Paula
Isabel salió del coche de Jose en el aparcamiento de Dairy K. Vi el pequeño Volkswagen azul de Carla y decidí no salir del coche. Sólo había visto dos veces a Carla desde que regresé y ella había estado a punto de arañar mis ojos. Ella había puesto los ojos en Facundo desde la secundaria.
Entonces, yo regresé a casa y fastidié cualquier tipo de relación que ellos finalmente habían logrado tener. Yo no había querido eso. Ella podía quedarse con El.
Isa comenzó a salir del coche y yo la agarré del brazo.
—Hablemos en el coche —le dije, deteniéndola.
—Pero quiero un helado con Oreos —se quejó.
—No puedo hablar en ese sitio. Conozco a mucha gente —le expliqué.
Isa suspiró y se recostó en su asiento. —Está bien. Mi culo no necesita nada de helado y galletas, de todos modos.
Sonreí y me relaje, agradecida por los oscuros cristales tintados. Sabiendo que no estaba en exhibición cuando la gente se detenía y se quedaba mirando el coche de Jose. Nadie de por aquí conducía estos coches.
—No voy a andar con rodeos, Paula. Te echo de menos. Nunca he tenido una amiga cercana antes. Nunca. Entonces, llegaste y luego te fuiste. Odio que te hayas ido. El trabajo es una mierda sin ti. No tengo a nadie para hablar de mi vida sexual con Jose y lo dulce que es él, que es algo que no tendría si no te hubiera escuchado. Te extraño.
Sentí las lágrimas picando mis ojos. Sentirse extrañada se sentía bien. La extrañaba demasiado. Me perdí un montón de cosas. —Yo también te extraño —le respondí, con la esperanza de que no me dieran ganas de llorar.
Isabel asintió con la cabeza y una sonrisa se asomó en sus labios. —Eso está bien. Porque necesito que regreses a vivir conmigo. Jose me dio un apartamento frente al mar en la propiedad del club. Yo, sin embargo, me niego a dejar que él lo pague. Así que necesito una compañera de piso. Por favor, vuelve. Te necesito. Y Antonio dijo que tendría tu trabajo de inmediato.
¿Volver a Rosemary? Donde Pedro estaba... y Daniela... y mi papá. No podía regresar. Yo no podía verlos. Estarían en el club. ¿Mi papá llevaría a Dani a jugar al golf? ¿Podría soportar ver eso? No, yo no podría. Sería demasiado.
—No puedo —Estaba conmovida. Ojalá pudiera. No sabía a iría ahora que sabía que estaba embarazada, pero no podía ir a Rosemary y tampoco podía quedarme aquí.
—Por favor, Paula. Él te echa de menos, también. Él nunca sale de su casa. Jose dijo que él da lastima.
La herida de rabia en mi pecho cobró vida. Sabiendo de Pedro sufría también. Me lo imaginaba teniendo fiestas en su casa y siguiendo adelante. Yo no quería que él siguiera triste. Sólo necesitaba que nosotros siguiéramos adelante.
Pero quizás yo nunca lo haría. Yo siempre tendría un recuerdo de Pedro.
—No puedo verlos. A ninguno de ellos. Sería demasiado duro —me detuve.
No podía decirle a Isabel sobre mi embarazo. Apenas había tenido tiempo de asimilarlo. Yo no estaba dispuesta a contárselo a nadie. Nunca podría decírselo a alguien que no fuera Facundo. Me iría de aquí muy pronto. Cuando me vaya no conoceré a nadie. Comenzaría de nuevo.
—Tu... uh, papá y Georgina no están allí. Se fueron. Daniela está pero es más tranquila ahora. Creo que está preocupada por Pedro. Sería difícil al principio, pero después de que te quites el vendaje seguirás adelante. Sobre todo. Además, los ojos de Antonio se iluminaron cuando le mencioné tu regreso, podrías distraerte con él.
Él está más que interesado.
Yo no quería a Antonio. Y a nadie para distraerme. Isabel no lo sabía todo.
No podía decirle eso. Hoy no.
—Por mucho que me quieras... yo no puedo. Lo siento.
Yo lo sentía. Mudarme con Isabel y trabajar en el club sería la respuesta a mis problemas, casi.
Isa dejó escapar un suspiro de frustración, puso su cabeza hacia atrás en el asiento y cerró los ojos. —Está bien. Lo entiendo. No me gusta, pero lo entiendo.
Estiré mi mano y apreté su mano con fuerza. Yo deseaba que las cosas fueran diferentes. Si Pedro fuera solo un tipo con el que había roto, lo serían. Pero él no lo era. Él nunca lo sería. Era más. Mucho más de lo que podía entender.
Isabel me apretó la mano. —Voy a dejar pasar esto por hoy. Pero no voy a buscar otra compañera de habitación de inmediato. Te doy una semana para pensar en esto. Entonces, tendré que buscar a alguien que me ayude a pagar las cuentas. ¿Podrías considerarlo?
Asentí con la cabeza, porque sabía que era lo que ella necesitaba, aunque yo sabía que su espera era inútil.
—Bien. Voy a ir a casa y orar, si Dios se acuerda de quién demonios soy.
Ella me guiñó un ojo y luego se inclinó sobre el asiento para abrazarme. —Come un poco de comida por mí, ¿de acuerdo? Te estás volviendo demasiado flaca—dijo.
—Está bien —le contesté, preguntándome si eso sería posible.
Isabel se echó hacia atrás. —Bueno, si no vas a empacar y regresar a Rosemary conmigo, por lo menos salgamos. Tengo que pasar la noche aquí antes de regresarme. Podemos ir a buscar un poco de diversión en algún lugar y luego quedarnos en un hotel.
Asentí con la cabeza. —Sí. Eso suena bien. Pero nada de clubs de música country. —Yo no podía entrar en otro de esos. Por lo menos, no tan pronto.
Isa frunció el ceño. —Está bien... pero ¿hay algo más en este Estado?
Ella tenía razón. —Sí... podemos conducir a Birmingham. Es la ciudad más cercana.
—Perfecto. Vamos a pasar un buen rato.
Cuando nos detuvimos en el camino de entrada de la abuela Carmen ella estaba sentada en el pórtico desgranando guisantes. Yo no quería enfrentarme a ella, pero ésta me había dado un techo sobre mi cabeza durante tres semanas sin condiciones. Se merecía una explicación si la quería. No estaba segura de sí Facundo le había dicho algo. Su camioneta no se encontraba aquí y yo estaba inmensamente agradecida.
—¿Quieres que me quede en el coche? —me preguntó Isabel. Sería más fácil si lo hacía, pero la abuela Carmen la vería y me llamaría grosera por no dejar que mi amiga entrara.
—Puedes venir conmigo —le dije y abrí la puerta del coche.
Isabel caminó alrededor de la parte delantera del auto y se puso a mi lado.
La abuela Carmen todavía no había levantado la vista de sus guisantes, pero yo sabía que nos había escuchado. Ella estaba pensando en lo que iba a decir. Facundo debió de
habérselo contado. Joder.
Miré de reojo mientras ella seguía desgranando los guisantes en silencio. Su cabello corto negro balanceándose era todo lo que podía ver de ella. No hay contacto visual. Sería mucho más fácil ir dentro y tomar ventaja de que ella no me había hablado. Pero esta era su casa. Si ella no me quería aquí, yo necesitaba hacer las maletas y marcharme.
—Hola, abuela Carmen —le dije y me detuve, esperando a que levantara la cabeza para mirarme.
Silencio. Ella estaba molesta conmigo. Decepcionada o enojada, yo no estaba seguro de cuál de las dos. Odiaba a Facundo en este momento por decírselo.
¿Él no podía mantener la boca cerrada?
—Ésta es mi amiga Isabel. Ella vino a verme hoy —continué.
La abuela Carmen finalmente levantó la cabeza y le dio una sonrisa a Isa y luego volvió sus ojos a mí.
—Ofrécele un buen vaso de té helado y dale una de las
empanadas fritas que están enfriándose sobre la mesa. Luego, ven aquí y habla conmigo un minuto, ¿De acuerdo? —Eso no fue una petición. Fue una demanda
sutil. Asentí con la cabeza y dirigí a Isabel al interior.
—¿Has enfadado a la anciana? —susurró Isa cuando estábamos a salvo en el interior.
Me encogí de hombros. Yo no estaba segura. —No lo sé todavía —le contesté.
Fui al armario y cogí un vaso grande y le serví a Isabel un vaso de té helado.
Yo ni siquiera le pregunte si tenía sed. Sólo intenté obedecer lo que la abuela Carmen me había dicho.
—Aquí tienes. Bébete esto y comete una empanada frita. Volveré en unos minutos —le dije y me apresuré a salir. Tenía que terminar con esto
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