lunes, 8 de diciembre de 2014

CAPITULO 163









Ella no regresó a casa durante horas. No sabía cuántas; sólo sabía que era tarde.


Había estado sentado frente a mi puerta en el piso, esperándola. Mirando fijamente al frente. Necesitando verla y sostenerla y saber que se encontraba aquí conmigo. Que no se había ido.


El sonido de la puerta principal abriéndose envió mi corazón a un frenesí salvaje.


Paula estaba en casa. Este podría ser. El final. No. No. No. 


No lo permitiría. La haría amarme. Haría que me perdonara.


Cuando se detuvo en el último escalón y me vio, me quedé allí y la miré. Mi dulce Paula. Apareció y robó un pedazo de mi corazón sin abrir la boca. Entonces me consumió. Lo tomó todo. La dejé tenerme libremente.

Comenzó a caminar hacia mí, me levanté y acerqué a ella. 


—Te necesito en el piso de arriba. Ahora. —La desesperación en mi voz pareció sorprenderla, pero no me
preguntó.


Agarré su mano y la arrastré hasta mi puerta. Tenía que apresurarme y ponerla segura en mi habitación. Lejos de ellos. Le empujé adentro y cerré la puerta, antes de girarme hacia ella y presionarla contra la pared.


Pasé las manos por su cuerpo, memorizando cada curva. 


No era suficiente.


Necesitaba quitar la ropa. Agarrando la parte delantera de la camiseta que llevaba, la rasgué. No tenía tiempo para los botones. Ella jadeó, y cubrí su boca con la mía. Probé
su dulce calidez con mi lengua una y otra vez, mientras hacía un trabajo rápido con el botón de sus pantalones cortos y los bajaba por sus piernas. Se hallaba desnuda. Mi Paula. Mi perfecta y dulce Paula.


Gruñendo contra su boca, sabía que necesitaba más. No me dejaría. No podía dejar que se fuera. La dejé de vuelta en sus pies y saqué sus zapatos, luego tiré de sus pantalones y bragas el resto del camino. 


Completamente desnuda. Sólo para que yo la viera. Nadie más. Jamás. Sólo para mí.


Cayendo de rodillas, separé sus piernas y pasé la lengua por sus pliegues, lamiendo su clítoris que ya estaba hinchado y listo para mí. Paula gritó mi nombre y se apoyó en sus codos. Sus muslos se abrieron más cuando deslicé mi lengua dentro de ella, antes de pasarla a lo largo de los suaves pliegues otra vez. Mi nombre era un cantoen sus labios. Empecé a besar la suave piel de sus muslos, y ella se estremeció con gemidos necesitados.


—Mío. Esto es mío. —Levanté mi cabeza, la miré—. Mío. Este dulce coño es mío, Blaire. Paula—Era mía.


Se estremeció mientras empujaba mi dedo en su calor.


—Dime que es mío —exigí.


Asintió mientras deslizaba mi dedo más profundo dentro de ella.


—Dime que es mío —repetí.


—Es tuyo. Ahora, por favor, Pedro, fóllame —dijo, jadeando.


¡Sí! Esa era mi chica. Sí, era mía. Necesitaba saber que era mía. Esto era mío.


Levantándome, bajé los pantalones de pijama que estaba usando y los pateé a un lado.


—Sin preservativo esta noche. Lo sacaré. Sólo tengo que sentirte por completo —dije.


Nunca volvería a poner un condón entre nosotros. Nunca quería ser separado de ella. Agarrando sus muslos, la levanté mientras me movía y alineaba mi polla en su entrada. No podía estrellarme contra ella sí quedó adolorida. Dios, debía estar tan malditamente cansada, pero tenía que tenerla. Lentamente, me moví dentro de ella.


—¿Te duele? —pregunté, sosteniendo.


—Se siente bien —dijo con un suspiro.


Iba a lastimarla. Me detuve y lo saqué. —Estas escaleras son demasiado duras para ti. Ven aquí.


La cogí en mis brazos y la subí por las escaleras. Estaba demasiado débil esta noche para presionarla contra la dura madera de las escaleras.


—¿Harías algo por mí? —pregunté, salpicando besos en su nariz y párpados mientras me encontraba al lado de mi cama.


—Sí —respondió.


La puse en el suelo y la sostuve, incluso después de que sus pies tocaron la alfombra. —Inclínate hacia delante y pon tu pecho en la cama. Pon tus manos sobre tu cabeza y deja tu trasero al aire.


Había fantaseado con verla de esta manera. No preguntó ni discutió el por qué.


Simplemente lo hizo. Sabiendo que quería complacerme con tanta facilidad hizo crecer el pánico. Ella era para mí. Tenía que saberlo.


Pasé mi mano por el redondo y suave culo que de ella voluntariamente me mostraba. —Tienes el culo más perfecto que he visto —le dije mientras lo acariciaba.


Tomando un firme agarre de sus caderas y separando más sus piernas, entré en un empuje.


—¡Pedro! —gritó Paula.


—Mierda, estoy profundamente —gruñí, y mis ojos rodaron en mi cabeza. Mejor de lo que imaginé. Siempre era más con ella. Siempre jodidamente más.


Comencé a bombear dentro de ella. Se apretó contra mí y agarró puñados de sábanas mientras gemía con fuerza y suplicaba por más.


Escuchar su placer me hizo empujar más duro. No podía ir lo suficientemente profundo. Quería vivir ahí. Encerrado dentro de ella. La ajustada succión agarró mi polla, haciendo que mis rodillas se doblaran. Estaba cerca. Bajando la mano entre sus piernas, la deslicé sobre su coño. —Dios, estás empapada.


Mis palabras fueron todo lo que necesitó. Paula se sacudió contra mí salvajemente, gritando mi nombre. Tomó todo mi control salirme y disparar mi liberación sobre su culo. Lo quería dentro de ella. Mi placer mezclado con el suyo. Pero
no podía hacerlo otra vez. Aún no.


—¡AH! —grité, mientras mi polla se sacudía en mis manos y disparaba mi carga en su suave espalda. Verme allí me hizo sentir como que la había marcado. Pude verlo.
Todo de mí sobre ella—. Maldita sea, nena, si supieras cuan jodidamente increíble se ve tu culo en este momento —dije.


Cayó sobre la cama, sin ser capaz de sostenerse. Giró la cabeza hacia un lado para mirarme. —¿Por qué?


No se dio cuenta que dispare mi liberación. —Digamos que tengo que limpiarte —expliqué.


Una risita se le escapó, y enterró su cara en las sábanas.


Amaba escuchar su risa. También amaba pararme aquí y mirar su culo cubierto de mi liberación. Esas dos cosas combinadas eran jodidamente impresionantes.


Necesitaba dormir. No podía hacer que se acostara con mi semen sobre ella porque yo era un maldito hombre de las cavernas. Moviéndome a su alrededor, me dirigí al baño y conseguí una toalla húmeda y tibia, entonces me fui de vuelta a la habitación.


Podía ver sus ojos siguiéndome, y la somnolienta y satisfecha sonrisa en su rostro. Yo puse esa sonrisa allí. No sabía si debía trabajar mañana o no, pero no iba a ir.


Lidiaría con eso. Tenía que hablar con ella. Tenía que saberlo.


Su papá se encontraba aquí. Ya era hora de enfrentarlo y luchar por ella.


Limpié el semen de su parte inferior. —Todo limpio, nena. Puedes subir y cubrirte. Estaré de vuelta —dije.


Pero no se movió. Me di la vuelta y miré su cara. Quedó profundamente dormida. Sonreí ante la idea de ella durmiéndose mientras la limpiaba. La bestia posesiva dentro de mí golpeó su pecho.


La levanté y la moví a las almohadas, luego la cubrí con cuidado. Inclinándome, presioné un beso en su cabeza. —Arreglaré esto. Juro que haré lo correcto. Te amo lo suficiente para pasar a través de esto. Sólo necesito que tú me ames a mí lo suficiente. Por favor, Paula. Ámame lo suficiente —supliqué.


No se movió. Su lenta respiración nunca cambió. Pero esperaba que me escuchara en sus sueños. Y que mañana lo recordara.


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