miércoles, 25 de diciembre de 2013

CAPITULO 70





PEDRO


Jose llamó para decirme que las chicas se estaban mudando al departamento en la propiedad del club hoy. No la había visto desde el incidente en el campo de golf. No por falta de intentos. Intenté ponerme en su trayectoria en el club varias veces y nunca funcionó. Incluso pasé ayer y ya se había ido. Elena había dicho que ella e Isabel estaban fuera del trabajo, así que asumí que se habían ido a hacer algo juntas.
Me detuve en el departamento de Isabel y al instante noté el coche de Antonio. ¿Qué demonios estaba haciendo aquí? Abrí la puerta de golpe y me dirigí hacia la entrada cuando oí la voz de Paula. Dándome la vuelta, caminé hacia el
auto de Antonio, hasta que lo vi apoyado en la pared del estacionamiento a su lado y escuchaba a Paula con una sonrisa en su cara. Una que estaba a punto de borrarle.
—Si estas seguro, entonces gracias —dijo Paula en voz baja, como si no quisiera que nadie más la escuchara.
—De acuerdo —respondió Antonio mientras sus ojos se alzaban para encontrarse con los míos. La sonrisa en su rostro desapareció.
Paula volvió la cabeza para mirar sobre su hombro. La sorpresa en su cara mientras sus ojos encontraban a los míos dolió. Tal vez no debería estará aquí ahora. No quería perder la cordura y asustarla con mis celos, pero estaba bastante cerca de entrar en una rabia ciega. ¿Por qué estaban hablando solos? ¿Sobre que estaba él de acuerdo?
—¿Pedro? —dijo Paula, alejándose de Antonio y acercándose a mi—. ¿Qué estas haciendo aquí?
Antonio se echo a reír y sacudió la cabeza, luego abrió la puerta del auto. — Estoy seguro de que vino a ayudar. Me iré antes de que me pulverice con esa fea mirada.
Se iría. Bien.
—¿Viniste a ayudarnos con la mudanza? —preguntó, mirándome con atención.
—Si, a eso vine —le contesté. La tensión me abandonó mientras el BMW de Antonio volvía a la vida y se iba.
—¿Cómo te enteraste que nos estábamos mudando?
—Jose me llamó —le respondí.
Movió los pies con nerviosismo. Odiaba ponerla nerviosa.
—Quería ayudar, Paula. Lamento lo de Daniela el otro día. He hablado con ella.No sera...
—No te preocupes por eso. No te tienes que disculpar por ella. No estoy en contra tuyo. Lo entiendo.
No, no lo hacía. Podía verlo en sus ojos que no lo entendía. Me incliné y tomé su mano. Sólo necesitaba tocarla de alguna manera. Tembló mientras mis dedos rozaron su palma. Sus dientes mordieron su labio inferior de la misma
manera en la que yo quería morderlo.
—Paula —dije y me detuve porque no estaba seguro de que más decir. La verdad era demasiado ahora mismo.
Levantó los ojos de nuestras manos y pude ver el deseo en ellos. ¿En serio? ¿Estaba soñando, inventando esto, o ella... realmente lo quería? Deslicé un dedo por su palma y acaricié la parte inferior de su muñeca. Se estremeció de nuevo.
Mierda. Mis caricias le afectaban. Di un paso cerca de ella y pasé la mano lentamente por su brazo. Esperaba que me empujara y pusiera distancia entre nosotros.
Cuando llegué lo suficientemente alto mi pulgar, le rocé el costado de su pecho y me agarró el brazo libre mientras se estremecía. ¿Qué carajo?
—Paula—susurré, presionando su espalda hasta que estuvo contra la pared de ladrillo del edificio de apartamentos y mi pecho a centímetros de tocar el de
ella.
No me empujó y sus parpados se veían pesados mientras mirada mi pecho.
Su respiración era pesada. El escote que el pequeño vestido rosa pálido mostraba estaba allí, debajo de mi nariz. Subiendo y cayendo como una invitación. Una imposible. Algo estaba mal aquí.
Puse mi otra mano en su cintura y lentamente la deslicé por su cuerpo hasta que estuvo escondida debajo de su pecho. No estaba usando sostén. Sus pezones estaban duros y empujando contra la fina tela de su vestido. No podía detenerme.
Liberé mi mano y cubrí su pecho derecho, apretándolo suavemente. Paula gimió y sus rodillas comenzaron a debilitarse. Dejó caer la cabeza en la pared y cerró los
ojos. La sostuve y metí mi pierna entre las suyas para impedir que se hundiera en el suelo.
Con la otra mano, cubrí el pecho izquierdo y pasé las yemas de mis dedos sobre sus pezones firmes.
—Oh, Dios, Pedro—gimió, abriendo los ojos y mirándome a través de sus pestañas caídas. ¡Madre mía! Estaba en algún tipo de paraíso torturador. Si este era otro sueño, me cabrearía mucho. Se sentía tan real.
—¿Se siente bien, nena? —pregunté, bajando mi cabeza para susurrárselo al oído.
—Si —susurró, hundiéndose aún más en mi rodilla. Cuando su centro cálido se presionó contra mi pierna, se quedó sin aliento y se agarró más fuerte de mis brazos—. Ahhhh —gritó.
Iba a venirme en mis pantalones. Nunca había estado tan caliente en mi vida. Algo era diferente. Esto no era lo mismo. Estaba casi desesperada. Podía sentir su miedo, pero su necesidad era más fuerte. —Paula, dime que quieres que
haga. Haré lo que sea que necesites —le prometí, besando la suave piel debajo de su oreja. Olía tan malditamente bien. Amasé sus pechos en mis manos otra vez y ella dejó escapar un gemido suplicante. Mi dulce Paula estaba increíblemente caliente. Esto era real. Esto no era un maldito sueño. ¡Santo cielo!
—¡Paula! —La estridente voz de Isabel fue como un balde de agua helada lanzada sobre Paula. Se puso rígida y se levantó, dejando caer las manos de mí y se alejó. No podía mirarme.
—Yo... Eh... Lo siento. No sé... —Sacudió la cabeza y se apuró a alejarse de mí. La observe hasta que llegó a la puerta e Isabel  le regañó con severidad. Isabel  estaba asintiendo con la cabeza. Una vez que estuvieron adentro, golpeé ambas manos contra el ladrillo y mascullé una cadena de maldiciones mientras intentaba controlar mi erección.
Después de unos minutos, la puerta se abrió de nuevo y me volví para ver a Jose caminar afuera. Me miró y soltó un silbido. —Maldita sea hombre, trabajas rápido.
Ni siquiera respondí eso. No sabía de lo que estaba hablando. Paula había estado hambrienta por mi toque. No me había rechazado. Casi me había estado rogando en silencio. No tenía sentido, pero me deseaba. Dios sabe
que yo la deseo. Siempre la deseo.
—Vamos. Tenemos un sofá que mover. Necesito tu ayuda —dijo Jose, manteniendo la puerta abierta.

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