Paula
el primer día de vuelta al trabajo Antonio me asignó el comedor. En los turnos de desayunos y almuerzos. No era bueno. Me encontraba afuera de la cocina, preparándome mentalmente para no pensar en el olor. Me había despertado un poco mareada y me obligué a comer un par de galletas saladas y algo de té de jengibre, pero eso era todo lo que podía manejar.
En el momento en que entrara a la cocina, el olor me golpearía. El tocino… oh ,Dios, el tocino…
—¿Sabes, dulzura? Tienes que entrar para poder trabajar —dijo Marcos detrás de mí. Me giré, sobresaltada por mi batalla interna, para verlo sonriéndome con una mueca divertida—. Los cocineros no son tan malos. Te acostumbrarás al griterío en un dos por tres. Además, la última vez los tenías enamorados a todos, babeando detrás de tus pies.
Forcé una sonrisa. —Tienes razón. Puedo hacer esto. Es solo que, no estoy preparada para que la gente me haga preguntas, supongo. —No era exactamente la verdad, pero tampoco era mentira.
Marcos abrió la puerta y el olor me pegó de golpe. Huevos, tocino,salchichas, grasa. Oh, no. Mi cuerpo comenzó a sudar frío y mi estómago se revolvió. —Yo, uh, necesito usar el baño primero —expliqué y me dirigí hacia el baño de empleados tan rápido como pude sin salir corriendo. Eso solo se vería aún más sospechoso.
Cerré la puerta detrás de mí y puse el cerrojo para luego caer de rodillas sobre el frío azulejo. Agarré el inodoro mientras devolvía todo lo que había comido anoche y esta mañana.
Varias arcadas después, me levanté sintiéndome débil. Mojé una toalla de papel para limpiarme. Mi camisa blanca se encontraba toda pegada a mi cuerpo luego del ataque de sudor que se había apoderado de mí. Necesitaba cambiarme.
Me enjuague la boca con el enjuague bucal que estaba sobre el mesón y enderecé mi blusa lo mejor que pude. Quizá nadie lo notase. Podía hacer esto.
Simplemente sostendría el aliento mientras estuviese en la cocina. Eso funcionará.
Tomaré aire profundamente cada vez que tuviera que entrar. Tenía que resolver esto.
Cuando abrí la puerta, mi mirada se encontró con la de Antonio. Se encontraba apoyado contra la pared frente al baño, con los brazos cruzados sobre su pecho, observándome. Iba tarde.
—Lo lamento. Sé que voy tarde. Sólo necesitaba un momento antes de comenzar. Prometo que no volverá a suceder. Me quedaré hasta tarde para compensarlo.
—A mi oficina. Ahora —interrumpió y se giró para dirigirse por el pasillo.
Mi corazón se aceleró, y lo seguí rápidamente. No quería que Antonio estuviera enojado conmigo. Este trabajo había sido mi solución para los próximos meses. En verdad no quería irme ahora que me había convencido a mi misma de
quedarme aquí y descifrar lo que iba a hacer. Aún no.
Antonio me abrió la puerta y entré.
—En verdad lo siento mucho. Por favor, no me despidas todavía. Yo sólo…
—No voy a despedirte. —Antonio me interrumpió.
Oh…
—¿Has ido a ver a un doctor? Asumo que es de Pedro. ¿Lo sabe? Porque si es así y estás aquí trabajando para mí en esta condición, personalmente iré a romperle el jodido cuello.
Lo sabía. Oh no, oh no, oh no. Sacudí la cabeza frenéticamente. Tenía que detener esto. Antonio no podía saberlo. Nadie más que Isa debía saberlo. —No sé
de qué estás hablando.
Antonio alzó una ceja. —¿En serio? —La incredulidad en su voz era desconcertante. No iba a creerse la mentira. Pero yo tenía un bebé que proteger.
—No lo sabe. —La verdad salió de mi boca antes de poder detenerla—. Y aún no quiero que lo sepa. Necesito encontrar alguna manera de hacer esto por mi cuenta. Ambos sabemos que Pedro no quiere esto. Su familia lo odiaría. No puedo permitir que mi bebé sea odiado por nadie. Por favor, compréndeme —supliqué.
Antonio murmuró una maldición y pasó sus manos a través de su cabello. — Merece saberlo, Paula.
Sí, así era. Pero cuando este bebé fue concebido, no sabía cuán manchados estaban nuestros mundos. Lo imposible que sería para nosotros tener una relación.
—Ellos me odian. Odian a mi mamá. No puedo. Sólo, por favor, dame tiempo para demostrar que puedo hacerlo sin ninguna ayuda. Eventualmente se lo contaré, pero necesito estar estable y preparada para irme luego de hacerlo. Esta vez, lo que yo o él queramos no es prioridad. Voy a hacer lo que es mejor para este bebé.
El ceño de Antonio se pronunció. Nos quedamos en silencio por algunos minutos.
—No me parece, pero tampoco me corresponde decírselo. Ve a cambiarte y anda a ver a Elena. Hoy puedes hacer las rondas en el auto. Hazme saber cuando el olor de la cocina no sea tanto problema.
Quería lanzar mis brazos a su alrededor y abrazarlo. No me iba a obligar a contárselo a nadie y me daba la oportunidad de salir del turno en la cocina. Solía amar el tocino, pero ahora… Simplemente no podía lidiar con él. —Gracias. En la cena no es tan malo. Sólo es en las mañanas y a veces a los mediodías.
—Copiado. Sólo te pondré en el comedor para los turnos de las tardes. Esta semana sólo trabajaras en las rondas. Pero no pases demasiado calor. Mantén algo de hielo y eso para refrescarte. ¿Puedo decirle a Elena?
—No —respondí incluso antes de que pudiera terminar la pregunta—. No puede saberlo. Nadie puede enterarse. Por favor.
Antonio suspiró y luego asintió. —De acuerdo. Mantendré tu secreto. Pero si necesitas cualquier cosa, es mejor que me lo digas… si no quieres que Pedro se entere.
—Está bien. Gracias.
Antonio me dio una sonrisa tensa. —Te veré más tarde, entonces. Y me permitió irme.
***
El horario para el resto de la semana me tuvo trabajando en el carro de las bebidas. Dentro de más o menos una semana habría un torneo, y tendría que trabajar todo el día. No podía estar más feliz al respecto. El dinero sería genial. Y aunque el calor era intenso al estar en el campo de golf todo el día, era mucho mejor que estar en el aire acondicionado con olor a tocino o cualquier otra carne
grasienta para luego salir corriendo a vomitar.
Progresivamente, el club había adoptado más demanda desde que me fui.
Según Elena, los miembros que sólo venían durante las vacaciones de verano, ahora todos eran residentes. Isa y yo teníamos que conducir dos autos para poder mantener a todos hidratados. Antonio casi nunca estaba en el campo, así que no tenía que inquietarme por su mirada preocupada. Estaba ocupado trabajando.
Jose le había dicho a Isa que Antonio intentaba demostrarle a su papá que estaba listo para un ascenso.
Luego de abastecer el carro por tercera vez hoy, me dirigí de nuevo al primer hoyo para mi siguiente ronda. Reconocí de inmediato la parte trasera de la cabeza de Federico. Se encontraba jugando con… Daniela. Sabía que este día llegaría, pero no me encontraba preparada para ello. Bien podría saltarme este hoyo, y hacer que Isabel los atendiera en su próxima ronda, pero eso sólo retrasaría lo inevitable.
Estacioné el carro y Fede se giró en mi dirección. Lucía como si estuviese en medio de una muy seria conversación con Daniela. El ceño frustrado sobre su frente no era para nada reconfortante. Sonrió, pero pude notar que era forzado.
—Estamos bien, Paula. Puedes ir directo al siguiente hoyo —dijo Federico.
La cabeza de Daniela saltó de pronto al oír mi nombre, y la mueca de odio en su rostro me hizo poner el auto en reversa. Tal vez mis primeros instintos habían estado en
lo correcto. No debí haberme detenido.
—Espera. Quiero algo. —Al escuchar la voz de Pedro, mi corazón dio un pequeño saltito que sólo él era capaz de provocar. Giré mi rostro hacia el sonido de su voz para verlo trotar hacia mí con un par de pantaloncillos azul claro y un polo blanco. Nunca dejaba de sorprenderme que siempre luciera tan ridículamente bien en un conjunto tan estirado. Los chicos en Alabama jamás se vestirían de esta
manera, sin importar la ocasión. Jugaban golf en sus vaqueros, gorras de béisbol y cualquier camisa con suerte o de franela que hayan sacado de la secadora ese día.
Pero Pedro los lucía como algo tan sexy que te aguaba la boca.
—Necesito una bebida —dijo con una sonrisa al llegar a mi auto. Se detuvo justo frente a mí. No lo había visto en un par de días. No desde nuestro viaje.
—¿Lo usual? —pregunté al salir del carro, sólo para estar aún más cerca de él. No se apartó, y nuestros pechos casi se tocaban. Subí la mirada hacia él.
—Sí. Eso sería genial —respondió, pero no se movió. También mantuvo su mirada pegada a la mía. Uno de nosotros tendrá que moverse y acabar con este concurso de miradas. Sabía que debía ser yo. No podía permitir que creyera que las cosas habían cambiado.
Pasé a su lado y caminé hasta la parte trasera del carro para buscarle una Corona. Me incliné para sacar una del hielo y lo sentí moverse detrás de mí.
Demonios. No me lo estaba poniendo sencillo.
Enderezándome, no miré hacia atrás ni me giré. Estaba demasiado cerca. — ¿Qué estás haciendo? —pregunté en voz baja. No quería que ni Federico ni Daniela nos
escucharan.
—Te extraño. —Fue su respuesta.
Cerrando con fuerza los ojos, tomé aire profundamente e intenté calmar el frenesí al que estaba enviando a mi corazón. También lo extrañaba. Pero eso no hacía que la verdad cambiara.
Decirle que lo extrañaba no era astuto. No necesitaba que comenzara a creer que las cosas podían volver a ser como antes.
—Toma tu bebida y vámonos —soltó Dani detrás de él. Fue suficiente para hacer que me moviera. No me encontraba de humor para aguantarme los ataques verbales de Daniela. Hoy no.
—Apártate, Daniela —gruñó Pedro, y le tendí la Corona para luego caminar rápidamente hasta el lado del conductor—. Paula, espera —dijo Pedro, siguiéndome una vez más.
—No hagas esto —supliqué—. No puedo lidiar con ella.
Contrajo su rostro en una mueca y luego asintió antes de apartarse. Aparté mi mirada de él y puse el auto en reversa. Sin mirar atrás, me dirigí al siguiente hoyo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario