viernes, 13 de diciembre de 2013

CAPITULO 44







Pedro dejó escapar una sexi risa baja y me acercó a él. 
—Estoy pensando que sexo en el hoyo dieciséis en el lago estaría bien.
Incliné mi cabeza como si estuviera pensando en ello. 
—Mmm... El problema es que tengo que cambiarme e ir a trabajar en la cocina el resto de la noche.
Pedro dejó escapar un profundo suspiro. —Mierda.
Le di un beso en la mandíbula. —Tienes una hermana a quien acompañar — le recordé.
Los brazos de Pedro se apretaron a mí alrededor. —Todo en lo que puedo pensar es estar dentro de ti. Tenerte apretada contra mí y oírte haciendo esos pequeños gemidos sexis.
Oh. Dios. Mi ritmo cardiaco se aceleró ante la idea.
—Si pudiera alejarme de ti, fácilmente te llevaría a esa oficina y te presionaría contra la pared y me enterraría profundamente dentro de ti. Pero no puedo tener un rapidito contigo. Eres demasiado adictiva. —Su descripción hizo
que respirara con dificultad y me aferrara a sus hombros—. Cámbiate. Estaré aquí, así no estaré tentado. Luego, te acompañaré de regreso a la cocina —dijo Pedro
mientras me soltaba lentamente.
Necesité un momento para recuperar el control antes de soltar sus brazos.
Entonces, me giré y corrí a la oficina.


***


No vi a Pedro después que lo dejé en la puerta de la cocina con un beso rápido. La noche había sido interminable y estaba agotada. Preparar la comida era más difícil de lo que parecía. Después de que el lugar se había vaciado y
desocupado, habíamos quedado justo con la tarea de la limpieza.
Tres horas más tarde, eran casi las cuatro de la mañana. Casi caminé a trompicones en la oscuridad de la madrugada y me dirigí a mi camioneta. Una parte de mí esperaba que Pedro estuviese esperando por mí, pero para eso habría
tenido que dormir en el coche, lo que hubiera sido ridículo.
Conduje mi camioneta y me dirigí a su casa. No tenía que ir a trabajar hoy, por lo que podía dormir. Tampoco tendría que encontrar ese apartamento por más tiempo. Tan pronto como entré en el camino de entrada, miré hacia arriba para ver que las luces seguían encendidas en la habitación de Pedro. La parte superior de la casa estaba toda iluminada en comparación con la oscuridad en el resto de la misma.
La puerta principal estaba abierta, así que entré en la casa y cerré la puerta detrás de mí. Me pregunté si Pedro seguía despierto esperando por mí o si se había dormido con las luces encendidas. ¿Voy a mi cuarto o al suyo?
Me dirigí escaleras arriba y me encontré a Pedro sentado en el suelo, apoyado contra la puerta mirándome directamente. ¿Qué estaba haciendo?
Cuando sus ojos se encontraron con los míos, se puso de pie y caminó hacia mí. Lo encontré a mitad de camino. Parecía desesperado. No podía entender por qué. 
—Te necesito en el piso de arriba. Ahora —dijo en una apretada voz frenética.
Mi corazón se aceleró. ¿Había alguien herido? ¿Estaba bien?
Corrí detrás de él. Cerró la puerta con llave. Nunca la cerraba. Luego, sus manos estaban sobre mí antes de que incluso hubiera subido las escaleras.
Era como si un hombre salvaje estuviera tomando el control. Pedro pasó las manos por mis caderas y sobre mi trasero y después las subió otra vez. Agarró mi camisa y la arrancó. Oí estallarse un botón e hice una mueca. Esa era la camisa del uniforme. Empecé a preguntarle qué le pasaba, pero su boca cubrió la mía y su lengua estaba dentro. Sus manos encontraron el broche en mis pantalones cortos y
comenzó a abrirlos mientras los empujaba hacia abajo. Los pequeños gruñidos hambrientos que estaba haciendo estaban causando que mi cuerpo reaccionara.
Sentí la humedad entre mis piernas y el inicio del palpitar ansioso.
Pedro me empujó de nuevo en la escalera y tiró de mis zapatos, de mis pantalones y bragas, y luego agarró mis dos rodillas y las empujó para separarlas.
No tuve tiempo para procesar antes de que su boca estuviera sobre mí, lamiendo mis pliegues y deslizándose dentro de mí. Mi carne tierna por el sexo salvaje que
había tenido la noche anterior estaba extremadamente sensible a cada caricia de su lengua. Empecé a gritar su nombre. Apoyándose en los codos, miré cuando comenzó a repartir besos a lo largo de mis muslos y luego enterró su cara entre mis piernas de nuevo para enviarme jadeando y pidiendo más.
—Mío. Esto es mío —gritó como un poseso mientras tiraba hacia atrás para mirarme. Pasó los dedos suavemente por el centro y luego pasó su mirada a la mía—. Mío. Este dulce coño es mío, Paula.
Estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa si me hacía correrme. Aunque primero lo quería dentro de mí.
—Dime que es mío —exigió. Asentí con la cabeza y deslizó un dedo en mi interior provocando que otro gemido se me escapara—. Dime que es mío —repitió.
—Es tuyo. Ahora, por favor, Pedro, fóllame.
Sus ojos se agrandaron y se puso de pie y empujó hacia abajo los pantalones de pijama que llevaba. Su erección se destacó con orgullo.
—Sin preservativo esta noche. Lo sacaré. Sólo tengo que sentirte por completo —dijo mientras empujaba mis rodillas y se dejaba caer hasta que estuvo en mi entrada. No chocó contra mí como esperaba. Descendió lentamente.
—¿Te duele? —preguntó mientras se movía.
Me dolía un poco, pero no iba a admitir eso. Lo quería sin control. —Se siente bien —aseguré.
Se mordió el labio inferior y lentamente se retiró. —Estas escaleras son demasiado duras para ti. Ven aquí. —Se inclinó y me recogió en sus brazos,
comenzando a subir las escaleras. Nunca había sido llevada por un hombre antes y tengo que decir que fue una experiencia excelente. El pecho desnudo de Pedro
sosteniéndome fue increíble.
—¿Harías algo por mí? —preguntó inclinando la cabeza hacia abajo para presionar pequeños besos en mi nariz y párpados.
—Sí —contesté.
Se detuvo junto a la cama y lentamente me dejó hasta que mis pies tocaron el suelo. —Inclínate hacia delante y pon tu pecho en la cama. Pon tus manos sobre tu cabeza y deja tu trasero al aire.
Um... bien. No le pregunté por qué, porque me había dado cuenta de eso.
Manteniendo los pies en el suelo, me incliné hacia delante y me puse en la cama como pidió.
Su mano pasó por encima de mi trasero e hizo un sonido de satisfacción en su garganta. —Tienes el culo más perfecto que he visto —dijo en un tono reverente.
Sus dos manos encontraron mis caderas y lentamente entró en mí, empujándome hacia él mientras se deslizaba en mi interior. Era más profundo de esta manera. —¡Pedro! —grité mientras el dolor leve me golpeaba por la profundidad en la que estaba.
—Mierda, estoy profundamente —se quejó.
Luego, retiró lentamente sus caderas y comenzó ese movimiento familiar.
Agarré las sábanas mientras mi cuerpo empezaba a subir hacia su punto culminante. Sabía lo que se avecinaba y mis piernas empezaron a temblar por el placer que comenzaba a construirse dentro de mí.
Una de las manos de Pedro se deslizaron hacia abajo hasta que toco mi clítoris hinchado y comenzó a frotar su pulgar sobre él. —Dios, estás empapada — jadeó.
Mis piernas se pusieron rígidas cuando el orgasmo se apoderó de mí y luego empecé a sacudirme incapaz de hacerle frente a la sensación de Pedro todavía rozándome. Era tanto placer que dolía. Antes de que pudiera pedir misericordia, sus manos agarraron mi cintura y me empujó rápidamente.
—¡AH! —gritó mientras me desplomaba sobre la cama, sabiendo sin mirar que se había salido antes de correrse—. Maldita sea, nena, si supieras cuan jodidamente increíble se ve tu culo en este momento —dijo en una voz sin aliento.
Giré la cabeza hacia un lado, incapaz de levantarla, y lo miré. —¿Por qué?
Una risa baja retumbó en su pecho. —Digamos que tengo que limpiarte.
La comprensión me golpeó y la calidez en mi trasero que no había notado antes, de pronto me llamó la atención. Una risita se me escapó y enterré mi cara en mis manos.
Yací allí, escuchando cómo corría el agua, y luego regresó a mí. El calor de la toalla mientras me limpiaba su semen fue agradable y poco a poco empecé a caer dormida. Estaba agotada. Me pregunté si alguna vez despertaría.


Estaba sola. Me tapé los ojos contra el sol de la mañana y miré alrededor de la habitación.Pedro no estaba aquí. Eso fue sorprendente. Me senté y miré el reloj. Eran más de las diez. No me extrañaba que no estuviera aquí. Había dormido toda la mañana. Hoy hablaríamos. Iba a dejarme entrar. Anoche habíamos tenido un sexo increíble.
Necesitaba palabras ahora.
Me levanté y encontré mis pantalones cortos tirados en el extremo de la cama. Pedro debió haberlo traído arriba porque recuerdo dejarlos en la escalera anoche. Me los puse y luego busqué alrededor por mi camisa. Una de las camisetas de Pedro estaba doblada al lado de mis pantalones cortos, así que me la puse y me dirigí hacia las escaleras. Estaba lista para ver Pedro.
Las puertas en el lado de la sala familiar estaban abiertas. Me quedé helada.
¿Qué significaba eso? Siempre estaban cerradas. Entonces, oí voces. Caminé hacia el segundo tramo de escaleras y escuché. La voz familiar de mi padre venía a las
escaleras desde la sala de estar. Él estaba en casa.

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