Incluso si él me perdona, nunca será lo mismo. No puedo seguir confiando en él para las cosas, de cualquier modo. Es el momento de que resuelva las cosas por mi cuenta. Es solo que no sé cómo.
Solo preguntárselo me hizo sentir mejor. Saber que no obtendría una respuesta parecía no importar.
La puerta de un coche se cerró de golpe rompiendo la paz y dejé caer mis brazos de mis piernas y me giré hacia atrás para mirar hacia el aparcamiento, vi un coche demasiado caro para esta pequeña ciudad. Girando mis ojos para ver quién se había bajado del coche, abrí la boca y me puse de pie de un salto. Era Isabel.
Estaba aquí. En Sumit. En el cementerio… conduciendo un coche que parecía muy, muy caro.
Su largo cabello marrón estaba recogido sobre su hombro en una coleta. Una sonrisa tiraba de sus labios cuando mis ojos se encontraron con los suyos. No me podía mover. Tenía miedo de que me estuviera imaginando cosas. ¿Qué estaba Isa haciendo aquí?
—No tienes un teléfono móvil, ¿cómo diablos se supone que voy a llamarte y a decirte que voy a patearte el culo si no tengo un número al que llamar, eh? —
Sus palabras no tenía sentido, pero solo oír su voz me hizo recorrer a la carrera la distancia entre nosotras.
Isabel se rió y abrió sus brazos cuando me arrojé en ellos. —No puedo creer que estés aquí —dije después de abrazarla.
—Sí, bueno, yo tampoco. Fue un largo viaje. Pero tú lo vales y ya que dejaste
el teléfono móvil en Rosemary, no tenía ninguna manera de hablar contigo.
Quería contárselo todo, pero no podía. Todavía no. Necesitaba tiempo. Ella ya sabía sobre mi padre. Sabía sobre Dani. Pero el resto… yo sabía que ella no lo conocía.
—Estoy contenta de que estés aquí, ¿pero cómo me has encontrado?
Isa sonrió e inclinó la cabeza hacia un lado. —Conduje por la ciudad buscando tu camioneta. No fue tan difícil. Este lugar tiene como una luz roja. Si hubiera parpadeado dos veces lo habría pasado por alto.
—Ese coche probablemente llama un poco la atención en la ciudad —dije mirando más allá de ella.
—Es de Jose. Esa cosa se conduce como un sueño.
Aún estaba con Jose. Bueno. Pero me dolía el pecho. Jose me recordaba a Rosemary. Y Rosemary me recordaba a Pedro.
—Me gustaría preguntarte cómo estás, pero chica, tienes la figura de un palo. ¿Has comido algo desde que te marchaste de Rosemary?
Mis ropas colgaban flojas sobre mí. Comer había sido difícil con el gran nudo que se mantenía apretado en mi pecho en todo momento. —Han sido unas semanas difíciles, pero creo que estoy cada vez mejor. Superando las cosas. Lidiando con ello.
Isabel desvió la mirada hacia la tumba detrás de mí. Hacia ambas. Pude ver la tristeza en sus ojos mientras leía sus lápidas. —Nadie puede quitarte tus recuerdos. Tienes eso —dijo apretando mi mano entre las suyas.
—Lo sé. No les creo. Mi padre es un mentiroso. No les creo a ninguno de ellos. Ella, mi madre, no habría hecho lo que ellos dicen. Si alguien tiene la culpa, ese es mi padre. Él causó este dolor. No mi madre. Nunca mi madre.
Isabel asintió y sostuvo mi mano en las suyas. Solo tener a alguien escuchándome y saber que me creía, que creía en la inocencia de mi madre, ayudó.
—¿Tú hermana se parecía mucho a ti?
El último recuerdo que tenía de Valeria era de su sonrisa. Esa brillante sonrisa que era mucho más bonita que la mía. Sus dientes eran perfectos sin ayuda de aparatos de ortodoncia. Sus ojos eran más brillantes que los míos. Pero todo el mundo decía que éramos idénticas. Ellos no veían la diferencia. Siempre me pregunté por qué. Yo podía verla tan claramente.
—Éramos idénticas —respondí. Isabel no entendería la verdad.
—No puedo imaginarme dos Paula Chaves. Ustedes debieron de haber roto un montón de corazones en esta pequeña ciudad. —Estaba tratando de aligerar el
ambiente después de preguntar por mi difunta hermana. Yo apreciaba eso.
—Solo Valeria. Yo estuve con Facundo desde que era joven. No rompí ningún corazón.
Los ojos de Isa se ampliaron un poco, luego apartó la mirada antes de aclararse la garganta. Esperé hasta que se volvió hacia mí. —A pesar de que verte es impresionante y que podríamos sacudir totalmente esta ciudad, vine aquí con un propósito.
Supuse que así era, solo no podía imaginarme qué propósito sería exactamente.
—De acuerdo —dije esperado más explicación.
—¿Podemos hablar de esto en alguna cafetería? —Frunció el ceño y miró de nuevo hacia la calle—. O tal vez en el Dairy K, ya que es el único lugar que he visto mientras conducía a través de la ciudad.
Ella no parecía cómoda manteniendo una conversación entre tumbas como yo. Eso era normal. Yo no lo era. —Sí, está bien —dije y me acerqué para recoger mi bolso.
—Ahí está tu respuesta —susurró una voz suave, tan bajo que casi pensé que lo había imaginado. Me giré para mirar hacia atrás, a Isa, quien sonreía con las manos metidas en los bolsillos delanteros.
—¿Dijiste algo? —pregunté confundida.
—Uh, ¿te refieres a después de que sugiriera ir al Dairy K? —preguntó.
Asentí con la cabeza. —Sí. ¿Susurraste algo?
Ella arrugó la nariz, luego miró a su alrededor con nerviosismo y sacudió la cabeza.
—No… eh… ¿por qué no salimos de aquí? —dijo estirando la mano para coger mi brazo y tirando de mí detrás de ella hacia el coche de Jose.
Volví la vista hacia la tumba de mi madre y una paz se asentó sobre mí. ¿Eso había sido…? No. Seguramente, no. Sacudiendo la cabeza, me di la vuelta y me subí en el lado del copiloto antes de que Isabel me lanzara dentro

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