jueves, 26 de diciembre de 2013

CAPITULO 73





Paula

este era el segundo día que me había despertado sin enfermarme.Incluso le pedí a Isa que cocinara tocino para comprobar que me sentía bien antes de entrar en el turno del almuerzo. Pensé que si podía sobrevivir al tocino, entonces yo podría hacer esto. Mi estómago se había
revuelto y tuve náuseas, pero no había vomité. Estaba mejorando.
Llamé a Antonio y le aseguré que estaría bien. Me dijo que no me fuera porque estaban cortos de personal y que me necesitaban. Marcos estaba de pie en la cocina sonriendo cuando entré treinta minutos antes del turno del almuerzo.
—Esa es mi chica. Me alegro de que el virus se haya ido. Parece que has perdió diez kilos. ¿Cuánto tiempo estuviste enferma? —Antonio le había dicho a Marcos y a cualquier otro que le preguntó, diciendo que tenía un virus y que me
estaba recuperando. Yo sólo trabajaba dos turnos en el campo y nunca me reunía con el personal de la cocina mientras estaba en los carros.
—Probablemente perdí algo de peso. Estoy segura de que voy a recuperarlo muy pronto —le contesté y lo abracé.
—Será lo mejor o meteré rosquillas por tu garganta hasta que pueda envolver mis manos alrededor de tu cintura y mis dedos dejen de tocarse entre sí.
Eso sería más pronto de lo que él pensaba.
—Me vendría muy bien una dona ahora.
—Es una cita. Después del trabajo. Tú, yo, y un paquete de doce. La mitad cubierta de chocolate —dijo y me entregó mi delantal.
—Me parece bien. Puedes venir a ver mi nuevo lugar. Me quedo con Isabel en un condominio en la propiedad del club.
Las cejas de Marcos se alzaron.
—No me lo digas. Bueno, bueno, bueno, no eres pomposa.
Até mi delantal y metí mi bolígrafo y libreta en el bolsillo delantero.
—Me quedo con la primera ronda si tú preparas las ensaladas y el té dulce. Él hizo un guiño.
—Trato.
Me dirigí al comedor y por suerte los únicos huéspedes eran dos señores mayores que había visto antes, pero no conocía sus nombres. Anoté sus órdenes y les serví a ambos una taza de café antes de volver a comprobar las ensaladas.
Marcos ya tenía dos listas cuando entré a la cocina.
—Aquí tienes, cariño —dijo.
—Gracias, precioso —le respondí llevando las ensaladas al comedor.
Entregué las ensaladas y tomé la orden de bebidas de algunos nuevos huéspedes.
Entonces regresé de nuevo a conseguir el agua con gas y agua de manantial con limón. Nadie pedía agua por aquí.
Marcos se dirigía hacia la puerta de la cocina cuando llegué allí.
—Acabo de ver a dos mujeres que parecen salir de las pistas de tenis. Creo que vi a Anabela... ¿no es la anfitriona hoy? De todos modos, creo que la vi hablando con más invitados, así que deben estar esperando a ser atendidas.
Me saludó y se dirigió al comedor.
Rápidamente terminé las aguas especiales y puse las dos órdenes de sopa de cangrejo que los hombres habían solicitado en mi bandeja, luego regresé al comedor cuando la expresión de pánico de Marcos me llamó la atención.
—Yo lo hago —dijo él, cogiendo mí bandeja.
—No sabes ni a que mesa va. Puedo llevar una bandeja, Marcos —le contesté rodando los ojos. Él ni siquiera sabía que estaba embarazada y ya estaba siendo tonto.
Entonces, lo vi... a ellos. Marcos  no estaba siendo tonto. Él me protegía. La cabeza de Pedro estaba inclinada hacia adelante mientras hablaba sobre algo que causó esa intensa y seria expresión en su rostro. La mujer tenía el pelo largo y oscuro. Era preciosa. Sus pómulos eran altos y perfectos. Pesadas, largas pestañas esbozaban sus ojos oscuros. Quería vomitar. Mi bandeja traqueteaba y Marcos  la cogió. Lo dejé. Estaba a punto de caérseme.
Él no era mío. Pero... yo llevaba a su bebé. Él no lo sabía. Pero... me había hecho el amor, no, me folló en el baño de Isabel tan sólo hace tres días. Eso dolió Tanto. Tragué saliva, pero mi garganta se sentía casi cerrada. Marcos me decía algo, pero no lo podía entender. No podía hacer nada más que mirarlos. Se inclinó tan cerca de ella como si no quisiera que nadie escuchara lo que le decía.
Sus ojos se movieron de Pedro y se encontraron con los míos. La odié. Era hermosa y refinada, todo lo que yo no era. Ella era una mujer. Yo era una niña.
Una niña patética. Necesitaba salir de este infierno y dejar de hacer una escena.
Aunque se trataba de una escena en silencio, yo todavía estaba de pie congelada, mirándolos. Ella me estudió y le apareció un pequeño ceño arrugado la frente. No
quería que le preguntara a Pedro acerca de mí y me señalara. Me di la vuelta y huí del comedor.
Tan pronto como estuve fuera de vista de los clientes, choqué directamente al duro pecho de Antonio.
—Hola, cariño. ¿A dónde vas corriendo? Creo que esto es demasiado para ti —preguntó, poniendo el dedo bajo mi barbilla y levantando mi cabeza para poder ver mi cara.
Negué con la cabeza y se me escapó una lágrima. No iba a llorar por esto,
maldita sea. Me pidió volver con él. Lo rechacé. Lo abandoné después del sexo increíble. ¿Qué esperaba? Que se sentara esperándome y suspirando por mí. No lo creo.
—Lo siento, Antonio . Sólo dame un minuto y estaré bien. Te lo prometo. Sólo necesito un momento para componerme.
Asintió y pasó su mano de arriba hacia abajo por mi brazo de una manera reconfortante.
—¿Está Pedro ahí? —preguntó casi tímidamente.
—Sí —Me ahogaba, obligué a las lágrimas en mis ojos irse. Respiré hondo y parpadeé. Yo no iba a hacer esto. Controlaría mis locas emociones.
—¿Está con alguien? —preguntó.
Me limité a asentir. No quería decirlo.
—¿Quieres ir a mi oficina y relajarte un poco, esperar hasta que se marchen?
Sí. Quería esconderme de esto, pero no podía. Tenía que aprender a vivir con ello. Pedro estaría en Rosemary por un mes más. Tenía que aprender a lidiar.
—Puedo hacer esto. Fue una sorpresa. Eso es todo.
Antonio levantó su mirada de la mía y una fría expresión apareció en su rostro.
—Vete. Esto no es lo que ella necesita en este momento —dijo Antonio en un tono muy molesto.
—Aleja tus putas manos de ella —dijo Pedro.
Di un paso atrás de los brazos de Antonio y bajé la mirada. No quería verlo pero tampoco quería que pelearan. Antonio parecía dispuesto a pelear por mi honor. No tenía ni idea de cómo se veía Pedro porque no le había dirigido la mirada.
—Estoy bien Antonio. Gracias. Volveré a trabajar —murmuré y comencé a regresar a la cocina.
—Paula, no lo hagas. Habla conmigo —declaró Pedro.
—Tú ya has hecho lo suficiente. Déjala sola, Pedro. Ella no necesita lidiar contigo. Ahora no —ladró Antonio.
—Tú no sabes nada —gruñó Pedro, y Antonio dio un paso en dirección a Pedro. Antonio iba a dejar escapar que estaba embarazada, ya que era muy evidente que sabía algo, o iba a irse a golpes contra Pedro. Fue una vez más el momento adecuado de decírselo.
Me di la vuelta y me detuve en frente de Pedro. Miré a Antonio.
—Está bien. Sólo dame un minuto con él. Estará bien. No hizo nada malo. Sólo estaba siendo emocional. Eso es todo —le dije.
La mandíbula de Antonio se contrajo de un lado a otro mientras apretaba los dientes. Mantener su boca cerrada le estaba resultando difícil. Finalmente, se alejó.
Tenía que enfrentar a Pedro ahora.
—Paula—dijo suavemente mientras su mano se estiró y agarró la mía—. Por favor, mírame.
Yo podría hacer esto. Tenía que hacer esto. Me di la vuelta, dejando que Pedro tomara mi mano entre las suyas. Debía apartarla, pero no podía. Lo había visto con una mujer que probablemente mantendría su cama caliente esta noche
mientras yo seguía alejándolo. Lo estaba perdiendo. Pero era nuestro bebé.
Alcé los ojos y me encontré con una mirada preocupada. No le gustaba molestarme. Me gustaba eso de él.
—Está bien. Yo exageré. Estaba, um, sorprendida es todo. Debí haber sabido que te continuaste tu camino. Yo sólo…
—Detente —Pedro me interrumpió y me acercó a él—. No he continuado nada. Lo qué crees que viste no lo es. Emilia es una vieja amiga. Eso es todo. Ella no significa nada para mí. He venido a buscarte. Necesitaba verte y fui a jugar golf.
Pero no te vi allí. Me encontré con Emilia y sugirió que almorzamos. Eso es todo. No tenía idea de que estabas aquí trabajando. Nunca lo hubiera hecho. A pesar de que
no hacía nada malo. Te amo, Paula. Sólo a ti. No estoy con nadie. Yo nunca lo estaré.
Quería creerle. Tan egoísta y equivocada como lo estaba, yo quería creer que él me amaba lo suficiente como para no necesitar a nadie más. Incluso si lo alejaba constantemente de mí. Yo le estaba mintiendo. Odiaba a los mentirosos. Él me odiaría por no habérselo dicho antes. Yo no quería que me odiara. Pero no podía confiar en él. ¿Mentir por eso estaba bien? ¿Mentir alguna vez estaba bien? ¿Cómo
podía él confiar en mí nuevamente?
—Estoy embarazada —Las palabras salieron antes de que comprendiera lo que decía. Me tapé la boca con horror mientras los ojos de Pedro se desviaban.
Entonces, me volví y corrí como si el diablo me persiguiera.

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