lunes, 6 de enero de 2014

CAPITULO 97






Paula

Hablar sobre Acción de Gracias me recordó a mi madre. Ésta será mi primera festividad sin ella. Mientras más comprendía eso, más difícil se volvía respirar. 
Forcé una sonrisa y me excusé antes de correr por las escaleras para tomar una ducha. Pedro necesitaba algún tiempo a solas con su padre, de todos modos.
Dejé que las lágrimas que estaba conteniendo cayeran libremente mientras me desnudaba y entraba en la regadera. 
El agua caliente cayó sobre mí mientras lloraba. El año pasado había cocinado nuestra comida de Acción de Gracias y la habíamos comido juntas en el comedor. 
Sin amigos o familia. Sólo nosotras dos.
También lloré esa noche. Porque muy en el fondo sabía que era mi último Acción de Gracias con mi madre. 
Los recuerdos de años pasados, cuando Valeria y papá
estaban ahí, eran agridulces. Mi corazón dolía por todo lo que perdimos. No había pensado en nada que pudiera doler tanto, pero ahora sabía que estaba equivocada.
Enfrentar las festividades sin mi mamá iba a ser difícil. Ella amaba Acción de Gracias y Navidad. 
Siempre comenzábamos a decorar la casa para Navidad en
el día de Acción de Gracias. Luego nos sentábamos y veíamos Blanca Navidad juntas esa noche mientras comíamos los sobrantes de pavo y boniato a la cacerola.
Esa era nuestra tradición. Incluso después de que perdiéramos a Valeria, y papá nos dejara.
Este año todo sería diferente. Sabiendo que Pedro estará conmigo y que estaba empezando una nueva familia de mi propio aliviaba el dolor. 
Sólo deseaba que mi madre pudiera estar aquí para verme así de feliz.
La puerta se abrió y me giré para ver a Pedro entrar al baño. Estaba frunciendo el ceño. Se detuvo y me estudió un momento antes de quitarse su camisa y tirarla en el suelo de mármol. Luego desabrochó sus pantalones y salió de
ellos y de sus bóxers. Lo miré mientras entraba en la ducha.
—¿Por qué estas llorando? —preguntó, acunando mi cara en sus manos.
Sabía que la ducha había lavado mis lágrimas, pero mis ojos debían estar rojos.
Sacudí mi cabeza y le sonreí. No quería preocuparlo con mis emociones.
—Te escuché cuando abrí la puerta del dormitorio. Necesito saber por qué, Paula.
Suspire, puse mi cabeza en su pecho y luego le rodeé la cintura con mis brazos. Había perdido tanto, pero Dios lo había arreglado dándome a Pedro. Sólo necesitaba recordar cuán bendecida realmente estaba. 
—El hecho de que es mi primer Acción de Gracias sin mi mamá como que me pegó —admití.
Los brazos de Pedro se apretaron a mi alrededor. 
—Lo siento, nena — susurró en mi cabello mientras me sostenía.
—Yo también. Desearía que pudieras haberla conocido; quiero decir, ahora que eres mayor. Desearía que pudiera ver cuánto creciste.
—Desearía poder, también. Estoy seguro que era perfecta como tú.
Sonriendo, quería diferir. No era ni cerca de ser perfecta como mi madre.
Ella era una de esas personas especiales que el mundo no ve muy a menudo.
—Si el que mi padre esté aquí va a ser difícil para ti, lo mandaré a lejos.
Quiero hacer de esto un buen recuerdo para ti. Todo lo que pueda hacer para ayudar, sólo dímelo y lo haré.
Lágrimas gotearon libremente por mi cara de nuevo. Las estúpidas hormonas del embarazo me hacían llorar muy a menudo. —Tenerte conmigo lo hace todo mejor. Simplemente hablar sobre eso me sumerge. Mamá amaba Acción de Gracias. Sabía que el año pasado era el último que pasaríamos juntas. 
El día entero traté de hacerlo especial para ella. Y para mí. Sabía que necesitaría ese recuerdo.
Pedro frotó mi espalda en pequeños círculos y me sostuvo en silencio. Nos quedamos ahí quietos mientras el agua caía sobre nosotros por varios minutos.
Finalmente se alejó lo suficiente como para mirarme. 
—¿Puedo bañarte? — pregunto.
Asentí, sin saber exactamente a qué se refería. Alcanzó uno de los paños limpios apilados fuera de la ducha y agarró una de las botellas de gel de baño.
Luego empezó a lavar mi espalda y hombros. Levantó mis brazos como si fuera un niño y los lavó completamente.
Me paré y lo observé mientras se concentraba en limpiar cada centímetro de mi cuerpo. No lo hizo sexual, lo cual me sorprendió. En cambio, fue más dulce e inocente que cualquier otra cosa que jamás habíamos hecho. 
Sus manos no se detuvieron mientras lavaba entre mis piernas. 
Sólo apretó sus labios una vez contra mi estómago mientras se arrodillaba delante de mí y lavaba mis piernas y pies.
Una vez que terminó, se levantó y empezó a enjuagar mi cuerpo con su manos. Cada toque parecía casi reverente. Como si estuviera adorándome en vez de bañarme. Cuando mi cuerpo estuvo limpio, pasó a mi cabello. Cerré los ojos
cuando sus manos masajearon mi cráneo. Mis rodillas se debilitaron un poco por el placer. Rápidamente Pedro enjuagó el champú de mi cabello y luego puso el
acondicionador, dándole la misma atención antes de enjuagarlo de mi cabello bajo el agua limpia, de nuevo.
Mi cuerpo estaba relajado por los mimos. Estaba casi perezosa. 
Pedro cerró el agua y alcanzó dos toallas grandes. Una la enrolló en mi cabello y la otra alrededor de mi cuerpo. 
Luego me levantó, me cargó hasta la cama, y me acostó.
—Sólo descansa. Ya vuelvo —susurró antes de besar mi frente y caminar de regreso al baño. La vista de su trasero desnudo era tentadora y quería quedarme despierta. Tenerlo tocándome de esa manera me había excitado aunque no hubiera sido su intención. Traté de esperarlo pero mis ojos se volvieron pesados y me desvanecí.


***


Me acurruque más en la calidez. Olía a sol y aire del océano. Suspirando con satisfacción, froté mi mejilla contra el cómodo calor. Se rió.
Mis ojos se abrieron y el pecho desnudo de Pedro estaba presionado contra mi cara. Sonriendo, lo besé y levanté la mirada hacia él. La sonrisa entretenida en sus labios me hizo soltar una risita.
—Eres como un gatito en las mañanas —dijo con una profunda voz ronca.
Debió haberse levantado recién, también.
—Si no te sintieras tan bien, no estaría buscándote para frotarme contra ti mientras duermo.
Pedro parpadeó. —Entonces estoy contento de que me sienta bien, porque tu dulce trasero no se frotará contra nadie más. Podría matar a alguien.
Amaba a este hombre.
—Lamento haberme quedado dormida tan pronto anoche.
Pedro sacudió su cabeza. —No lo estés. Amo saber que te relajé y que fue fácil para ti dormir. No me gusta verte triste.
Amaba malditamente mucho a este hombre.
Estirándome contra él, deslicé mis dos manos detrás de su cuello y presioné mi cuerpo contra el de él. Apreté mis piernas por el hormigueo de la anticipación cuando su erección rozó mi muslo. Lo necesitaba esta mañana. Luego del momento dulce de anoche, necesitaba sentirme completamente conectada ahora.
—Hazme el amor —susurré metiendo mi cabeza en el hueco entre su cuello y su hombro.
—Será un placer —murmuró y deslizó sus manos entre mis muslos. Levantó una de mis piernas para que descansara en su cadera. Estaba totalmente abierta y la sensación de estar expuesta me excitaba. Sus dedos rozaron el interior de mis muslos, tentándome apenas rozando mi necesitada entrada hinchada. 
Gimoteé, esperando a que se apresurara, pero no estaba apurado. En cambio, parecía hacerlo peor. Sus ásperos dedos trazaron patrones desde mis rodillas hasta lo alto de mis muslos de ida y vuelta.
Estaba segura  de que su juego  había  causado  que  estuviera vergonzosamente húmeda. —Pedro, por favor.
—¿Por favor qué, dulce Paula? ¿Qué quieres que haga?
Ya le había dicho lo que quería. Aparentemente, quería escuchar más. Pedro y su sucia plática siempre me excitaba. —Tócame.
—Te estoy tocando.
—Toca más arriba —supliqué. Él quería que hablara sucio. Lo voy a tentar, también.
Pasó un dedo por el pliegue de mis muslos, agarré sus brazos con fuerza y temblé. Estaba tan cerca. 
—¿Aquí? —preguntó.
Me moví para que su dedo se deslizara más cerca. Comenzó a mover su mano y se detuvo. 
—Mierda —gimió deslizando un dedo dentro de mí
lentamente—. Tan mojada. No puedo provocarte cuando estás tan mojada —susurró.
Grité mientras gentilmente corría su dedo sobre mi clítoris. Me tenía completamente abierta y tener sus manos tocándome me ponía más loca. Quería más.
—Mi dulce chica está tan lista para mí —dijo moviendo dos dedos dentro de mí y presionando contra mi punto G.
El llanto ruidoso que arrancó de mí era más de lo que podía manejar.
Agarró mi cintura y me posicionó antes de lentamente hundirme sobre su pene. 
Maldita sea, ¿cómo se volvió tan apretado? —gruño, apretando mis caderas y balanceándose contra mí mientras me sentaba en él tomando cada centímetro dentro de mí. Esto era lo que quería. Estar llena. De Pedro.

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