domingo, 24 de noviembre de 2013

CAPITULO 3




El disgusto en su lengua al decir las palabras “papi” no me pasó
desapercibido. No le gustaba mi padre. Realmente no podía culparlo. Esto no era su culpa. Mi padre me había enviado aquí. Gasté la mayor parte de mi dinero en
gasolina y comida para conducir aquí. ¿Por qué confíe en ese hombre?
Estiré la mano y agarré el asa de la maleta que Federico seguía sosteniendo. 
Él tiene razón. Debo irme. Esto fue una mala idea —le expliqué sin mirarlo. 
Tiré con fuerza de la maleta hasta que la soltó a regañadientes. Las lágrimas picaron en mis ojos con el pensamiento de que estaba a punto de estar sin hogar. No podía mirar a ninguno de ellos.Volviéndome, me dirigí a la puerta, manteniendo mi mirada baja. Oí a Federico discutiendo con Pedro pero lo ignoré. No quería oír lo que ese hermoso hombre decía sobre mí. No le gustaba. Eso era evidente. Por lo visto, mi padre no era un miembro bienvenido en la familia.
—¿Te vas tan rápido? —preguntó una voz que me recordó a la miel.
Levanté mi mirada para ver la sonrisa de placer en el rostro de la chica que había abierto la puerta. Ella tampoco me quería aquí. ¿Era tan repugnante para estas
personas? Rápidamente volví mi mirada hacia el suelo y abrí la puerta. Tenía demasiado orgullo como para que esa perra me viera llorar.
Una vez que estuve fuera, dejé escapar un sollozo y me dirigí a mi camioneta. Si no hubiera estado cargando mi maleta, hubiera partido carrera.
Necesita la seguridad de ella. Pertenecía dentro de mi camioneta, no en esta casa ridícula con esa gente arrogante. Extrañaba mi hogar. Echaba de menos a mi
mamá. Otro sollozo se me escapó y cerré la puerta de la camioneta, poniendo el seguro detrás de mí.
Me sequé los ojos y me obligué a tomar una respiración profunda.
No podía desmoronarme ahora. No me desmoroné cuando me senté sosteniendo la mano de mi madre mientras daba su último
aliento. No me desmoroné cuando la bajaron en la fría tierra. Y no me había desmoronado cuando vendí el único lugar que tenía para vivir. No me derrumbaría ahora. Pasaría de esto.
No tenía suficiente para una habitación de hotel, pero tenía mi camioneta.
Podría vivir en ella. Encontrar un lugar seguro para aparcar por la noche iba a ser mi único problema. La ciudad parecía lo suficientemente segura, pero tenía bastante claro que esta vieja camioneta, estacionada durante la noche en cualquier lugar, llamaría la atención. Habría policías golpeando la ventana antes de que pudiera conciliar el sueño. Tendría que usar mis últimos veinte dólares en
gasolina. Entonces podría conducir a una ciudad más grande donde mi camioneta pasaría desapercibida en un estacionamiento.
Tal vez podría aparcar detrás de un restaurante y conseguir un trabajo allí también. No necesitaría gasolina para ir y volver del trabajo. Mi estómago gruñó recordándome que no había comido nada desde esta mañana. Tendría que gastar
un par de dólares en un poco de comida. Entonces, recé encontrar un trabajo por la mañana.
Estaría bien. Volteé la cabeza para ver detrás de mí antes de encender la camioneta y retroceder. Ojos plateados me devolvieron la mirada.
Un pequeño grito se me escapó antes de que comprendiera que se trataba de Pedro. ¿Qué hacía fuera de mi camioneta? ¿Vino para asegurarse de que saliera de
su propiedad? Realmente no quería hablar nunca más con él. Comencé a apartar mis ojos y a concentrarme en salir de allí cuando él arqueó una ceja. ¿Qué significaba eso?


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