viernes, 17 de enero de 2014

CAPITULO 123




Paula

Isabel me dio un beso en la mejilla, luego sacó algo de detrás de su espalda. Un pequeño paquete plateado con garabatos familiares de Pedro en la nota estaba sostenido adelante mío. 
Pedro quería darte tu algo antiguo —explicó.
No había tratado de conseguir ninguna de esas cosas. Me había olvidado de esa tradición. Sonriendo, tomé el paquete y lo abrí. 
Dentro había un anillo con una perla que parecía muy cara. La banda de plata era elegante y estaba grabada. 
Lo levanté para ver el grabado. Decía: "Mi amor" en el. Eso también era viejo. No es algo que Pedro habría hecho.
Una pequeña nota estaba escondida al lado de él. La tomé y la abrí.



Paula:
Esto perteneció a mi abuela. La madre de mi padre. 
Ella me vino a visitar antes de morir. 
Tengo muy buenos recuerdos de sus visitas y cuando pasó, me quedé con este anillo.
En su testamento me dijo que se lo diera a la mujer que me completara. Dijo que se lo dio mi
abuelo, que murió cuando mi padre era sólo un bebé, pero que nunca había amado a otro
como lo había amado a él. Él era su corazón. Tu eres el mío.
Esto es tu algo antiguo.
Te amo,Pedro.


Sollocé e Isabel también. La miré y ella estaba a mi lado, leyendo la nota. 
Maldita sea, quien diría que Pedro Alfonso podría ser tan romántico —dijo, y volvió sollozar.

Yo lo sabía. Me lo demostró más de una vez. Me puse el anillo en la mano derecha y encajaba perfectamente. Pensaba que no era una coincidencia. Sonreí, mirando a Isabel. 
—Gracias por todo —le dije.
Ella me abrazó y asintió. —Yo debería agradecerte. Eres la mejor amiga que he tenido. —Antes de que pudiera decir nada más se escabulló de la habitación con un saludo final.

Me volví a mirar en el espejo para estudiarme. El raso de color perla reunido sobre mis pechos permanecía en su lugar, sin tirantes gracias al tamaño de la taza de embarazada. La cintura era alta y justo debajo de mis pechos, cubierta con un millón de pequeñas perlas. 
Sobre el raso había una capa de gasa que colgaba en
una línea recta llegando hasta unos centímetros por encima de las rodillas. Había elegido ir descalza ya que tenía que caminar sobre la arena. Mis uñas estaban pintadas de un rosa pálido para que coincidiera con los pétalos de rosa esparcidos por el pasillo.

Un golpe en la puerta me sorprendió y me volví para ver entrar a Carolina en la habitación. Llevaba una pequeña caja. 
—Te ves como una princesa —dijo sonriendo.
—Gracias—le contesté. Me sentía como una.
—Tengo algo de Pedro. Quería ser el que te diera tu algo nuevo —dijo, y me entregó el pequeño regalo—. Me iría, pero creo que necesitarás mi ayuda.
Tomé la caja y la abrí rápidamente, emocionada por ver lo que había enviado para mí esta vez. 
Ubicado en el interior había una delicada cadena de oro
con varios diamantes cortados en la forma exacta de mi anillo, pero mucho más pequeños. Sostuve la tobillera y el sol que entraba por las ventanas atrapó los diamantes y bailó alrededor de la habitación.
—La pondré por ti —dijo Caro y puso la tobillera en su mano, luego la ató alrededor de mi tobillo.
Le había dicho a Pedro que sentía que necesitaba algo en mis pies, pero que no me podía imaginar caminando por la arena en zapatos. Esta fue su respuesta.
Sonreí y le agradecí a Caro.
—No hay de qué. Luce hermosa en ti —dijo antes de salir de la habitación tan silenciosamente como había entrado.

Miré mi tobillo en el espejo para admirarlo cuando llegó otro golpe en la puerta. Una cara familiar que no había esperado en absoluto me sonrió y corrí a abrazar a Carmen. 
No había invitado Carmen porque me preocupaba que Pedro se molestara porque Facundo estuviera aquí. Sabía que iba a ser el que trajera a su abuela y no podía dejar de invitar a Facundo también. Las lágrimas escocían mis ojos mientras me apretaba.
—No puedo creer que estés aquí. No puedo creer que condujeras hasta aquí —dije efusivamente.
Me palmeó la espalda y se echó a reír. 
—Bueno, yo no conduzco. Ese hombre tuyo envió para mí y Facundo billetes de avión. Primera clase. Nunca he estado tan mimada en mi vida. Fue toda una experiencia, ya te lo digo. —Si no amara a Pedro Alfonso con cada fibra de mi ser, entonces lo amaría más por esto. Pero tenía todo de mí.
—Ahora, no vas a lloriquear sobre mí y estropear el maquillaje. Te pareces a tu madre. Justo igual que ella. No creo que tu padre pudiera ser más feliz de lo que lo es ahora. No tengo que venir aquí y hacerte llorar. Vine para darte algo de Pedro.Él quería ser el que te diera tu algo prestado.
No pude evitar la sonrisa tonta en mi cara. Él me enviaba otro regalo. Ella me entregó una pequeña caja envuelta como la que Carolina había traído. Lo tomé y lo desenvolví rápidamente.
Ubicado en una caja de raso había una pequeña nota. Lo recogí y debajo de ella estaba una vieja muestra de satén rosa. Estaba bastante gastada y obviamente había sido cortada de otra cosa. Abrí la nota.



Paula:

He esperado hasta hoy para mostrarte esto. 
No ha sido fácil no decir nada al respecto. 
Pero cuando recordé quién era tu madre, también recordé este pedazo de tela.
Había olvidado de dónde venía hace mucho tiempo, pero sabía que era especial, así que lo guardé conmigo.
 Todo el tiempo. Al crecer, cuando estaba asustado y solo, lo sostenía en mis manos y lo frotaba en mi cara.
 Era un secreto que no quería que nadie conociera. 
Pero me tranquilizaba. Cuando tu padre me recordó los panqueques con forma de Mickey Mouse, mis recuerdos de tu madre regresaron. Con ellos me acordé del día que conseguí este pedazo de tela.
Tu madre siempre llevaba un pijama de raso rosa a la hora de dormir. 
A menudo me ayudaba a dormir porque era difícil conseguir calmarse lo suficiente como para cerrar los ojos. Me encantaba cuando me abrazaba. 
Mi propia madre no lo hacía. 
Me gustaba ir a dormir por la noche frotando la nariz a través de su brazo y los pijamas de raso rosa. 
El día que se fue, recuerdo que me asusté. 
No quería que me dejaran con Georgina. 
Tu madre me abrazó fuertemente y luego guardó esta pieza de raso cortado de su pijama en mi mano y me dijo que lo usara en la noche cuando me iba a la cama.

Me encantaría decir que este recuerdo volvió a mí 
por mi cuenta, pero no fue así.

Simplemente supe que la tela tenía que ver con la mujer 
que me hizo panqueques. 
Entonces, le pregunté a tu padre. Él me contó la historia y me di cuenta de que el sueño recurrente con el que había crecido, de la mujer con el pijama de raso rosa, era real. 
No era un sueño.
Esto es mío y no puedes tenerlo (a menos que realmente lo quieras y entonces es tuyo).
Esto es tu algo prestado.
Te amo,Pedro.


—Espero que no estés usando un montón de maquillaje porque te quitaste la mitad llorando —se quejó Carmen.
Le sonreí y tomé el pañuelo que sostenía y me limpié las lágrimas de la cara.
No llevaba mucho maquillaje, para consternación de Isabel. La máscara de pestañas que tenía era resistente al agua lo que era una algo bueno. Froté el raso en mi mejilla y pensé en mi dulce mamá dejándole esto a Pedro. Entonces me doblé y lo metí en mi sujetador sin tirantes. Puse la nota en la cómoda. Quería eso también. Por siempre.
—Bueno, tengo que ir abajo e ir a mi asiento. Nos vemos pronto —dijo Carmen y me lanzó un beso antes de dirigirse a la puerta.
Me acerqué al espejo para comprobar mi maquillaje cuando otro golpe rápido llegó a la puerta. Mi padre entró con una sonrisa en su rostro. 
—Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida. Es un hombre afortunado el que está allá abajo. Será mejor que lo recuerde.
—Gracias, papá —le contesté.
Metió la mano en el bolsillo y sacó otra pequeña caja de regalo similar a las que los demás habían traído aquí. 
—Tengo algo para ti de Pedro. Él quería ser el que te diera tu algo azul.
No pude evitar la sonrisa tonta en mi cara. Ya me había dado cuenta de que esa era la razón de por qué estaba allí. Papá me lo entregó. 
—Me quedaré. Vas a necesitar mi ayuda.
Abrí la caja, emocionada por conseguir algo más de Pedro. Una delicada cadena de oro, que hacía juego con la tobillera que me había enviado, se encontraba en el raso. 
La saqué y colgando de ella había un topacio en forma de
lágrima. Al lado había otra nota. La agarré de forma rápida y la desdoblé.



Paula:

Esta lágrima representa muchas cosas. 
Las lágrimas que sé que has derramado sobre la pieza de raso de tu madre. Las lágrimas que has derramado sobre cada pérdida que has experimentado. 
Pero también representa las lágrimas que ambos hemos derramado cuando hemos sentido la pequeña vida 
dentro de ti empezar a moverse. 
Las lágrimas que he derramado por el hecho de que me han dado a alguien como tú. 
Nunca me imaginé alguien como tú, Paula. 
Pero cada vez que lo pienso en estar contigo para siempre, me siento honrado de que me eligieras.
Esto es tu algo azul.
Te amo,Pedro.


Me limpié otra lágrima y reí. Estaba en lo cierto. Habíamos tenido lágrimas tristes y felices. Quería este recuerdo de ambos mientras decíamos nuestros votos.
Mi padre la tomó de mis manos y me la sujetó al cuello. Me moví para que se apoyara contra mi pecho. 
Estaba completa. Yo tenía algo viejo, algo nuevo, algo
prestado y algo azul.
—Es hora de que bajemos —dijo a papá antes de caminar para abrir la puerta. Lo seguí y me llevó por las escaleras y salió por la puerta principal. 
Tenía que pasar por debajo de la casa y a través de un arco de rosas de color rosa y luces parpadeantes blancas.
Deslizando la mano en el hueco del brazo de mi padre, dejé que me guiara.

1 comentario:

  1. Llore y llore de emoción y ternura¡¡ esos detalles se Pedro fueron lo mas..

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