domingo, 30 de noviembre de 2014
CAPITULO 145
La puerta de mi habitación se cerró de golpe y me senté en la cama, frotándome mi rostro para tratar de tapar la luz del sol.
—Se encuentra de vuelta en casa —anunció Fede.
—Gracias —murmuré. Le envié un mensaje a Fede anoche sobre la aparición de Tomas y pregunté si llevaría a Tomas a su casa antes de que fuera a trabajar por la mañana.
—La pequeña mierda es difícil. Intentó llevar a Paula a su casa. —Fede rio.
Al oír su nombre, dejé caer mi mano y lo miré. —¿Todavía se encuentra aquí? — pregunté.
Fede señaló con su cabeza hacia la ventana. —Ahí afuera. En un jodido bikini.Tal vez me quede aquí todo el día en lugar de ir a trabajar, si no te importa. Además, me debes una por llevar a Tomas a casa y lidiar con la bruja malvada.
Agarré mis pantalones de correr descartados y tiré de ellos rápido antes de caminar hacia la ventana.
Kilómetros y kilómetros de playa vacía se estiraban un poco más allá de mi jardín delantero. Paula yacía ahí fuera con los ojos cerrados y su rostro inclinado hacia la luz del sol.Sí...el trasero de Fede iba a ir a trabajar. No se quedaría aquí de brazos cruzados y la miraría todo el día.
—Se va a quemar —dijo Fede en un susurro silencioso, y aparté mi mirada de Paula para verlo mirándola justo con la misma reverencia que yo. A la mierda con eso.
—No mires —espeté y me alejé de la ventana.
Fede dejó salir una risa. -¿Qué demonios significa “no mires”?
Significa que no jodidamente mires. —Yo no…solo… recuerda quien es. Nos odiará, y se irá pronto. Así que no —No sabía que decía. Solo quería que dejara de mirarla. Se encontraba apenas cubierta, y toda su suave piel se hallaba justo ahí para cualquiera que observara. No quería que nadie la viera.
—No nos odiará, sólo a ti. Y a Daniela. Y a su padre. Pero yo no hice nada —dijo Grant.
Mis manos se cerraron en puños a mis costados, cerré mis ojos y respiré profundo. Lo hacía a propósito. Quería ver si reaccionaba con ella. Trataba de hacerme enojar. —¿No tienes trabajo que hacer? —pregunté con calma.
Fede miró de nuevo a la ventana y se encogió de hombros. —Amigo, trabajo para mi padre. Soy el jefe. Puedo faltar cuando una emergencia aparece. Además, ¿no celebramos el cumpleaños de Daniela esta noche?
Me provocaba. Recordándome eso, caminé hacia el armario y encontré un par de shorts. Iba a salir ahí afuera. Ella podría no tener bloqueador solar, y lo necesitaba. Su piel se quemaría. Y la odiaría por quemar su piel.
—¿Vas a ir a nadar? —preguntó Fede burlonamente.
No lo miré de nuevo. —Vete a trabajar, Fede. La fiesta de Daniela es esta noche — respondí, y golpeé la puerta del baño detrás de mí. Me olvidé que le daría una fiesta a Daniela por su cumpleaños esta noche. Paula me hacía olvidar de todo.
—Juegas con fuego, hombre. ¡Unas masivas llamaradas de comerán! Deberías dejarme tenerla. Esto no va a ser bonito —gritó lo suficientemente fuerte para que lo pudiera oír a través de la puerta.
—No sabes sobre qué demonios hablas. Nadie la tiene. Se irá pronto —grité en respuesta.
La risa de Fede se desvaneció mientras dejaba mi habitación. Tenía razón. Esto era fuego, y yo no era capaz de alejarme. Me seguía acercando, sabiendo que me consumiría si no era cuidadoso.
No pensé lo que hacía. Solo me cambié y me dirigí afuera para comprobarla. — Por favor, dime que te aplicaste bloqueador solar —dije entretanto me sentaba en la arena a su lado.
Se cubrió los ojos del sol antes de abrirlos y mirarme. No respondió. ¿La desperté?
—Estás usando bloqueador solar, ¿o no? —pregunté.
Asintió y se sentó en la pequeña toalla de baño que usaba.
Su cuerpo me distraía como el infierno.
—Bien. Odiaría ver que esa suave y cremosa piel se tornara rosa —respondí antes de que pudiera detenerme.
—Yo, uh, me puse un poco antes de venir aquí.
De verdad debería apartar la mirada de ella, pero parecía imposible en ese momento. Las cimas de sus pechos se encontraban ahí, sobresaliendo de la parte superior de su bikini. Si fuera cualquier otra persona, no tendría problema en estirarme y tirar el pequeño pedazo de tela hacia abajo hasta que pudiera ver sus pezones. Luego haría…¡no! Maldita sea. Necesitaba concentrarme en otra cosa.
—¿No te toca trabajar hoy? —pregunté.
—Es mi día libre.
—¿Cómo va el trabajo?
Esta vez, no respondió de inmediato. La miré mientras me miraba. No prestaba tanta atención a mis palabras como estudiaba mi cara. Me gustaba eso. Jodidamente mucho. —Um, ¿Qué? —preguntó mientras su cara se volvía ligeramente rosa.
—¿Cómo te está yendo en el trabajo? —pregunté de nuevo. No era capaz de mantener la diversión fuera de mi voz.
Se sentó derecha y trató de lucir menos interesada en mí. —Va bien. Me gusta.
Los chicos quienes sin duda le coqueteaban y le daban ridículas propinas me irritaban. —Apuesto a que sí —dije.
—¿Qué se supone que significa eso? —preguntó.
Dejé que mi mirada bajara por su cuerpo lentamente. —Sabes cómo te ves, Paula.Por no mencionar tu maldita sonrisa dulce. Los golfistas te están dando buenas propinas.
No se enojó o me abofeteó. En cambio, lució sorprendida.
Volví mi atención hacia el agua. No necesité mirarla. Me distraía. Me olvidaba de todo lo demás cuando me centraba en ella. Recordar porque se encontraba aquí y que yo tenía en mi mano su dolor debió haber hecho bastante fácil mantenerme concentrado. Pero me hizo olvidar de todo. Una batida de sus pestañas y estaba perdido.
Fui tan estúpido en ese entonces. Preguntar porque Miguel estuvo tan dispuesto a dejar a su familia de dieciséis años por una hija que ignoró por incluso más tiempo habría tenido sentido. Pero no le pregunté. Estuve agradecido cuando apareció. Pero el imbécil dejó una familia rota atrás.
Una joven niña sola para cuidar a su mamá.
—¿Cuánto hace que tu mamá murió? —le pregunté. Repentinamente necesité saber por cuanto tiempo estuvo luchando sola. No era como si pudiera arreglarlo ahora.
Solo quería saber.
—Hace treinta y seis días —murmuró.
Maldición. Perdió a su mamá hace un poco más que un mes atrás. Ni siquiera tuvo la oportunidad de llorar. —¿Tu papá sabía que ella estaba enferma? —pregunté.
Lo mataría. Alguien necesitaba hacerle pagar al bastardo.
Dañaba cada cosa que tocaba.
—Sí. Él sabía. Además, lo llamé el día en que ella murió. No me respondió. Le dejé un mensaje.
Nunca odié a alguien de la forma en que odiaba a Miguel Chaves en ese momento. — ¿Lo odias? —pregunté.
Debería. Demonios, yo lo odiaba lo suficiente por nosotros dos.
Cuando golpee su cara, lo haría por ella. Por su madre. Y no estaba seguro que sería capaz de parar.
—A veces —dijo.
No esperaba la verdad. Admitir que odiabas a tu papá no podía ser fácil. Incapaz de detenerme, me estiré y deslicé mi dedo meñique alrededor del suyo. No podía sostener su mano. Eso era demasiado. Demasiado íntimo. Pero tenía que hacer algo.
Necesitaba cierta reconfirmación de que no se encontraba sola. Incluso si yo era la última persona en el mundo que merecía estar ahí para ella, iba a ser esa persona. Solo tenía que encontrar la manera de hacerlo y arreglar el infierno que creé.
—Habrá una fiesta esta noche. Es de Daniela, el cumpleaños de mi hermana.Siempre le doy una fiesta. Puede que no sea tu lugar pero estás invitada a asistir si así lo quieres.
—¿Tienes una hermana?
Pensaba que ya lo sabía, pero cuando pensé en la noche que Paula llegó, me di cuenta que Daniela mantuvo su distancia y en realidad no conoció a Paula.
—Sí —respondí.
—Fede dijo que eras hijo único —dijo, mirándome detenidamente.
Federico le habló sobre mí. Él no necesitaba explicarle nada a ella. Quería protegerla de la verdad. Moví mi mano lejos de la suya. —Federico no debería contarte mis asuntos.
No importa que tan condenadamente mal quiera entrar en tus bragas —dije, antes de girarme y volver de nuevo a la casa. ¿Por qué deje que eso me afectara? Maldita sea.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario