sábado, 28 de diciembre de 2013
CAPITULO 77
Paula
Pedro se encontraba de espaldas, tirándome hacia él cuando me vine en un orgasmo que estaba bastante segura, me había hecho desmayar. Me acurruqué en sus brazos y suspiré de alivio. Había hecho muy felices a mis necesitadas partes. Más que felices.
Estaba dolorida por todas partes y me encantaba.
—Creo que puede que me hayas roto. —Ahogó una risa contra mi sien y colocó allí un beso.
—Espero que no, porque cuando tenga energía para moverme, me gustaría hacerlo de nuevo —le contesté tan dulcemente como pude.
—¿Porque de pronto me estoy sintiendo utilizado? —preguntó.
Pellizqué la piel que cubría sus abdominales.
—Lo siento si te sientes utilizado, pero con un cuerpo como el tuyo, ¿qué esperas?
Pedro rió y me puso de espaldas antes de cubrirme con su cuerpo. Sus ojos plateados brillaron al mirarme.
—¿Eso crees?
Solo asentí. Temía que diría algo más si hablaba. Como el hecho de que estaba enamorada de él.
—Eres tan hermosa —susurró mientras bajaba la cabeza para besar mi rostro, como si fuera algo para adorar.
No era hermosa. Él lo era, pero no señalé ese dato. Si quería pensar que lo era, entonces lo dejaría. Sus manos corrieron bajo mi cuerpo haciéndolo zumbar de placer.
—¿Despiertas así cada mañana? —preguntó con un brillo en sus ojos. Podría mentir, pero había tenido suficiente de eso.
—Sí. A veces en medio de la noche también.
Pedro levanto una ceja.
—¿En medio de la noche?Asentí.
Extendió la mano y peinó los mechones fuera de mi rostro. —¿Cómo se supone que te ayude en medio de la noche
si no estás conmigo? —su voz sonaba realmente preocupada.
—No me quieres despertándote cada noche por
sexo —le dije.
—Nena, si te despiertas caliente quiero estar listo y disponible —su voz bajó y deslizo una mano hacia
abajo para ahuecarla entre mis piernas—. Esto es
mío, y yo cuido de lo que me pertenece.
—Pedro —advertí.
—¿Si?
—Voy a montarte aquí mismo y exprimir tus sesos
si no dejas de decir cosas como esa.
Pedro sonrió.
—Eso no es una gran amenaza, dulce Pau.
Volví la cabeza para sonreír y el reloj en mi mesita
de noche me llamo la atención. ¡Oh mierda! Empuje a Pedro.
—Tengo que estar en el trabajo en diez minutos —le
grité a modo de explicación.
Pedro se apartó de mí y salté fuera de la cama, sólo
para darme cuenta que me encontraba bastante
desnuda, y que Pedro estaba tendido en la cama
con una sonrisa, viéndome entrar en pánico.
—Por favor, no me importa. La vista es estupenda
desde aquí —dijo con una sexysonrisa.
Negué con la cabeza y agarré un par de bragas
limpias y un sujetador, luego corrí al baño.
***
—Parece que alguien tuvo suerte o ¿esa sonrisa de
felicidad es por todas esas donas que te llevé? —Marcos arrastré las palabras mientras entraba a la cocina con un minuto de retraso.
Mi cara se sentía como si estuviera en llamas —Me encantan las donas. Gracias, y lo siento, lo olvide
anoche. Fue un uh… día loco —contesté, eligiendo un
delantal, asustada de hacer contacto visual con él.
—Nena, si acabara de salir de la cama de Pedro
Alfonso estaría sonriendo como loco también. De
hecho, estoy terriblemente celoso. Sé que mis donas no pusieron ese brillo de satisfacción en tus ojos.
Comencé a reír y cogí un lápiz y una libreta.
—Es bastante asombroso.
—Oh, por favor, dame detalles. Pondré atención a
cada palabra —rogó
Marcos saliendo hacia el comedor junto a mí.
—Ve a coquetear con mujeres y deja de fantasear
con mi… mi…—¿Qué era Pedro? No era mi novio.
Era el padre de mi bebé y eso apenas sonaba justo.
—Es tu hombre. Dilo porque es verdad. El chico
adora tu altar.
No respondí. No estaba segura de que contestar. Ya
había mesas llenas y tenía trabajo que hacer. Antonio,
Jose y Matias, el rubio con cabello rizado de cuyo
nombre me había enterado hace poco, estaban
sentados en una de mis mesas. Fui a tomar las
órdenes de bebidas del señor Lovelady y de su acompañante de hoy.
Siempre tenía chicas con él que parecía que podían
ser sus nietas, pero nunca lo eran. Según Marcos,
el señor Lovelady era más rico que Dios. A pesar
de ello, era viejo. Lo que era sencillamente asqueroso.
Después de tomar sus órdenes de bebidas me dirigí
a la mesa de Antonio.
Los tres chicos me sonrieron cuando me acerqué,
y Matias me guiñó un ojo. Era el chico guapo a quien le gustaba coquetear, y todos lo sabían. Por lo que ignorarlo fue fácil. —Buenos días, muchachos. ¿Qué
puedo traerles para beber? —pregunté mientras
colocaba sus vasos de agua en frente a ellos.
—Luces alegre esta mañana. Es bueno verte sonreír
otra vez —dijo Matias mientras tomaba su vaso de
agua y bebía un sorbo.
El sonrojo volvió a mis mejillas. Podía sentirlo. Eché
un vistazo hacia Antonio, quien me observaba con una mirada cómplice. Era lo suficientemente listo para entenderlo.
—Quiero un café —fue la única respuesta de Antonio. Estaba muy agradecida de que no estuviera de humor
para tomarme el pelo.
—Isabel no me dejó tocar las donas que Marcos trajo
esta mañana. No me di cuenta que las donas te ponían
de tan buen humor —la sonrisa de satisfacción en el
rostro de Jose dijo que sabía exactamente qué había sucedido. ¿Acaso, ahora todo el club iba a saber
sobre mi vida sexual? ¿Era así de interesante?
—Sucede que me encantan las donas —respondí, estudiando mi libreta en vez de mirar a cualquiera
de ellos.
—Apuesto que lo haces —Jose se rió entre
dientes—. Tráeme una Honey Brown, por favor.
—Siento como que me estoy perdiendo de algo
aquí y odio sentirme excluido —dijo Matias apoyándose
en la mesa e inspeccionándome más de cerca.
—Aléjate y pide tu maldita bebida —le espetó Antonio.
Matias rodó los ojos y se echó hacia atrás en su asiento.
—Todos están tan sensibles. Quiero una botella de agua mineral.
Lo anoté y luego miré hacia Antonio. —¿Les gustaría
que les traiga frutas frescas a la mesa? Asintió.
—Por favor.Contenta de haber terminado con esos tres,
me dirigí a la cocina luego de haber sido detenida por la Sra. Higgenbotham, la cual quería una Mimosa para ella
y su hija, quien parecía tener unos dieciocho años.
Marcos estaba cargando su bandeja cuando entré a la cocina. Me miró por encima de su hombro.
—Sé que estoy siendo entrometido pero tengo que preguntar, ¿quién es la chica que Pedro dejo aquí
ayer al salir corriendo?
Emilia. No sabía nada más sobre ella. Solo Emilia, una
vieja amiga. De hecho había olvidado que Pedro la había dejado aquí. —Es una vieja amiga suya. No sé mucho
más.
—Antonio la conoce bien también. Fue y habló con ella después de que ustedes salieran corriendo. Supuse que
no era nueva si ambos la conocían.
Me recordé a mí misma que era parte de su pasado. No tenía razón para sentir celos de ninguna manera. Eran
viejos amigos. Solo porque era una de ellos no
significaba que tuviera que sentirme inferior.
Puse las frutas de Antonio en mi bandeja y cogí las
bebidas que todos habían pedido antes de volver a
entrar al comedor.
Me concentré en la entrega de bebidas a mis mesas
antes de hacer un barrido mientras caminaba hacia la
mesa de Antonio. Vi a Antonio entrecerrar sus ojos
desde mi dirección hacia una mesa a mi izquierda.
Estaba en el área de Marcos.
Miré hacia atrás para ver si eso era una pista para que ayudara a alguien, cuando mis ojos se encontraron con
los de Pedro. Me detuve. Estaba aquí. Una sonrisa
comenzó a formarse en mis labios cuando mis ojos se movieron para ver a Daniela sentada a su lado, con una mueca de enfado en su rostro. Giré mi atención de nuevo hacia Antonio y decidí pretender que no estaban aquí.
—Aquí está su fruta —podía oír el tono nervioso en mi
voz y rogué que los chicos no se dieran cuenta—. Y aquí están sus bebidas. ¿Todos listos para ordenar ahora? —pregunté, forzando una sonrisa. Los tres se me
quedaron mirando,haciendo todo aún más incómodo.
Era algo que iba a tener que aprender a superar.
Dani era su hermana. Estaría en mi vida si Pedro lo
estaba. Aprender a vivir con alguien odiándome era una parte de la vida que necesitaría saber aceptar.
—Es su hermana. Haces esta cosa con él y tienes que
lidiar con ella también —me dijo Jose como si no lo
supiera. No me gustaba sentir como si cada emoción
que tenía estuviera a la vista. Siempre había sido una persona reservada. Esto era demasiado.
Lo ignoré, sacando mi libreta y mirando deliberadamente
a Antonio. Aclaró su garganta y ordenó. Los otros
también lo hicieron sin más palabras de sabiduría.
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