martes, 9 de diciembre de 2014

CAPITULO 165





Luchando por respirar a través de dolor, me giré y la seguí. 


Ella no me quería.


No quería esto. Pero no podía sólo dejarla ir. ¿Dónde iría? ¿Dónde dormiría? ¿Quién se aseguraría de que comiera? ¿Quién la sostendría cuando llorará? Ella me necesitaba. Y
Dios. Yo la necesitaba.


Paula alcanzó el último peldaño de la escalera, tomó el teléfono de su bolsillo, y lo metió en el de Miguel —Tómalo. No lo quiero —dijo.


—¿Por qué tomaría el teléfono? —preguntó Miguel.


—Porque no quiero nada de ti —le grito a él.


—Yo no te lo di —dijo él.


—Acepta el teléfono, Paula —dije—. Si quieres irte, no puedo retenerte aquí. Pero por favor, acéptalo. —Estaba listo para ponerme de rodillas y suplicar. Tenía que tomar el teléfono. Maldita sea, necesitaba un teléfono.


Paula lo puso en la mesilla junto a la escalera. —No puedo —dijo y sabía que no podía hacerla tomarlo, tampoco. No podía hacer nada. Era jodidamente inútil. Su mundo acababa de ser volado en piezas, y yo era jodidamente inútil.


—Te pareces a ella —dijo mi madre a la espalda de Paula.


—Solo espero que pueda ser la mitad de la mujer de lo que ella era —dijo Paulacon completa convicción en su voz.


La puerta se cerró detrás de ella.


Tenía que hacer algo.


Me moví a través de las escaleras sin quitar mis ojos de la puerta. No podía sólo quedarme aquí y dejarla conducir lejos. —¿A dónde irá? —pregunté a Miguel. Él tendría una idea.


—Irá de vuelta a Alabama. El único otro lugar que conoce, tiene amigos allí. Ellos la tomarán —dijo.


Los gritos de Daniela venían de afuera, y mi corazón se detuvo. ¿Le había pasado algo a Paula? Corrí a través de las escaleras, pero no antes que mi madre y Miguel se hubieran movido hacia la puerta.


—¡Paula! Baja el arma. Daniela, no te muevas. Ella sabe cómo usar esa cosa mejor que la mayoría de los hombres —ordenó Miguel en una calmada voz.


Jodida mierda, Paula estaba sosteniendo una pistola hacia Daniela ¿Qué diablos había dicho Daniela?


—¿Qué hace con esa cosa? ¿Es incluso legal que la tenga? —preguntó mi madre.


—Ella tiene un permiso, y sabe lo que está haciendo. Mantén la calma —dijo Miguel, sonando molesto.


Paula bajó el arma. —Voy a meterme en esa camioneta e irme fuera de tu vida. Para siempre. Simplemente mantén tu boca cerrada sobre mi madre. No lo escucharé de nuevo —dijo Paula, mirando a Daniela. Luego escaló dentro del camión y sin una mirada hacia atrás, condujo lejos.


—Está jodidamente loca —dijo Daniela, volteándose a mirarnos.


No podía pararme aquí y escucharlos. Me estaba dejando. 


No podía sólo dejarla ir sola. Nada le podía pasar. Me giré, fui dentro y subí a mi cuarto.


El olor de Paula me golpeó cuando llegué al último escalón, y tuve que parar y apretar los dientes a través del dolor. Solo dos horas atrás, la tenía tendida en esa cama y la sostuve en mis brazos.


Caminé hacía a la cama, me senté y recogí la almohada donde ella había estado durmiendo y la sostuve en mi cara. Dios, olía justo como ella. Un sollozo rompió libre, y luché para mantenerlo atrás, pero no pude. La había perdido. Mi Paula. Había perdido a mi Paula.


No. No. No estaba aceptando eso.


Me levanté y puse la almohada de vuelta con reverencia. Estaba yendo detrás de ella. Necesitaba algunas prendas y mi cartera. La iba a alcanzar. Ella me necesitaba. No me quería ahora mismo, pero lo haría después de que el shock se disipara. Podría sostenerla y aliviar su dolor. La sostendría mientras llorara. Luego pasaría mi vida haciendo las cosas bien. Haciéndola feliz. Tan malditamente feliz.


Volví a bajar las escaleras con mi maleta en mis manos, mientras mi madre, mi hermana y Miguel estaban de pie en el vestíbulo hablando sobre Paula y lo que había pasado, estaba seguro. No los estaba escuchando, me estaba yendo.


—¿A dónde vas? —me preguntó mi madre.


—Sostuvo un arma en mi cabeza, ¡Pedro! ¿No te preocupas acerca de eso? ¡Pudo haberme matado! —Daniela sabía a dónde estaba yendo.


Me detuve y miré a mi madre primero. —Voy por Paula—Luego miré a mi hermana—. Aprenderás a cerrar tu jodida boca. Dijiste la cosa equivocada a la persona equivocada esta vez y aprendiste tu lección. La próxima vez, piensa antes de arrojar mierda. —Tiré de la puerta abierta.


—¿Qué si ella no quiere regresar a casa contigo? Ella nos odia, Pedro —dijo mi madre, sonando enojada a la idea de incluso ella viniendo aquí.


—Si ella no volviera conmigo, entonces todos ustedes tendrán que mudarse. No viviré en mi casa con las personas que destruyeron su mundo. Decide dónde planeas ir, porque no te quiero aquí cuando vuelva. —Azoté la puerta detrás de mí.



***


Las ocho horas manejando a Summit, Alabama, habrían sido más fáciles si no hubiese estado siguiendo a Paula e incluso tratando de evitar que me viera. Esconder un Range Rover negro en los caminos rurales no fue fácil. Tuve que dejar que se fuera de la vista más veces de las que quería, pero era la única manera de seguirla. Tenía la pequeña ciudad colocada en mi GPS y afortunadamente, Paula parecía estar tomando la misma ruta que el GPS sugería.


Cuando entré a la pequeña ciudad, vi que la señal Bienvenido a Summit, Alabama, estaba desgastada y necesitaba alguna nueva pintura, pero se podía entender lo que decía bastante bien. La dejé obtener unos buenos diez minutos por delante de mí porque era la única manera de quedarme fuera de su visión. Paré en el primer semáforo. 


De acuerdo a Google, está cuidad tenía sólo tres semáforos. 


En la siguiente, vi la señal del cementerio y giré. El estacionamiento estaba vacío excepto por el camión de
Paula y otro camión. No aparqué donde ella pudiera verme; me aseguré de aparcar más abajo en el camino.


Había venido a ver su madre. Y su hermana. ¿Tuve mi corazón alguna vez verdaderamente roto por alguien más así? había odiado cuán descuidada fue Daniela, ¿pero había alguna vez sentido esta clase de emoción por su dolor? La idea de Paula lidiando con esto sola era demasiado. Tenía que escucharme.


Cuando vi su camión azul moverse, esperé hasta que estaba seguro de que había vuelto al camino antes de seguirla a una distancia segura. Giró a la derecha en el primer semáforo y entonces aparcó en un motel. Estaba seguro de que era el único motel en kilómetros y kilómetros. Tanto como odiaba la idea de ella quedándose ahí, estaba agradecido de que no tendría que hacer esto en alguna casa extraña. Teníamos privacidad aquí.


Mientras ella estaba adentro obteniendo un cuarto, aparqué mi carro, salí y esperé. No estaba seguro de qué iba a decirle o si iba sólo a rogar. Pero tenía que hacer algo. 


Paula caminó fuera de la oficina y sus ojos se trabaron con los míos. Su paso vaciló y luego suspiró. No había esperado que la siguiera. De nuevo, ¿no entendió cuán jodidamente loco estaba poro ella?


Una puerta de carro se cerró de golpe justo mientras ella caminaba hacia mí, giró su cabeza y frunció el ceño al chico que había sólo saltado fuera del camión, el mismo que justo había visto en el cementerio. Sabía sin una presentación que el chico era Facundo.


La manera posesiva en que la veía me dijo que él había tenido una pretensión con ella.


Él solo necesitaba saber que esa pretensión ya no era válida.


—Estoy esperando como el demonio que conozcas a este tipo, porque te ha estado siguiendo aquí desde el cementerio. Lo noté del otro lado del camino mirándonos mucho antes, pero no dije nada —dijo Facundo mientras se dirigía a estar delante de Paula.


—Lo conozco —dijo Paula sin pausa.


—¿Él es la razón por la que volviste corriendo a casa? —preguntó Facundo.


—No —dijo, luego miró de vuelta a mí—. ¿Por qué estás aquí? —me preguntó, sin venir un poco más cerca.


—Estás aquí —repliqué simplemente.


—No puedo hacer esto, Paula.


Sí, ella podía. Tenía que lograr que viera eso. Tomé un paso hacia ella. —Habla conmigo. Por favor, Paula. Hay tantas cosas que quiero explicarte.


Sacudió su cabeza y retrocedió —No. No puedo.


Quería golpear la cabeza de Facundo—¿Podrías darnos un minuto? —le pedí.


Él cruzó sus brazos sobre su pecho y se paró completamente en frente de ella. — No lo creo. No parece que ella quiera hablar contigo. Y no puedo decir que vaya a obligarla. Y tú tampoco lo harás.


Había empezado a moverme hacía él cuando Paula salió de detrás de él. —Está bien, Facundo. Este es mi hermanastro, Pedro Alfonso. Ya sabe quién eres tú. Sólo quiere hablar. Así que vamos a ir a hablar. Puedes irte. Estaré bien —dijo sobre su hombro, antes de desbloquear la habitación 4A.


Acababa de llamarme su hermanastro. ¿Qué carajos?


—¿Hermanastro? Espera. . . ¿Pedro Alfonso? ¿El único hijo de Luca Alfonso? Mierda, Pau, eres familia de una celebridad del rock —dijo Facundo. Su boca se aflojo mientras me miraba.


Justo lo que necesitaba, un fan suficientemente grande de Slacker Demon que sabe el nombre del hijo de Luca.


—Vete, Facundo —dijo ella con severidad, luego camino dentro del cuarto.

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