jueves, 16 de enero de 2014

CAPITULO 122




Pedro

Estaba viendo cómo Paula bailaba con su papá cuando vi a Federico entrar en el salón de baile como un hombre huyendo de un demonio.
¿Qué diablos le pasaba? Miré hacia Paula y estaba sonriendo felizmente a su padre. Así que me fui de la mesa para ir a ver a Federico.
Generalmente era un chico del tipo estable. Este comportamiento no era normal.
Lo encontré mientras tomaba de un trago el whisky que el camarero depositó frente a él. Tomó de nuevo, le entregó la copa al camarero y pidió otra.
Algo se había metido definitivamente en su culo.
—¿Por qué mierda no me dijiste? —gruñó Federico sin mirarme.
—¿De qué estás hablando? —le pregunté, observándolo tragar y pedir otra copa más.
Volvió la mirada hacia mí. —Carolina. Conocí a la maldita Carolina. Podrías haber mencionado que la hermana de Daniela es una diosa caminante. Prepararme mentalmente para que no me la follara mentalmente de todas las formas
imaginables, y no convenciera a mi polla de que iba a conseguir alguna acción antes de que se enterara de que es imposible. —Tomó otro trago y estrelló la copa en el bar—. Eso está mejor —suspiró.
—¿Así que conociste a Carolina? —le pregunté, todavía no lo entendía. ¿Por qué estaba tan enojado? Le hablé de Caro.
—Sí, conocí a Carolina. Jesús, Pedro, es necesario advertir a un hombre primero.
Todavía estaba completamente confundido. Aún no tenía sentido. 
—Voy a ser honesto. No sé qué demonios te molesta. 
Federico dejó escapar una risa dura. —Mierda, realmente estás atado firmemente por las pelotas —murmuró—. Dado que parece que no puedes quitarle los ojos de encima a Paula y ver a otras mujeres, permíteme darte una pista.
Carolina es jodidamente perfecta. Pedro, maldita sea, su boca. —Se estremeció y sacudió la cabeza—. Dios, lo que podría hacer ella con esa boca. Y sus ojos. Juro que nunca he visto nada igual.
¿Así que estaba hablando sin parar sobre cómo se veía Caro? —Está bien.
¿Y esto te enojó porque…? —le pregunté, pensando que tal vez yo necesitaba un trago para esta conversación.
—Porque no puedo tocarla y me molesta. Quiero tocarla, tanto. De muchas, muchas maneras. Nunca he estado así de encendido, tan malditamente rápido en mi vida. Y para enterarme luego que no puedo tocarla jamás. Jodidamente apesta—gruñó de nuevo.
Ah. Así que Carolina era el juguete con el que Federico no podía jugar.
Grandioso. Me alegraba de que se fuera de casa en dos días. No necesitaba este drama. Carolina no era material para Federico. Era demasiado inocente para los gustos
de mi hermano. 
—Sí, bueno, eso es bueno porque Carolina no va a tu ritmo. La romperías.
Federico me frunció el ceño. —¿Qué se supone que significa eso?
—Eso significa que es tranquila y tímida. No sale. No hace nada más que ir a la universidad. No la ha tocado nada del mundo de Mateo. Es amable y no quiere volver sus pelos de punta. Incluso con Daniela gritándole y diciéndole cosas que no son verdad, lo escucha y se va. No es tu tipo. Es posible que tengas algo por su boca, pero ella no sabría cómo usarlo de la manera que quieres. Tampoco querría.
No es así.
Paula terminó su baile con su padre y sus ojos se abrieron al instante que vio mi asiento vacío. Me estaba buscando. Tenía que ir. Le di una palmada en la espalda a Federico. 
—Ve a buscar a algún coño aquí esta noche, que no sea más virginal que una monja —pedí y me dirigí de nuevo a Paula.
Me vio y sonrió mientras me dirigía a ella. La música cambió y la canción de Bruno Mars “I Will Wait For You” comenzó a sonar a través de los altavoces. La atraje hacia mí y me sonrió. Me encantaba esta canción. Entendía cada palabra, ya que era exactamente lo que sentía. Nunca había cantado para Paula antes y tuve la tentación de hacerlo en su oído, pero quería esperar. Todavía no. Le cantaría... pero
todavía no.
—¿Te gustó bailar con tu papá? —le pregunté, sólo para poder escuchar su voz.
—Sí. Hablamos de mamá. Le habría gustado estar aquí. Lo habría amado.Siempre me dijo que Facundo no era para mí. Era demasiado débil. Que un día alguien iba a luchar por mí y que me querría más que cualquier otra cosa. La habrías hecho muy feliz.
Mi pecho se sintió apretado. Nunca una mujer me había dicho que su madre me amaría. Saber que Paula sentía que su madre me aprobaría, no decía más de lo que sabía.
 Me acordé de su madre. No claramente, pero me acordaba de ella. Me acordé de su sonrisa y su risa. Solía hacerme sentir feliz como un niño pequeño. El olor de sus panqueques me hacía sentir seguro. Saber que mi hijo iba a tener una madre trajo lágrimas a mis ojos. Él tendría lo que yo no tuve. Algo que sólo había probado apenas.
—¿Qué dije? —Paula hizo una pausa al notar las lágrimas contenidas en mis ojos, parecía que no podía controlarme. Maldición.
—Estaba pensando que mi hijo iba a tener a la madre que nunca tuve la oportunidad de tener. Tu mamá era lo suficientemente especial que su recuerdo me quedó grabado —admití.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas y agarró mi cara y me besó. Sus suaves labios se abrieron y su lengua se deslizó en mi boca hambrienta. Ahí mismo, en frente de todos. Esto no era común en ella, pero lo aceptaría. 
Empecé a besarla de nuevo con la misma pasión, cuando se apartó lo suficiente para poder mirarme. Sus manos todavía sostenían mi cara. 
—Te amo, Pedro Alfonso. Vas a ser el mejor esposo y padre que el mundo haya conocido. Un día, la esposa de nuestro
hijo estará agradecida de que su marido haya tenido un modelo a seguir. Tendrá suerte por ti. Porque educarás a nuestro hijo para ser el hombre que ahora eres. La amará completamente, porque sabrá cómo hacerlo. —Se atragantó con un sollozo y apretó sus labios contra los míos de nuevo, mientras la acunaba en mis brazos, disfrutando de tenerla tan decidida a asegurarme que era un buen hombre. 
Nada en la vida era tan preciado como esta mujer. 
Nunca lo sería. 
Había encontrado mi felicidad.





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