Paula
No estaba segura de que una cena familiar en esta casa fuese una buena idea.Pedro, sin embargo, estaba decidido a encontrar una manera de ayudar a que Daniela y Mateo se llevaran bien.
A pesar de que estábamos a finales de noviembre, todavía hacía veinticinco grados afuera.
Estaba acostumbrada al loco clima cálido en invierno en Alabama, pero el sol parecía incluso más caliente aquí.
Pedro se había sentado a mi lado y había hecho grandes esfuerzos para frotar el protector solar por todo mi cuerpo.
Después de la ducha, me sentí renovada y lista para aceptar a esta familia de locos, por amor a Pedro.
Me agradó Carolina, al menos durante el poco tiempo que
había pasado con ella. No bromeaba acerca de permanecer encerrada en su habitación. Casi nunca salía. Casi me sentía mal por ella. Parecía una vida solitaria.
Me pregunté cómo había sido su vida en Carolina del Sur. ¿Tenía amigos allí a los que extrañaba?
Pedro entró en la habitación, pero se detuvo al momento que sus ojos se posaron en mí.
—No. Paula, nena, te ves increíble. Pero no puedes llevar ese vestido en la cena. Tus tetas están ahí arriba haciéndome querer cancelar la cena y tenerte desnuda. Después las piernas y los tacones. No puedes ir a la cena así. Mateo es un pervertido y acabaré matándolo. Por favor, ponte algo que muestre menos escote y piernas. Demonios, usa vaqueros, un suéter y unos tenis.
Si no hubiera parecido tan angustiado y loco, me habría cabreado.
Me encantaba este vestido. Aún me hacía sentir sexy a pesar de mi vientre. Cuanto más grande se ponía el bebé, menos atractiva me sentía yo.
Mi cintura desaparecía rápidamente.
—Ninguno de mis vaqueros me entra, y me gusta este vestido. Me hace sentir bonita.
Pedro gimió y se acercó a mí.
—Te ves jodidamente hermosa. Bonita no es la palabra que uno usaría para describirte en ese vestido. Necesito que parezcas menos a una caliente inductora de orgasmos y más a mi prometida embarazada.No quiero escuchar a Mateo decirte cosas maleducadas. Quiero centrarme en que Daniela y él logren hacer las paces. De acuerdo.
—Bueno, cuando lo pones de esa manera, creo que podría
cambiarme —respondí.
—Sí, por favor. Por mí —rogó Pedro.
—¿Puedes bajarme la cremallera, entonces? Lo pasé bastante mal intentando subirla.
Pedro se acercó, me bajó la cremallera y luego deslizó el vestido por mis hombros hasta que cayó alrededor de mi cintura.
No estaba usando sujetador porque la parte de atrás era muy escotada, y mis pechos desnudos parecían haber
captado su atención.
—Y pónte un sujetador —dijo en un susurro ronco. Luego bajó la cabeza para tomar uno de mis pezones en su boca. El metal en su lengua frotó contra la sensible carne y me agarré a sus hombros, aferrándome con fuerza.
—Pedro, tenemos una cena pronto —le recordé mientras él deslizaba el vestido hacia abajo sobre mis caderas hasta que cayó al suelo.
—Ahora mismo me importa una mierda —murmuró mientras llevaba su atención de un pezón a otro.
Su mano de coló en el interior de la parte delantera de
mis bragas y deslizó su dedo dentro de mí con un empuje suave. Mis rodillas se doblaron.
—Por favor, por… favor.
—¿Por favor, qué? —preguntó, recogiéndome y poniéndome sobre el tocador detrás de mí—. Abre las piernas —exigió.
Hice lo que me dijo. Su mano se deslizó por encima de mi montículo y su dedo comenzó a deslizarse dentro y fuera de mí en un ritmo constante.
Cada vez que lo sacaba, la humedad en su dedo se deslizaba sobre mi clítoris, y luego bombeaba de nuevo en mí. Estaba muy cerca del orgasmo, Pedro parecía saber
cómo provocármelos fácilmente.
—¿Se siente bien? Alguien estaba toda mojada y lista —dijo en mi oído, y me estremecí cuando su dedo se deslizó fuera y esta vez se movió hacia atrás, hacia mi otra entrada.
Lo giró a su alrededor y, por sorprendente que parezca, me
encendió en lugar de molestarme. Pensé que lo haría. El gemido que se me escapó no le pasó desapercibido.
—¿Te gusta eso? —preguntó mientras su dedo empujaba gentilmente esa entrada. Lo sentí en mi clítoris. Apretando los ojos, sólo asentí—. Joder, nena. No voy a ser capaz de pasar la maldita cena sin pensar en ti luciendo tan caliente y sin molestarte conmigo por jugar con tu culo.
No quería ir a cenar. Quería correrme.
Pedro movió su dedo de vuelta a mi clítoris y lo removió varias veces y luego lo pellizcó con el pulgar y el índice, mientras el anular se deslizaba dentro de mí.
Agarré sus brazos y grité en voz alta, mientras el orgasmo que había sentido construyéndose dentro de mí, estallaba.
Me volví inerte entre sus brazos y me abrazó con fuerza mientras su mano se deslizaba fuera de mi ropa interior. Comenzó a lamerse los dedos de uno en uno y mi estómago se estremeció mientras lo miraba. Una sonrisa tocó sus labios cuando el último dedo salió de su boca.
—Esto me mantendrá hasta que la pesadilla haya terminado. Pero hazme un favor y déjate las bragas puestas. Quiero bajar sabiendo que yo las puse mojadas.
Sus palabras hicieron que mis pechos doliesen de nuevo.
Si no se detenía, nunca iríamos a cenar.
—Ponte algo que me mantenga calmado y vamos a enfrentar el infierno que nos espera —susurró Pedro mientras me acercaba—. A menos que quieras quedarte aquí. Te traeré comida si prefieres evitarlo.
No había manera de que me fuese a esconder aquí mientras él iba por allí y lidiaba con Daniela. Iba a ir, también. Aunque tenía la intención de mantener la boca cerrada, estaría allí para el apoyo moral.
—Voy contigo. Sólo dame un segundo. Estoy un poco sin aliento y débil.
Pedro sonrió.
—Justo como me gusta tenerte.
Recogí mi vestido desechado y se lo tiré. Luego me fui al armario donde había colgado mis cosas y encontré otro vestido que caía justo encima de mis rodillas y tenía un escote alto. Podía usar mis botas hasta las rodillas con este y sería bastante lindo.
Me lo puse y luego volví a agarrar mis botas.
—¿Llevarás botas? ¿Esas botas? —preguntó mientas metía uno de mis pies en la primera.
—Sí —le contesté.
Pedro gimió y sacudió la cabeza.
—Malditas botas, hacen que un hombre piense en ti llevando nada más que eso.
—Pedro. Tienes que parar. Crees que todo el mundo quiere verme desnuda.
En caso de que no lo hayas notado, tengo una barriga que asusta. Ningún hombre quiere verme desnuda… excepto tú.
Ambas cejas se le dispararon hacia arriba.
—¿De verdad crees eso, no?
—No lo creo. Lo sé.
Pedro dejó escapar un suspiro de derrota.
—Y esa es una de las razones por las que eres tan condenadamente irresistible. Ven, mi dulce Pau. Vamos a cenar.
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