jueves, 2 de enero de 2014
CAPITULO 89
Paula
Me senté en la sala de espera y me esforcé en no mirar
a las otras mujeres embarazadas que también estaban esperando. Había tres de nosotras.
La mujer delante de mí se acurrucó contra el brazo de su marido.
Él le susurraba cosas en el oído, haciéndola sonreír.
Su mano nunca dejó su estómago. No había una actitud posesiva. Sólo protectora. Era como si él estuviese protegiendo a su esposa e hijo con ese simple gesto.
La otra mujer estaba mucho más lejos de cualquiera
de nosotras, y su bebé se estaba moviendo. Su marido
tenía ambas manos en su estómago y la miraba con
asombro.
Había una dulce mirada de adoración en su rostro.
Ellos estaban compartiendo un momento y el sólo
mirar en esa dirección me hacía sentir como si
me estuviera entrometiendo.
Entonces, ahí estaba yo. Con Antonio. Le había dicho
que no necesitaba que viniera conmigo pero él había
dicho que le gustaría hacerlo. No entraría a la sala
de examen porque en lo absoluto lo dejaría verme casi desnuda en una pequeña y delgada bata de algodón,
por lo que iba a sentarse en la sala de espera.
Se las había arreglado para conseguir una taza de
café complementario y desde que sólo le había dado
un sorbo, asumí que sabía horrible. Extrañaba el café.
Probablemente sería delicioso para mí. Necesitaba
comprar algo de café descafeinado.
—Paula Chaves —llamó la enfermera desde la puerta
que conducía a las salas de examen.
Me levanté y le sonreí a Antonio. —No debería tardar mucho.
Él se encogió. —No tengo prisa.
—Tu esposo puede venir contigo —dijo la enfermera alegremente. Mi cara estuvo instantáneamente caliente. Supe, sin mirar mis mejillas, que estaba ruborizada.
—Es sólo un amigo —le corregí rápidamente.
Esta vez fue ella quién se sonrojó. Obviamente no
había leído mi registro para ver que estaba soltera.
—Lo lamento. Uh, bueno él puede venir también si
quiere oír el latido del corazón.
Sacudí la cabeza. Eso era demasiado personal. Antonio
era un amigo pero yo no estaba lista para compartir algo
tan importante como los latidos del corazón de
mi bebé con él. Pedro ni siquiera lo había hecho aún.
—No, así está bien.
No me volteé hacia Antonio porque estaba avergonzada
de nosotros dos. Él sólo me estaba ayudando.
Ser etiquetado como el papá del bebé no había sido con
lo que había contado.
***
El examen no se hizo esperar. Esta vez había sido capaz
de oír los latidos del bebé sin tener una varita atorada en
mi interior. Fue tan fuerte y dulce como antes.
El embarazo estaba progresando bien y estaba limpia
para ir con una cita dentro de cuatro semanas a partir de ahora.
Caminando de regreso a la sala de espera, encontré a Antonio leyendo la revista Parenting. Él levantó la mirada
y me sonrió tímidamente.
—El material de lectura aquí es limitado —explicó.
Ahogué la risa.
Se paró y caminamos juntos hasta la puerta.
Una vez que estuvimos en el auto él miró en mi dirección.
—¿Tienes hambre?
En realidad sí tenía, pero entre más tiempo pasaba con Antonio más incómoda me sentía. No pude evitar la sensación de que a Pedro no le gustaría esto.
Nunca le ha gustado que este mucho alrededor de Antonio. A pesar de que necesitaba el aventón, estaba comenzando a preocuparme de que esto haya sido una mala idea. Sería mejor si Antonio solamente me deja de regreso en la casa de Pedro.
—Estoy más cansada que otra cosa. ¿No podrías simplemente dejarme en donde Pedro? —pregunté.
—Por supuesto —contestó con una sonrisa. Antonio era muy fácil de manejar. Me gustaba eso. No estaba de humor para lo difícil.
—¿Todavía no has hablado con Pedro? —preguntó él.
Esa no era una pregunta que quisiera responder. Demasiado para no ponerse difícil. Yo sólo sacudí la cabeza.
Él no necesitaba una explicación y si lo hacía, pues muy mal porque yo no tenía una.
Me había rendido y hace dos noches llamé a Pedro para ir directamente al buzón de voz. Le dejé un mensaje
pero no me había devuelto la llamada. Estaba comenzando a preguntarme si él tenía la esperanza de que yo me fuera cuando él regresara. ¿Cuánto tiempo se supone que
estaría en su casa?
—No está lidiando bien con esto, imagino. Te llamará
pronto —dijo Antonio.
Podía darme cuenta por el tono de su voz que ni siquiera creía lo que estaba diciendo. Sólo era para hacerme sentir mejor. Cerré mis ojos y pretendí dormir, así él no diría nada más. No quería hablar de eso. No quería hablar de nada.
Antonio encendió la radio y conducimos en silencio por el resto del camino hacia Rosemary.
Cuando el coche se detuvo, abrí mis ojos para ver la casa de Pedro frente a mí. Estaba de regreso.
—Gracias —dije, mirando en dirección a Antonio. Su expresión era seria.
Podía decir que estaba pensando en algo que no quería compartir conmigo. No necesitaba preguntar para saber qué era. Piensa que yo debería irme también.
Pedro no iba a llamarme y había una posibilidad de que no fuese a volver. No podía simplemente vivir en su casa.
—Llámame si necesitas algo —dijo Antonio reuniéndose con mi mirada.
Asentí pero ya estaba decidida a no llamarlo más. Incluso si a Pedro no le importaba lo que hiciera, no se sentía correcto.
Abrí la puerta del auto y di un paso hacia afuera. Con un saludo final, me dirigí hacia la puerta del frente y de vuelta a la casa vacía.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario