Él alzo su cabeza. Su rostro estaba empapado con lágrimas. No las limpiaría. Cumplieron su cometido. Me puse de pie y desabroché mi camisa y me la quite para ponerla sobre la cama. Luego, me deshice de mi sujetador. Los ojos de Pedro nunca dejaron mi cuerpo. La confusión en su rostro era de esperarse. No podía explicarle esto. Sólo lo necesitaba.
Bajé los shorts que estaba usando y salí de ellos. Luego, quité mis zapatos y lentamente me quité mis bragas. Una vez estuve completamente desnuda, me pasé a horcajadas sobre las piernas de Pedro.Sus manos se envolvieron alrededor de mí inmediatamente y enterró su cara en mi estómago. La humedad de sus lágrimas era fría contra mi piel, haciéndome temblar.
—¿Qué estás haciendo, Paula? —preguntó Pedro retrocediendo lo suficiente para mirarme. No podía responder eso.
Agarré puñados de su camisa y tiré de ella hasta que él levantó sus brazos y me dejó sacarla por encima de su cabeza y lanzarla a un lado. Bajando hasta que estuve sentada en su regazo, deslicé mis manos detrás de su cabeza y lo besé. Lentamente. Esta era la última vez. Las manos de Pedro estaban en mi cabello y tomó el mando inmediatamente. Cada caricia de su lengua era suave y relajada.
No estaba hambriento ni exigente. Tal vez ya sabía que era el adiós. No significaba que tenía que ser duro y rápido. Era el último recuerdo que tendría de él. De nosotros. El único que tendría donde una mentira no contaminaba el agua. La
verdad estaba ahí entre nosotros ahora.
—¿Estás segura? —susurró Pedro contra mi boca mientras me balanceaba contra la dureza que ya sentía debajo de su pantalón.
Sólo asentí.
Pedro me levantó y me puso sobre la cama antes de quitarse sus zapatos y pantalón. Gateó sobre mí mientras su cara torturada me estudiaba. —Eres la más hermosa mujer que alguna vez vi. Por dentro y por fuera —susurró mientras
dejaba una lluvia de besos en mi rostro antes de poner mi labio inferior en su boca y chuparlo.
Levanté mis caderas. Lo necesitaba adentro. Siempre lo necesitaría dentro, pero esta sería la última vez que lo tendría allí. Así de cerca. Nadie jamás estaría así de cerca otra vez. Nadie.
Pedro recorrió sus manos por mi cuerpo tomando tiempo para tocar cada parte. Como si estuviera memorizándome. Me arqueé en sus manos y cerré mis ojos dejando que la sensación me marcara.
—Te amo tan jodidamente demasiado—juró mientras su cabeza bajaba para besar mi ombligo.
Dejé que mis piernas cayeran abiertas para que pudiera moverse entre ellas.
—¿Necesito usar un condón? —preguntó, regresando hacia mí.
Si, lo necesitaba.
No hay posibilidades.
Otra vez, sólo asentí.
Se levantó para recoger su pantalón y sacó un condón de su billetera. Lo observé rasgarlo, luego deslizarlo sobre su pene. Nunca lo había besado ahí antes.
Había pensado sobre eso, pero nunca había tenido el valor. Algunas cosas deberían permanecer desconocidas.
Pedro recorrió sus manos por la parte interior de mis piernas y luego lentamente las apartó para abrirlas totalmente. —Esto siempre será mío —dijo con convicción.
No lo corregí. No servía de nada. Nunca sería de nadie más después de hoy, sólo me pertenecería a mí.
Pedro bajó su cuerpo sobre el mío hasta que pude sentir la punta de su erección presionando contra mí. —Nunca ha sido tan bueno. Nunca nada ha sido tan bueno como esto —gimió, luego se deslizó dentro de mí. El momento fue
recibido. Envolví mis manos alrededor de sus brazos y grité mientras él me llenaba por completo.
Lentamente, se retiró y luego se impulsó de nuevo dentro de mí. Sus ojos nunca dejaron los míos. Sostuve su mirada. Podía ver la tormenta en sus ojos.
Sabía que estaba confundido. Incluso podía ver el miedo. Luego hubo amor. Lo vi.
La ferocidad en sus ojos. Lo creía. Pude verlo claramente. Pero era demasiado tarde ahora. El amor no era suficiente. Todo el mundo siempre decía que el amor
era suficiente. No lo era. No cuando tu alma fue destruida.
Deslicé mis piernas alrededor de su cintura y luego envolví mis brazos alrededor de su cuello. Cerca. Lo necesitaba cerca. Su aliento era cálido en mi cuello mientras
presionaba besos en la piel sensible. Él susurraba palabras de amor y promesas que nunca tendría que mantener. Lo dejé. Sólo esta última vez.
El placer que había estado construyéndose, alcanzó su cima cuando Pedro aplicó un beso contra mis labios y dijo—: Solo tú.
No aparté la mirada de él mientras me aferraba a él y dejaba que la sensación de completo éxtasis me recorriera. La boca de Pedro se abrió y un fuerte gruñido vibró en su pecho mientras bombeó dentro de mí dos veces más y luego se
quedó inmóvil.Sus ojos nunca dejaron los míos.
Respiramos rápido y fuerte mientas decía todo lo que necesitaba ser dicho sin palabras. Estaba en mis ojos. Si, estaba mirando con atención suficiente.
—No hagas esto, Paula—suplicó.
—Adiós, Pedro .
Él sacudió su cabeza. Aún estaba enterrado muy dentro de mí. —No. No nos hagas esto a nosotros.
No dije nada más. Dejé caer mis manos a mi lado y mis piernas se deslizaron de su cadera hasta que ya no estaba sujeta aferrada a él. No discutiría con él.
—No me pude despedir de mi hermana o mi mamá. Esos eran los adioses finales que nunca tuve. El último adiós que necesitaba. El último adiós que necesitaba. Esta ocasión entre nosotros sin mentiras.
Pedro agarró las mantas debajo de mí en ambas manos y cerró sus ojos severamente. —No. No. Por favor, no.
Quise levantar el brazo y tocar su cara. Decirle que estaría bien. Él seguiría adelante y superaría esto. Nosotros. Pero no podría hacer eso. ¿Cómo podría consolarlo si yo estaba vacía por dentro?
Pedro se retiró de mí e hice una mueca de dolor por el vacío que hizo eco a través de mi cuerpo. Él se levantó y no me miró. Observé en silencio mientras comenzaba a vestirse. Eso era todo. ¿Se suponía que el vacío doliera? ¿Cuándo pararía de aparecer el dolor?
Cuando tuvo puesta su camiseta de nuevo, levantó sus ojos para mirarme.
Me incorporé y doblé mis rodillas contra mi pecho para cubrir mi desnudez y tranquilizarme. Estaba asustada de que pudiera literalmente derrumbarme.
—No puedo hacer que me perdones. No merezco tu perdón. No puedo cambiar el pasado. Todo lo que puedo hacer es darte lo que quieres. Si esto es lo que quieres, me iré, Paula. Me matará, pero lo haré.
¿Qué otra cosa podría haber? Nunca sería la misma. La chica de la que se había enamorado ya no existía. Él lo vería muy pronto si se quedaba. No tuve un pasado. No tuve una base. Todo se había ido. Nada tenía sentido y sabía que jamás lo tendría. Pedro merecía más.
—Adiós, Pedro —dije una última vez.
El dolor que nubló sus ojos fue demasiado. Aparté la mirada de él y estudié la manta de cuadros azules debajo de mí.
Escuché cómo caminaba hacia la puerta. Sus pisadas eran amortiguadas por la vieja desteñida alfombra. Entonces, la puerta se abrió y la luz de la luna llego a la oscura habitación. Hubo una pausa. Me preguntaba si él diría más. No quería que lo hiciera. Cada palabra que decía sólo hacia esto más duro.
La puerta se cerró.
Alcé mis ojos para ver el vacío cuarto de motel rodeándome. Las despedidas no eran todo lo que dijeron que era. Ahora sabía eso.
tengo un nudo en la garganta (me pone mal esto ojala , pueda aver solucion)
ResponderEliminarpor dios ! me duele el alma, pobrecitos los dos . y Paula tan solita, me da tristeza!
ResponderEliminarPor Dios! qué dolor tan profundo para los 2!!! es tan entendible por parte de ella que quiera terminar todo y tan sensato el dolor de él. Yo también tengo el nudo en la garganta! muy triste todo!
ResponderEliminarTRANQUILIDAD!!! MAÑANA MARATON
ResponderEliminarY ACUERDENSE QUE DESPUES DE LA TORMENTA...
Casi no puedo escribir de las lágrimas que se me caen. Es terrible cómo se ve el dolor de los 2. Espero mañana que las cosas mejoren.
ResponderEliminarTriste, muy triste!! Ojalá Pau pueda superar el dolor y vuelvan a estar juntos, se lo merecen. Solo son victimas de la circunstancias!! @AmorPyPybb
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