jueves, 9 de enero de 2014
CAPITULO 105
Paula
La boca de Pedro dejaba besos en mi cuello mientras la ducha de aerosol caía sobre nuestras cabezas como si estuviera lloviendo.
Yo quería uno de estos cabezales de ducha en nuestra casa. Las dos manos de Pedro se deslizaron por mi cintura y cubrieron mi estómago.
Tenía dificultades para mantener sus manos alejadas de mi vientre, ya que había sentido el golpe del bebé. Era como si necesitara hacer valer su pretensión regularmente. Si no fuera tan malditamente lindo cuando se trataba de protegerme, me pondría nerviosa.
Antes de que pudiera disfrutar plenamente de tener a Pedro abrazándome por completo y sus manos
sobre mí, el grito airado en tono alto, que sabía que
pertenecía a Daniela, nos detuvo. El cuerpo de Pedro se puso rígido detrás de mí.
—¿Daniela? —le pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
—Sí. Supongo que se enteró de que ya estaba aquí —respondió y presionó un beso más en mi cuello—. Termina de ducharte. Tengo que ir a hacerle frente a esto. Ella y mi padre no se llevan muy bien.
Asentí con la cabeza y me quedé bajo el agua tibia mientras que él salía de la ducha y agarraba una de las grandes toallas mullidas blancas, dobladas sobre una mesa de pedestal de mármol. Quería ir con él, pero no me lo había pedido. Así que no lo haría. Estaba muy preocupado de que nadie me molestara.
La voz grave de un hombre comenzó a gritar en respuesta a los gritos de Daniela. ¿Quién era? Sólo había estado en la presencia de Luca un poco, pero no creía que el hombre se hubiera emocionado lo suficientemente como para levantar la voz. Apagué el agua, agarré una toalla y luego seguí a Pedro al dormitorio.
—¿Quién más está aquí? —le pregunté mientras se ponía un par de pantalones vaqueros para tapar su trasero desnudo y cogía una camiseta.
—Supongo que ese sería Mateo. Al parecer, están teniendo su reunión padre-hija —respondió en un tono frustrado.
Mateo. Yo sólo había visto imágenes del dios del rock. Pero él estaba aquí. En esta casa...
—Quédate aquí. Por eso hemos venido. Así podría hacerle frente a ella. Está levantando un infierno y Mateo no puede manejarla. Tan pronto como estén calmados y bajo control, podremos volver a Rosemary.
Asentí con la cabeza y sostuve la toalla con fuerza a mi alrededor. Pedro caminó hacia la puerta y luego se detuvo y se dio la vuelta.
Una sonrisa torcida tiró de sus labios y caminó hacia mí.
Sus manos se deslizaron en mi cabello húmedo y ahuecó mi cara mientras me miraba.
—Sólo quiero estar aquí contigo —susurró antes de bajar su boca a la mía.
Agarré sus dos brazos y me aferré a él cuando su boca rozó suavemente la mía antes de darle un pequeño lametón de mi labio inferior. Abrí la boca para que pudiera probar más, cuando otro grito agudo salió de abajo. Pedro se echó hacia
atrás y suspiró. —Maldita familia de locos —murmuró.
—Ve a tratar con ello. Estaré bien aquí.
Un golpe en la puerta me sorprendió y tire de la toalla con fuerza contra mí.
Pedro se puso delante de mí para bloquear la vista de cualquiera.
—¡¿Qué?! —gritó.
Eché un vistazo alrededor de su espalda cuando la puerta se abrió lentamente. Estaba preparándome mentalmente para Daniela irrumpiendo en la habitación. En cambio, una chica de mi edad estaba en la puerta. Ella no se parecía
a nadie que hubiera imaginado que pudiera pertenecer a esta casa. Tenía el pelo largo y castaño, que le rozaba la cintura en rizos suaves y estaba partido al medio.
No tenía flequillo. Era toda alta y esbelta. Oscuras pestañas enmarcaban su sensual mirada, sus ojos eran color avellana, pero no llevaba ningún tipo de maquillaje.
Los cortos pantalones rectos le llegaban justo por encima de la rodilla, y llevaba una blusa de color rosa pálido de broche en el frente. Era simple y con clase.
—Hola, Caro —dijo Pedro, sorprendiéndome aún más—. Estaba en camino. La oigo.
Una perfectamente esculpida ceja se arqueó en la frente de la chica. —Tenía la esperanza de que pudiera ocultarme contigo. ¿De verdad vas a hacerle frente a eso?
El acento del sur de su voz me sobresaltó. ¿Quién era ella y por qué tenía acento del sur? Estábamos en Beverly Hills.
—Es por eso que estoy aquí. Para ayudar con la
situación —respondió Pedro.
La chica asintió con la cabeza y luego sus ojos se centraron en mí. —Tú debes de ser Paula.
—Sí —dije, mirando a Pedro.
Él me acercó más a su costado. —Paula, ésta es Carolina. Ella es la otra hija de Mateo. Carolina, ésta es mi prometida, Paula.
—Ya sé todo acerca de Paula, Luca me ha llenado de información ¿Te importa si me quedo aquí contigo?
Daniela no es fanática mía, y me gusta estar lejos
de la gente enojada.
—Ella tiene que vestirse, y no estoy seguro de que…
—Sí, me encantaría. Voy a agarrar algo de mi maleta y ponérmelo. No tomará más de un minuto —le contesté, interrumpiendo a Pedro.
Normalmente juzgaba bien el carácter de la gente, y me agradaba Carolina. Parecía casi tímida.
Era suave hablado y no había malicia en sus ojos. Tampoco hubo miradas lascivas hacia Pedro cuando lo observó. Esa era una gran ventaja para mí.
—¿Estás segura? Iba a traer algo de comida y…
—La comida suena maravilloso. Envía algo para Carolina también, por favor—le dije antes de que pudiera decir nada más.
La risa de Carolina me sobresaltó y me miró fijamente.
—Lo siento. Es sólo que está siendo tan diferente al viejo Pedro. Es divertido verlo así.
Sip. Me gustaba. —Deja que me vista y ve tratar con Daniela antes de que venga a buscarte. No quiero verla justo ahora.
Eso pareció encajar en la determinación de Pedro de anclarme a la cama como una inválida. Él no quería a Daniela cerca de mí mientras estaba en ese estado
de ánimo, tampoco. Asintió con la cabeza y se dirigió a la puerta.
Una vez fuera de la puerta, le hice señas a Carolina para que entrara. —Sólo voy a ir a ponerme algo de ropa. Ponte cómoda.
—Gracias. Nunca he estado en la habitación de Pedro antes. Me suelo quedar en la mía y leer. Pero cuando Luca me habló de ti, tuve curiosidad —admitió con una sonrisa tímida.
—Yo también siento curiosidad por ti. No sabía que Mateo tuviera otra hija.La que yo conozco no es muy agradable. No eres para nada como Daniela.
Carolina pareció triste por un momento. —Yo me crié de una forma muy diferente a Daniela. Mi abuela me hubiera curtido el pellejo si alguna vez hubiera actuado de la manera en que lo hace ella. No se me permitía ser exigente o lanzar
puños a medida que crecía. La abuela se aseguró de que estuviera bien atendida.
Yo creo que por eso a papá le gustaba venir a buscarme. No me metía en el medio cuando venía aquí. Me siento en mi habitación y leo libros, en su mayor parte.
Cuando tenía tiempo para mí, él venía a buscarme e íbamos a ver una película o a un parque de diversiones. Pero aparte de eso, mi vida estaba con mi abuela en Carolina del Sur.
Así que por eso tenía acento sureño.
—Crecí en Alabama. Me preguntaba acerca de su acento —confesé.
Ella sonrió. —La mayoría de la gente lo hace. Nadie espera que la hija de Mateo sea una chica de campo.
Asentí con la cabeza, porque ella tenía razón. No lo hacían. Con un nombre como Carolina y un padre famoso, me imaginaba que sería una chica mimada y elitista.
No era ninguna de esas cosas. Saqué un vestido de mi maleta. Llevaba vestidos con más frecuencia desde que mi estómago creció demasiado como para que pudiera ponerme mis pantalones vaqueros.
—Ya regreso —le dije y corrí al baño para vestirse.
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