Paula
Pedro continuó empujándome dentro de mi habitación hasta que la puerta estaba cerrada detrás de nosotros y él estuvo sentado sobre mi cama conmigo en su regazo. Había estado molesta antes, pero ahora estaba bien. Él había estado en una horrible situación y Daniela se había alterado. Estaba segura de que Antonio se encontraba abstante contento con que no hubiera habido una gran escena conmigo involucrada.
—Pedro, te prometo que todo está bien. Estoy bien —le aseguré, ahuecando su rostro en mis manos. Lidiar con Dani y su odio era parte del trato. Lo sabía e iba a tener que vivir con eso si quería a Pedro en mi vida.
Negó con la cabeza.
—Nada sobre hoy estuvo bien. Nunca debería haber accedido a almorzar con ella allí. Sabía que no. Nunca debería haber confiado en que ella se comportaría como una persona normal. Lo lamento mucho, bebé.
Te juro que eso nunca volverá a suceder.
Cubrí su boca con la mía y lo empujé hacia atrás en mi cama.
—Te lo dije, está bien. Deja de disculparte —susurré contra sus labios.
Las manos de Pedro deslizaron hasta mi camisa y encontraron mi sujetador, que ahora era dos tallas demasiado pequeño. Los tirantes cortaban mi piel
después de haberlo usado todo el día. Lo desabrochó, después pasó sus manos sobre la piel marcada por la presión del sujetador mal ajustado.
—Necesitas un nuevo sujetador —dijo, rozando sus
dedos ida y vuelta sobre mi espalda, haciéndome temblar de placer.
—Mmmm, si prometes hacer eso todas las noches, estaré bien —le aseguré inclinándome para besarlo otra vez.
Se retiró. —¿Por qué no me dijiste? —preguntó con una voz dolorida.
¿Decirle qué? Puse mis manos a cada lado de su cabeza y me levanté hasta que me cernía sobre él. —¿Qué es lo que supone que tenía que decirte? —pregunté, confundida.
Pedro deslizó sus manos alrededor de mis costados hasta que se deslizaron bajo mis pechos y olvidé que estábamos teniendo una conversación. Eso se sentía tan bien. Gimiendo, empuje mi pecho en sus manos, lista para rogar.
—Tu piel se cortó por ese jodido sujetador, Paula. ¿Por qué te lo pusiste? Te hubiera conseguido uno nuevo. Voy a conseguirte uno antes de que vayas a algún otro lado.
Todavía estaba hablando sobre mi sujetador.
—Pedro, necesito que me toques ahora. No te preocupes por mi sostén. Sólo, por favor…. —Incliné mi cabeza y le di pequeños piquitos en su hombro y besé un camino hacia su pecho.
—Tan bien como se siente eso, no puedes distraerme. Quiero saber por qué no me dijiste que tu maldito sujetador estaba lastimándote. No quiero que te lastimes.
Levanté la cabeza y lo estudié. Estaba frunciendo el ceño. Esto realmente lo molestaba. Nunca nadie se preocupó por mí de esta manera. No estaba acostumbrada a ello. Mi corazón se hinchó, me incline
y me quité la camisa y el sujetador.
—Pedro, necesito un nuevo sostén. Este ha quedado demasiado pequeño. ¿Podrías llevarme a conseguir uno? ¿Por favor? —bromeé mientras sus manos subieron y cubrieron mis hinchados senos, haciendo que mis bragas se hicieran crema, aún más.
—Tetas tan jodidamente perfectas como estas necesitan ser cuidadas. No puedo soportar la idea de ellas estando doloridas —Me sonrió—, a menos, por supuesto, que sea yo el que cause el dolor. —Pinchó ambos pezones duro y grité.
—Estas tetas son mías, Paula. Yo cuido lo que es mío —susurró antes de meterse un pezón dentro de su boca.
Solo asentí y me mecí contra él. Su erección estaba presionando contra mi hinchado clítoris y si me frotaba solo un poco más me iba a venir. Realmente necesitaba venirme.
—Despacio chica. Déjame quitarte esos shorts primero —dijo repartiendo besos hacia mi estómago, donde se demoró y lo besó dulcemente. Sus ojos se levantaron para mirarme, mientras desabrochaba lentamente mis shorts y comenzaba a empujarlos para bajarlos por mi cuerpo–. Parece que alguien necesita algo de atención. Estás toda hinchada y húmeda. Goteando. Joder eso es caliente — murmuró mientras separaba mis piernas y miraba hambrientamente entre ellas.
Se puso entre mis piernas hasta que su boca estaba tan cerca de mi clítoris que podía sentir su cálido aliento sobre él. —Esta noche me voy a quedar aquí. No puedo dormir de noche sabiendo que quizás despiertas así y me necesites. La idea me vuelve loco. —Su voz se convirtió en un sonido ronco que siempre me excitaba.
Observé como sacaba su lengua y brillaba la barra de plata antes de que pasara su lengua a través de mis pliegues, deslizándola luego en mi interior.
Agarré su cabeza y comencé a suplicarle por más, mientras me daba no uno, sino dos orgasmos antes de que levantara su cabeza y me sonriera maliciosamente.
—Eso es jodidamente adictivo. Nadie debería saber tan dulce, Paula. Ni siquiera tú.
Se puso de pie y se quitó la camiseta y los pantalones. Estaba de vuelta sobre mí antes de que pudiera admirar la vista durante mucho tiempo.
—Quiero que me montes —dijo, besándome otra vez mientras su erección se deslizaba entre mis piernas.
Lo empujé de vuelta y rodó fácilmente, de forma que pudiera subirme encima.
Mirarle mientras tomaba mi cuerpo lentamente, me encendía más que las palabras traviesas que siempre me susurraba al oído para hacerme venir.
Podría amar a este hombre y ser feliz con él el resto de mi vida. Sólo esperaba tener la oportunidad.
El resto de los días fueron como un cuento de hadas. Fui a trabajar, Pedro aparecía y me distraía con su fantástica presencia; terminábamos en algún lugar en el que no deberíamos estar, teniendo sexo salvaje, antes de volver a mi apartamento o a su casa, y hacer el amor en una cama. La segunda vez siempre era dulce. La primera vez siempre era intensa y necesitada por parte de ambos.
Estaba bastante segura de que Antonio nos había oído el día que habíamos terminado en el armario de alquiler desgarrándonos la ropa.
Todavía estaba tratando de decidir si esto era por las hormonas del embarazo o si siempre iba a querer a Pedro así. Un toque suyo y estaba desesperada. Hoy, sin embargo, haríamos una pausa. Yo iba a trabajar todo el día
en el torneo anual de golf. Había tenido que pelear con ambos, Antonio y Pedro,para que me dejaran trabajar hoy. Ninguno de ellos había creído que fuera seguro, pero por supuesto gané.
Nuestro uniforme de chicas del carrito fue pedido especialmente para hoy.
Vestiríamos todo de blanco, como los golfistas. Nuestros shorts fueron remplazados con faldas que hacían juego con nuestros polos. Excepto, por supuesto, por Marcos. Él iría en shorts. Era el único hombre en los carritos de bebidas hoy. Aparentemente también había sido pedido especialmente.
—Hay quince equipos. Paula, tú tomas los primeros tres equipos. Luego Isabel, tú tienes los tres siguientes. Carola, tu tomas los tres siguientes. Natalia, tú tomas los tres próximos y Marcos, tú tomas los tres últimos. Están todas las mujeres, quienes te han pedido específicamente. Este será todo un día de evento, mantengan a los golfistas felices y no agoten las bebidas. Vuelvan aquí a reabastecerse antes que se queden sin algo. Sus carros han sido pre-stockeados con las bebidas de elección de los golfistas que seguirán hoy. Cada uno tiene un walkie-talkie en su carro para contactarme en caso de emergencia. ¿Alguien tiene
alguna pregunta? —Elena estaba de pie en el pórtico de las oficinas con las manos en las caderas, mirándonos desde arriba.
—Bien. Ahora tomen sus lugares. Paula, estarás ocupada de buenas a primeras. El resto de ustedes tiene que esperar y chequear sus equipos mientras ellos están a la espera de dar el primer golpe. Si quieren una bebida denles una. Si
quieren comida, consigan un mesero. ¿Lo tienen?
Todos asentimos. Elena nos despidió y volvió a las oficinas.
—Odio los torneos. Solo espero que no tenga que lidiar con Nicolas Ford. Es tan malditamente molesto. —Isa gruñó mientras íbamos a tomar nuestros carros y a asegurarnos de que teníamos todo antes de encabezarnos hacia el primer hoyo.
—Quizás conseguirás a Jose —dije, esperando animarla.
Isabel frunció el ceño. —Nop. Ni una oportunidad. La tía Elena hizo el recorrido. Ella no me habría dado a Jose.
Ah. Bien, en ese caso yo tampoco tendría a Pedro. Probablemente una buena cosa. Necesitaba enfocarme en el trabajo. No en como de bien lucía Pedro en shorts y polo.
Estacioné el carro en el primer hoyo y fui a encontrar a mi primer grupo.
Eran rostros familiares y eran un grupo más viejo. Serían lo suficientemente fáciles y eran excelentes dando propinas. Después de llevarles a todos botellas de agua, fui hasta mi siguiente grupo. Sorprendentemente estaba Jose, Matias y Antonio. No había esperado tenerlos en mi grupo. —Hola chicos, ¿no soy una suertuda? —me burlé.
—Estaba seguro de que tendríamos a Isabel. Demonios, mi día solo se está poniendo mejor —respondió Matias.
—Callate –gruñó Jose y le dio un codazo en el costado.
—No soy tan estúpido como para dejar que Isabel tenga a Jose. Ella ignoraría a todos los demás —explicó Antonio.
Le dí a los tres una botella de agua. —Estoy feliz de serviros, incluso si no soy Isabel—dije, sonriéndole a Jose.
—Si no puedo tener a Isabel, tú eres definitivamente mi sub campeón —dijo Jose con una sonrisa torcida. No pude evitarlo, me gustaba el chico. Se había probado a si mismo de sobra con sus sentimiento por Isabel.
—Bien. Ahora, todos ustedes háganme sentir orgullosa —animé mientras me dirigía a mi siguiente grupo. Este era mi primer grupo femenino. Las reconocí, pero no estaba segura de quiénes eran exactamente. Creía que la elegante rubia
alta era la esposa del alcalde.
Una vez que tuvieron sus aguas cristalinas con rodajas de lima, me dirigí de nuevo al frente. Era casi la hora de empezar. Miré hacia atrás y busqué a Pedro, pero no lo vi. No estaba segura de en qué equipo se encontraba, pero sabía que estaba jugando. Asumí que Fede estaría con él, pero tampoco lo vi.
Buenísimos los 2 caps de hoy!!!!!
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