El suspiro de alivio que esperé sentir cuando conduje debajo del primer semáforo con tres luces de tráfico en Sumit, Alabama, no llegó. El entumecimiento se había apoderado completamente de mí en el viaje de siete horas. Las palabras que había escuchado a mi padre decir sobre
mi madre sonaban una y otra vez en mi cabeza hasta que ya no pude sentir nada por nadie.
Giré hacia la izquierda en el segundo semáforo y me dirigí al cementerio.
Necesitaba hablar con mamá antes de registrarme en el único motel que había en el pueblo. Quería hacerle saber que no creía nada de lo que habían dicho. Yo sabía
qué clase de mujer había sido ella. Qué clase de madre había sido. Nadie podrá compararse. Había sido mi roca cuando la que estaba a punto de morir era ella.
Nunca había sentido el miedo de que se alejara de mí.
El estacionamiento de gravilla se encontraba vacío. La última vez que había estado aquí, todo el pueblo había venido a brindarle sus respetos a mi madre. Hoy, el sol de la tarde se desvanecía y las sombras eran la única compañía que tenía.
Tragué el nudo que había subido hasta mi garganta al salir del camión.
Estaba aquí de nuevo. Sabía que ella se encontraba aquí, pero que a la vez no. Hice el camino hasta su tumba, preguntándome si alguien habría venido a verla
mientras no estuve. Tenía amigos. Seguramente alguien había venido a traerle flores frescas. Mis ojos picaban. No me gustaba pensar que había estado sola durante semanas. Me sentía contenta de haberla enterrado junto a Valeria. Hizo mucho más fácil mi partida.
El camino de lodo fresco ahora se encontraba cubierto de grama. No había podido pagar nada extra. Verla cubierta de grama me hacía sentir como si estuviese cubierta
apropiadamente, tan tonto como sonaba. Su tumba ahora lucía igual a la de Valeria. Aunque su lápida no era tan lujosa como la de ella. Era simple; había sido todo lo que podía pagar. Había pasado horas intentando decidirme lo que quería que dijera exactamente.
Alejandra
19 de Abril, 1967 – 2 de Junio, 2012
El amor que dejó atrás será la razón por la que los sueños sean alcanzados. Ella fue la roca
en un mundo que se caía a pedazos. Su fuerza permanecerá por siempre. Se encuentra en
nuestros corazones.
La familia que me había amado ya no se encontraba aquí. Estar de pie aquí, mirando sus tumbas, me hacía darme cuenta lo sola que en verdad estaba. Ya no
tenía familia. Y nunca reconocería la existencia de mi padre luego de este día.
—No esperaba que regresaras tan pronto. —Había escuchado la grama crujir detrás de mí, y sabía quién era sin siquiera tener que voltearme. No lo miré.
Aún no estaba lista. Él vería a través de mí. Facundo había sido mi amigo desde el jardín de niños. El año en que nos convertimos en algo más, sólo había sido de esperarse. Lo he amado durante años.
—Mi vida se encuentra aquí —respondí con simpleza.
—Intenté discutir ese punto hace algunas semanas. —El toque de humor en su voz no pasó desapercibido. Le gustaba tener la razón. Siempre había sido así.
—Creí necesitar la ayuda de mi padre. No era así.
La grama crujió un poco más al acercarse a mi lado.
—¿Aún es un imbécil?
Sólo asentí. No estaba lista para decirle a Facundo lo imbécil que era mi padre.
No podía decirlo en este momento. De alguna manera, decirlo en voz alta sólo lo haría más real. Quería creer que era un sueño.
—¿No te gusta su nueva familia? —preguntó Facundo. No se rendiría. Me haría preguntas hasta que me derrumbara y le contara todo.
—¿Cómo supiste que estaba en casa? —pregunté, cambiando el tema. Sólo lo distraería por un momento, pero no tenía la intención de quedarme por aquí durante todo ese tiempo.
—En verdad, no habrás esperado conducir tu camioneta alrededor del pueblo y no convertirte en noticia número uno en sólo cinco minutos, ¿cierto? Conoces este lugar mejor que eso, Pau.
—¿He estado aquí cinco minutos? —pregunté, aun estudiando la tumba frente a mí. El nombre de mi madre bordeado en la roca.
—Nah, probablemente no. Me encontraba sentado afuera del supermercado esperando a que Carla saliera del trabajo —dijo. Estaba saliendo con Carla de nuevo. Para nada sorpresivo. Ella parecía ser alguien de la cual él no tenía
suficiente.
Tomé aire profundamente y finalmente giré mi cabeza para mirar fijamente a sus ojos azules. Las emociones atravesaron el entumecimiento al que me aferraba. Este era mi hogar. Esto era seguro. Esto era todo lo que conocía.
—Voy a quedarme —le dije.
Una sonrisa adornó sus labios, y asintió. —Me alegra. Te hemos extrañado.
Aquí es donde perteneces, Pau.
Hace algunas semanas había pensado que sin mamá, yo no encajaba en ningún lugar. Quizá haya estado equivocada. Mi pasado se encontraba aquí.
—No quiero hablar sobre Miguel —dije, y volví la mirada hacia la tumba de mi madre.
—Hecho. Nunca volveré a mencionarlo.
No tenía que decir nada más. Cerré los ojos y recé en silencio para que mi mamá y mi hermana estuviesen juntas y felices. Facundo no se movió. Nos quedamos allí sin hablar hasta que el sol se puso.
Cuando la oscuridad finalmente descendió sobre el cementerio, Facundo deslizó su mano entre la mía.
—Vamos, Pau. Encontremos algún lugar donde puedas
quedarte.
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