sábado, 7 de diciembre de 2013

CAPITULO 30

CAPITULO 30 










—No podía encontrarte. ¿Por qué estás aquí afuera? Aquí no es seguro.
Ya había tenido suficiente con su rol de hermano mayor. Podía cuidarme yo misma. Él tenía que retroceder. 
—Estoy bien. Vuelve adentro y continúa con tu sesión de besos en nuestra mesa. —La amargura en mi voz era evidente. No podía evitarlo.
—¿Por qué estás aquí afuera? —Repitió, lentamente dio otro paso hacia mí.
—Porque quiero —respondí con la misma lentitud, mirándolo.
—La fiesta es adentro. ¿No era eso lo que querías? ¿Ir a un bar con hombres y bebidas? Te lo estás perdiendo aquí afuera.
—Aléjate, Pedro.
Pedro dio un paso más hacia mí, dejando sólo unos centímetros entre nosotros. —No. Quiero saber que pasó.
Algo dentro de mí se rompió y puse ambas manos en su pecho y lo empujé tan fuerte como pude. Apenas se tambaleó hacia atrás. —¿Quieres saber qué pasó?
TÚ pasaste, Pedro. Eso es lo que pasó. —Me apresuré a su lado y caminé hacia el oscuro estacionamiento.
Una fuerte mano se envolvió alrededor de mi brazo deteniéndome y tiré con fuerza tratando de liberarme, pero no sirvió de nada. Pedro tenía un firme agarre
de mí y no iba a dejarme ir.
—¿Qué significa eso, Paula? —preguntó, tirándome contra su pecho.
Me retorcí contra él, luchando con el impulso de gritar. Odiaba la forma en que su olor hacía que mi corazón se acelerará y mi cuerpo latiera a toda prisa.
Necesitaba que se mantuviera a distancia. No que me frotara su delicioso y cálido cuerpo por todas partes.
—Déjame. Ir. —Espeté.
—No hasta que me digas cuál es tu problema —respondió enojado.
Me retorcí en sus brazos pero no se movió ni un centímetro. Esto era ridículo. No quería escuchar lo que tenía que decirle. Esa comprensión me hizo querer decírselo. Sabiendo que lo que le iba a decirle lo molestaría. Estropeando toda su idea de ser amigos.
—No me gusta verte tocar a otras mujeres. Odio cuando otros hombres agarran mi culo. Quiero que seas tú quien me toca allí. Quien desea tocarme ahí. Pero no lo haces y tengo que lidiar con eso. Ahora, ¡déjame ir! —Me liberé y corrí hasta su Range Rover. Me podría esconder allí hasta que estuviera listo para llevarme a casa.
Las lágrimas picaban mis ojos y corrí con más fuerza. Cuando llegué a su vehículo, caminé a un lado y me apoyé contra él cerrando mis ojos. Acababa de decirle a Pedro que quería que tocara el culo. ¿Qué tan estúpida podría ser? Me
había dado mi propia habitación. Ofreció dejarme quedar allí hasta que mi papá llegara a casa, así podría ahorrar dinero, y acabo de darle muchas razones para echarme.
El seguro del Range Rover hizo clic y abrí mis ojos para ver a Pedro dirigiéndose a mí. Iba a llevarme a casa y echarme. Se detuvo a mi lado y abrió de golpe la puerta de atrás. Me decía que subiera al auto. Qué humillante.
—Entra o te meteré —gruñó.
Subí en el asiento de atrás antes de que pudiera tirarme dentro. Pero no cerró la puerta tras de mí. En vez de eso, se subió detrás de mí.
—¿Qué estás haciendo? —Pregunté, justo antes de que me presionara contra el asiento y cubriera mi boca con la suya. Me abrí a él con una probada de su lengua. El golpe del metal en mi boca era excitante. Esta noche su sabor a menta, no estaba mezclado con algo más. Podría saborearlo por horas y nunca aburrirme.
Sus manos encontraron mis caderas y me movió hasta que una pierna estuvo arriba, sobre el asiento con mi rodilla doblada, y mi otra pierna aún seguía en el suelo. Me extendió abierta y luego se coloco entre mí. Su boca dejó la mía y dejó un rastro de besos hambrientos por mi cuello. Dio un pequeño mordisco en mi hombro desnudo causando que una oleada de excitación me atravesara.
Sus manos encontraron el dobladillo de mi blusa.  Quítatela —dijo.mientras la levantaba sobre mi cabeza y luego la tiró en el asiento delantero sin apartar sus ojos de mi pecho—. Quiero que te quites todo, dulce Pau. —Llegó a mi espalda con una mano y desabrochó mi sujetador en menos de un segundo. Lo bajó por mis brazos antes de lanzarlo en el asiento delantero con mi blusa.
—Esto es por lo que traté de mantenerme alejado. Esto, Paula. No voy a ser capaz de detenerlo. No ahora. —Bajó la cabeza y tiró de un pezón con su boca. Lo chupó con fuerza y una explosión estalló entre mis piernas. Grité, agarrando sus hombros y sosteniéndome.
Vi cómo sacó la lengua y pasó la barra de metal sobre mi piel. Era la cosa más erótica que jamás había visto. —Sabes a caramelo. Las chicas no deberían saber tan dulce. Es peligroso —susurró contra mi piel y rozó su nariz sobre mi
escote mientras inhalaba con fuerza—. Y hueles increíble.
Sus labios de nuevo estaban en los míos mientras una de sus grandes manos cubría mi pecho, frotándolo suavemente y luego tirando de mi pezón. Yo quería sentir más. Pasé mis manos por su pecho y las deslicé por debajo de su camisa.
Había visto su pecho lo suficiente como para saber exactamente cómo lucía. Ahora quería saber cómo se sentía debajo de mis manos. La cálida piel que cubría sus
fuertes músculos era suave. Pasé mis dedos sobre cada ondulación en su estómago y memoricé la sensación. No tenía promesa de que esto sería más que un evento de
una sola vez y lo quería todo.
Pedro se sacó la camisa, tirándola a un lado luego volvió a devorar mis labios con los suyos. Me arqueé más cerca de él. Nunca había estado sin camisa con un chico. Quería sentir su pecho desnudo contra el mío. Parecía saber lo que quería y me envolvió con fuerza entre sus brazos y tirándome contra él. La humedad de su boca había dejado mi pecho frío, pero el calor de su piel era impactante.
Grité y lo acerqué más, con miedo de que se alejara de mí. Tenía lo que había querido desde que lo había visto afuera en el pórtico con aquella chica. Era yo entre cuyas piernas estaba ahora. Esta era mi fantasía.
—Dulce Pau —susurró, tirando de mi labio inferior con su boca y chupándolo.
Me moví debajo de él en un intento de tener su dureza presionada entre mis piernas. Estaba palpitando y quería sentir su erección contra mí. Pedro deslizó su mano hacia abajo para acariciar mi rodilla y luego la subió hacia el interior de mi muslo. Dejé que mi pierna se abriera aún más, necesitando que se acercara más. El dolor crecía y la idea de su mano estando cerca de mi dolorosa necesidad me
mareaba.
En el momento que su dedo recorrió la entrepierna de mis bragas de seda me sacudí y dejé escapar un gemido. —Tranquila. Sólo quiero ver si aquí abajo es tan jodidamente dulce como el resto de ti —dijo Pedro con voz ronca. Traté de asentir pero no podía hacer nada más que recordar respirar. Miré fijamente a los ojos plateados de Pedro mientras adquirían un brillo ahumado. No apartó la
mirada de mí mientras su dedo se deslizaba dentro de los bordes de encaje de mis bragas.
—Pedro —suspiré, apretando sus hombros y sosteniendo su mirada.
—Shhh, está bien —respondió. No estaba asustada. Él intentaba calmar mi temor, pero no había ninguno. La excitación y la necesidad eran demasiado.
Necesitaba que se diera prisa. Algo crecía dentro de mí y necesitaba alcanzarlo. El dolor punzante estaba creciendo.
Pedro enterró su cabeza en mi cuello y dejó escapar un profundo y largo suspiro. 
—Esto es jodidamente difícil —gimió. Comencé a abrir mi boca y rogarle que no se detuviera. Lo necesitaba. Necesitaba esa liberación que sabía que venía.
Su dedo se deslizo sobre mi humedad y los dedos de mis pies se enroscaron mientras mi cuerpo se doblaba sin control. Luego su dedo se deslizó dentro.
Lentamente. Me quedé inmóvil, temerosa de cómo se sentiría esto. El grosor de su dedo me alivió un poco más y quise tomar su mano y empujarla con fuerza. Esto era bueno. Demasiado bueno.
—Mierda. Madre del maldito infierno. Húmeda, caliente… tan jodidamente caliente. Y Jesús, estás tan apretada. —La respiración de Pedro se había vuelto más pesada contra mi cuello mientras me decía cosas que sólo me excitaban más. Entre más picantes eran sus palabras más respondía mi cuerpo.
—Pedro. Por favor —supliqué, luchando con la urgencia de tomar su mano y forzarlo a darme el alivio que palpitaba debajo de su toque—. Necesito… —No sabía lo que necesitaba. Sólo lo necesitaba.
Pedro levantó su cabeza y pasó su nariz por mi cuello, luego presionó un beso en mi barbilla. —Sé lo que necesitas. Es sólo que no estoy seguro de que
pueda manejar el verte teniéndolo. Me tienes excitado de muchas maneras, chica.
Estoy tratando de ser un buen chico. No puedo perder el control en la parte trasera de un maldito auto.
Negué con la cabeza. No podía parar. No quería que fuera bueno. Lo quería dentro de mí. Ahora. —Por favor, no seas bueno. Por favor —supliqué.
Pedro dejó escapar un fuerte suspiro. —Mierda, nena. Basta. Voy a explotar.
Te daré tu liberación, pero cuando finalmente me entierre dentro de ti por primera vez no vas a estar tendida en la parte trasera de mi auto. Estarás en mi cama.
Su mano se movió antes de que pudiera responder y mis ojos rodaron hacia atrás de mi cabeza. —Eso es. Córrete para mí, dulce Pau. Córrete en mi mano y déjame sentirlo. Quiero verte. 
—Sus palabras me enviaron en espiral hacia el borde
del risco que había estado tratando tan difícilmente de alcanzar.
—¡PEEEDROOOOOOO! —Escuché el grito que salió de mí mientras iba cayendo en completa dicha. Sabía que estaba gritando por él, gritando su nombre y tal vez arañándolo, pero ya no podía controlarme. El éxtasis era demasiado.
—Ahhhh, sí. Eso es. Mierda, sí. Eres tan hermosa. —Escuché las palabras de Pedro, pero se sentían tan lejos. Me sentía sin fuerzas y jadeaba en busca de aire cuando mis sentidos volvieron a mí.
Forcé mis párpados a abrirse, así podría ver si había herido a Pedro con mi salvaje reacción a lo que sabía que era mi primer orgasmo. Había escuchado lo suficiente sobre ellos, pero nunca había sido capaz de provocarme uno. Claro que
lo había intentado varias veces, pero no tenía la imaginación para hacerlo. Después de esta noche, tenía la sensación de que ese asunto no sería más un problema. Pedro me había dado suficiente material para trabajar y él aún tenía sus vaqueros puestos. Miré a Pedro, quien me miraba fijamente con su dedo en su boca. Me tomó un momento registrar exactamente que dedo era ese. El jadeo de sorpresa después de mi compresión sólo hizo reír a Pedro mientras se lo sacaba de la boca y sonreía.
—Tenía razón. Eres tan dulce en ese pequeño y caliente coño tuyo como lo eres en todas partes.
Si no estuviera tan cansada me habría sonrojado. Todo lo que pude hacer fue volver a cerrar mis ojos con fuerza. Pedro se rió más fuerte. —Oh, vamos, dulce Pau. Acabas de correrte toda salvaje y sexy sobre mi mano e incluso dejaste unas marcas de arañazos en mi espalda para probarlo. No te pongas tímida conmigo ahora. Porque, nena, antes de que termine la noche estarás desnuda en mi cama.
Lo miré fijamente, esperando haberlo oído correctamente. Yo quería más de esto. Mucho más.
—Déjame vestirte y luego iré a buscar a Isa para ver si necesita un aventón o si encontró a un vaquero que la lleve a casa.
Me estiré y luego logré asentir. —Está bien.
—Si no estuviera tan duro como una maldita roca ahora mismo, consideraría quedarme justo aquí y disfrutar de esa pequeña mirada satisfecha y Somnolienta en tus ojos. Me gusta saber que la puse ahí. Pero necesito un poco más.

3 comentarios: