CAPITULO 19
La casa una vez más estaba destrozada cuando desperté la mañana siguiente. Esta vez dejé el desorden y me apresuré para ir a trabajar.
No quería llegar tarde. Necesitaba este trabajo ahora más que nunca.
Mi padre aún no había llamado para ver cómo me encontraba y yo estaba bastante segura que Pedro no había hablado con su madre o mi padre, ya qué él no los había
mencionado. No quería preguntarle por ello porque no quería que su ira hacia mi padre fuera dirigida hacia mí.
Existía una buena probabilidad de que Pedro me dijera que me fuera cuando regresara hoy a casa. No parecía muy contento conmigo cuando salí anoche de mi habitación. Y yo le devolví el beso y lamí su labio. Oh, Dios, ¿en que había estado pensando? En realidad, no pensé en nada. Ese era el problema. Pedro olía demasiado bien y también sabía muy bien. Yo no fui capaz de controlarme. Ahora, había una buena probabilidad de que encontrara mi equipaje en el pórtico cuando volviera a casa. Por lo menos, tenía dinero para quedarme en un motel.
Vestida con mis pantalones cortos y mi polo, subí las escaleras de la oficina hacia la puerta principal. Necesitaba fichar mi entrada y conseguir las llaves para el carrito de bebidas.
Elena ya estaba dentro. Comenzaba a pensar que vivía allí. Estaba aquí cuando me iba y cuando llegaba todos los días. Sin embargo, su pequeña e impetuosa personalidad asustaba. Apenas quieres saludarla y ya está ladrándote
órdenes. Ella tenía el ceño fruncido hacia una chica que había visto antes. Estaba apuntándola con su dedo y casi gritando.
—No puedes acostarte con los miembros del club. Esa es la primera regla.
Tú firmaste los papeles, Isabel; sabes las reglas. El señor Antonio llegó aquí esta mañana haciéndome saber que su padre no estaba contento con este giro de los acontecimientos. Solo tengo tres chicas en los carritos. Si no puedo confiar en que dejes de acostarte con los miembros, entonces tendré que despedirte. Esta es la
última advertencia. ¿Me entiendes?
La chica asintió. —Sí, tía Elena. Lo siento —murmuró. Su largo cabello oscuro estaba recogido en una cola de caballo y su polo azul mostraba unos pechos muy grandes. Luego estaban sus largas piernas bronceadas y su trasero redondo. Y era sobrina de Elena. Interesante.
La mirada enfadada de Elena se desplazó hacia mí y dejó escapar un suspiro de alivio. —Oh, que bien que estés aquí, Paula. Quizás puedas hacer algo con esta sobrina mía. Ella está en periodo de prueba porque al parecer no puede dejar de enredarse con los miembros del club mientras está trabajando. No estamos en un burdel. Somos un club de campo. Será tu compañera durante la próxima semana
para que la vigiles de cerca. Ella debe aprender de ti. El señor Antonio canta alabanzas sobre ti. Está muy contento con el trabajo que estás haciendo y me pidió que te permitiera trabajar en la comedor por lo menos dos días a la semana. Ahora estoy buscando a otra chica para el carrito, así que no puedo darme el lujo de despedir a Isabel —dijo el nombre de su sobrina con un gruñido y la miró nuevamente.
La chica bajó la cabeza avergonzada. Sentí pena por ella. Me aterraba alterar a Elena. No podía imaginarme ser gritada así.
—Sí, señora —Le contesté mientras ella sostenía las llaves del carrito hacia mí. Las tomé y esperé a que Isabel se acercara a mí.
—Ve con ella ahora, niña. No te quedes aquí haciendo pucheros. Debería llamar a tu papá y decirle lo que estás haciendo, pero no tengo el valor de romper el corazón de mi hermano. Así que ve allí y aprende algunos buenos modales —Elena señaló la puerta y no esperé más tiempo.
Corrí hacia la puerta y bajé las escaleras. Me gustaría ir a buscar el carrito de bebidas para alistarlo y esperar allí a Isabel.
—Oye, espera—Llamó la chica detrás de mí. Me detuve y le devolví la mirada mientras ella corría para alcanzarme—. Lo siento, fue brutal allí. Me gustaría que no hubieras visto ni escuchado eso.
Ella era… agradable. —Está bien—Le contesté.
—Por cierto, me gusta más Isa. No Isabel. Así es como me llama mi papá, así que mi tía Elena también me llama así. Y tú eres la infame Paula Chaves de quien he oído tanto hablar —La sonrisa en su voz me dijo que su comentario no
era malintencionado.
—Lamento que tu tía te haya forzado a estar conmigo —Aparté mis ojos de ella y sus brillantes labios gruesos y rojizos se curvearon en una sonrisa.
—Oh, no hablaba de mi tía. Estaba hablando de los chicos. A Antonio, en especial, le gustas mucho. He oído que anoche causaste un revuelo en la fiesta de
cumpleaños de la perra de Dani. Me hubiera gustado haber visto eso, pero el personal contratado no es invitado para esas cosas.
Cargué el carro mientras Isa se quedaba allí, mirándome. Ella giraba un mechón castaño de su largo cabello alrededor de su dedo y me sonreía. —Tú estabas allí. Cuéntame todo lo que pasó.
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