domingo, 12 de enero de 2014

CAPITULO 111



Paula




Intentaba con todas mis fuerzas de no sonar como un bebé, pero estaba enojada.
—Debí haberte llamado antes. Lo siento. Daniela comenzó a amenazar con quitarse la vida y entré en pánico. Me encontraba en modo de hermano mayor.
Siempre se encontraba en modo de hermano mayor con Daniela. Al venir aquí sabía que tendría que lidiar con mucho de Ella, pero estaba resultando ser más difícil de lo que había imaginado. Especialmente luego de la forma en la que me había tratado anoche. No creía ni por un segundo que se suicidaría.
—Te está manipulando. Odio verla manipulándote.
Pedro se levantó y pasó una mano por su pelo, caminando hacia la ventana.
No estaba de acuerdo conmigo. Podía darme cuenta por la manera tan tensa en la que tenía los hombros. Lucía a la defensiva. 
—Está molesta y dolida. Sé que en el pasado fue una perra contigo, pero en este momento, yo te necesito. ¿Podrías no
decirle cosas feas? ¿Por mí? En verdad estoy muy preocupado por su estabilidad mental en estos momentos.
¿Cosas feas? Yo no le había dicho nada a Daniela. ¿Acaso pensaba que lo haría?
—Yo fui la que dijo que debíamos venir. Entiendo que necesite tu ayuda. ¿Por qué crees que le diría cosas malas? —dije, levantándome.
Pedro dejó caer su cabeza hacia atrás, y cerró los ojos con fuerza, como si en verdad no quisiera estar teniendo esta conversación. Algo andaba mal.
—Sé lo que le dijiste en la mesa anoche. Ella me lo contó. Y sí, tienes todo el derecho de decirle esas cosas, pero en este momento, simplemente necesito que no lo hagas. Mientras más pronto pueda arreglar esto, más pronto regresaremos a Rosemary y abandonaremos esta pesadilla.
—¿Qué fue lo le que le dije anoche en la mesa? 
No entiendo lo que me estás diciendo —respondí, sintiendo un nudo en mi estómago. ¿Daniela estaba mintiendo
sobre mí? Ella era la que había dicho cosas feas en la mesa. No yo.
—Siente como que te burlaste de ella. Sólo… probablemente, lo mejor sería que no le hablaras.
Volví a sentarme sobre la cama y permití que por mi mente corrieran todas las conversaciones de anoche. ¿En qué sentido siente que me burlé de ella? Si fue ella quién me atacó.
Un suave toque en la puerta interrumpió lo que estaba a punto de decir, y Pedro dejó salir un gruñido de frustración antes de levantarse para ir a abrir.
—Lo siento. No quisiera interrumpirlos, pero Daniela está exigiendo saber cuál es la habitación de papá. No necesita despertarlo. Eso sería malo. —La suave voz de Carolina sonaba ansiosa.
—Mierda —murmuró Pedro. Me lanzó una mirada—. Lo lamento. Regresaré en unos minutos. Sólo regresa a la cama y descansa un poco. No permitiré que nadie más te perturbe.
Permití que las lágrimas cayeran una vez que la puerta se cerró. Cuando le había dicho que viniera a lidiar con Daniela, creí que esto sería más sencillo. Tenía la esperanza que después del accidente y de su comentario de querer ser parte de la vida del bebé, estaría un poco más manejable. Me equivoqué. Venir aquí había sido una mala idea.
Mi estómago se retorció y me congelé. Me senté quieta y esperé a que el bebé pateara y me asegurara de que todo se encontraba bien. Nada ocurrió.
Coloqué ambas manos sobre mi estómago y sentí otro retorcijón. Haciendo una mueca de dolor, intenté calmar mi corazón que estaba comenzando a acelerarse.
Algo andaba mal. Una ola de náuseas me golpeó de pronto, y me recosté hacia atrás y cerré los ojos. Tal vez me había levantando demasiado rápido esta mañana.
Necesitaba comenzar a ser más cuidadosa. Toda esa intensa tensión acumulada en esta casa comenzaba a afectarme.
Cerré los ojos y tomé varios respiros lentos y profundos. No volvieron más retorcijones, y sentí una suave patadita contra mi mano. Con ese poquito de alivio, comencé a quedarme dormida.

***
Cuando abrí los ojos, el sol se había movido y ahora brillaba con fuerza por las ventanas. Tenía que ser pasado el mediodía. Estiré la mano para buscar mi teléfono y ver la hora. Era la una. Debía haber estado más agotada de lo que pensé.
Rodé para levantarme y una bandeja de comida se encontraba sobre una mesita al lado de la cama. Envolví la sábana a mí alrededor y fui hacia ella. 
Sonreí al recoger la pequeña notita con la letra de Pedro en ella.
Lamento lo de esta mañana. Estabas agotada y me descargué contigo. Nada de esto
es tu culpa. Sólo quiero que todo esto termine para llevarte de vuelta a casa. Come algo. Yo
iré a ver si puedo hablar con Mateo.
Te amo más que a la vida,
Pedro.
Levanté la cubierta de metal que se encontraba protegiendo mi plato, para encontrar fresas frescas y crema, salmón, y una rebanada de tostada. Mi estómago aún no se sentía muy bien, así que decidí mantenerme lejos del salmón, pero tomé una fresa y la introduje en la crema antes de darle una mordida. El dulce sabor golpeó mi lengua, y me sentí mejor. Sentada en el borde de la cama, me comí todas las fresas y la tostada antes de levantarme e ir a tomar una ducha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario